XIX. HISTORIAS DEL SIGLO DIECINUEVE CHILENO, de varios autores

EL VALOR DE CÓMO SE CUENTA 

 

xixDesde siempre el valor sentimental que le ha cabido a la historiografía ha sido relegado al espacio de lo privado. Los escritos históricos en su mayoría han manifestado su adhesión a comentar los hechos en sí mismos sin indagar en el ambiente sensitivo que cada acto conlleva. De este modo, la historia se nos va narrando  -en este caso la chilena- con frialdad respecto a los personajes que la forjaron.

        Pero, ¿por qué deberían importarnos las "emociones" a las que recurre casi siempre la literatura? Justamente porque la historia nos explica la manera en que somos como sociedad. Tal vez sería posible comprender el por qué de ciertas decisiones si reparáramos en la mente y vida de los personajes que la han ido hilvanado. Es por ello que la recopilación historiográfica que hacen Juan Luis Ossa, Andrés Estefane, Nicolás Ocaranza, Cristóbal García Huidobro, Pablo Moscoso, Joaquín Fernández y Andrés Baeza en Historias del siglo diecinueve chileno se hace un relato necesario. Por supuesto que  no es la primera vez que un texto habla de la era decimonónica del país, sin embargo este libro tiene la particularidad de hacerlo desde el espacio íntimo de sus protagonistas. Algunas de las historias que se cuentan son conocidas y (re)presentadas desde la frescura de los jóvenes autores, todos nacidos en la década de los ochenta. Así podemos recordar el suicidio del presidente Balmaceda en 1891 o la cuestión del Sacristán -como se le llamó al revuelo suscitado por un sacristán de la catedral Metropolitana en 1956- que luego daría paso a la separación del poder secular y el Estado. Hay también otras narraciones menos conocidas, como la vida de Louis Antoine Vendel-Heyl o la Picantería de los hermanos Amunategui, gracias a las cuales podemos vislumbrar los modos de la intelectualidad burguesa de la época, bastante alejados -dicho sea de paso- de lo que hoy podemos imaginar sucede en el ambiente intelectual.

        La relevancia del estudio está en que, utilizando un lenguaje que más parece literario, Historias del siglo diecinueve chileno se vuelve una experiencia enriquecedora para los lectores que no acostumbran a leer textos históricos. Y aun cuando los autores no se desligan de la especificidad ni del rigor científico, la diferencia está en la manera como relatan lo acontecido. Una de las críticas negativas que ha tenido este libro argumenta que habla de ciertos personajes como Diego Portales, Francisco Bilbao o los hermanos Amunategui, por lo cual sería una repetición de la única historia que se conoce, la burguesa. Ese juicio implica la ignorancia de que también existen relatos de las capas medias y bajas de nuestra sociedad. Entender la historiografía como el registro escrito de la historia, la memoria fijada por la propia humanidad con la escritura de su propio pasado, implica inferir que ésta la hacen los historiadores, y que es desde su perspectiva que se nos representa el pasado. Creer que la investigación es arbitraria sería quitarle justamente el espacio necesario de la subjetividad.

        Precisamente así como los hombres han ido forjando la historia con pensamiento y actitud crítica, el historiador habla siempre desde un lugar. Equivocado sería pensar que se habla y se propone cualquier historia desde el espacio neutro -inexistente- o peor, sentir que cada vez que alguien narra ciertos episodios está adscribiendo históricamente a ellos como lo único importante.

 

 


XIX. HISTORIAS DEL SIGLO DIECINUEVE CHILENO. José Luis Ossa, Andrés Estefane, Nicolás Ocaranza, Cristóbal García Huidobro, Pablo Moscoso, Joaquín Fernández y Andrés Baeza. Editorial Vergara. Santiago, 2006.