Este es un experimento de crítica dialógica basado en envíos electrónicos entre el autor del libro y el responsable de esta nota.
Carlos Labbé, 1/12/2006:
-Hola Eugenio, permíteme un circunloquio sobre tu libro. Por la referencia hecha en la última página de Vanitas el lector se da cuenta que el formato del libro que tiene en las manos -y el espacio reducido que los fragmentos ocupan en la amplitud de la hoja en blanco- reproduce la enorme libreta de croquis donde un aprendiz de pintor anota ideas que le suscitan las lecciones de su maestro -y transcribe algunas de sus parábolas-, en vez de exponer sus ejercicios. Hay una circunstancia que pone en duda las explicaciones del mundo de la lingüística y de la metafísica: ¿por qué ni Saussure ni Sócrates escribieron una sola palabra, y en cambio sus discípulos decidieron fundar disciplinas a partir de sus cuadernos de aprendizaje? Ni hablar de la diferencia de siglos que existieron entre la prédica de Jesús y la interpretación de sus enseñanzas que escribieron los evangelios.
Los noventa y cuatro fragmentos de Vanitas son un croquis de bildungsroman que entrañan un enigma: quién es este narrador que nunca usa la primera persona, pero que sin embargo escribe página a página una variación del párrafo inicial del Eclesiastés bíblico: "Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol?". La disputa que en esta novela protagonizan la imagen y la anécdota por ganar el derecho a la narración -y con ello la posibilidad de integrar los fragmentos de la experiencia creativa en un sentido que se le arrebate a la muerte por un instante- se resuelve con otra pregunta: ese náufrago que sucumbe en la isla, ese pintor del rey que sólo puede tener una epifanía cuando es decapitado, ese Perro, ese surfista que intenta ser parte del océano aunque sabe que se hundirá; el protagonista que descubre que todo es vanidad: ¿es el aprendiz que saca conclusiones de la vida de su maestro o es el maestro que está muriendo y necesita un biógrafo?
eugenio dittborn 4-X I I-0 6:
1. El protagonista en Vanitas parece ser, a cada paso y de fragmento en fragmento, una imprevisible muerte prematura. El precipitarse, el desenlazarse de un precipicio.
Así cada fragmento o módulo del libro se despliega chocando a su inicio, para hacer luego un trayecto zigzagueante y uniformemente acelerado hasta disolverse en una muerte anterior a ella misma: paradero inesperado, substitución de una destinación por otra, desvío brusco, interrupción de itinerario, caída trunca.
Sí. Una imprevisible muerte prematura: la matriz constructiva de gran parte de los 94 fragmentos de Vanitas es el accidente. Y entiéndase por accidente, así por jugar, lo que entiende el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española por tal cosa. A saber: " Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas".
Nótese en la definición del diccionario la palabra eventual. ¿No señala acaso esa palabra que el orden regular de las cosas está indisolublemente ligado a la posibilidad inevitablemente cierta e incierta del desorden fulminante de las cosas?
2. Dices "Los noventa y cuatro fragmentos de Vanitas son un croquis de bildungsroman que entrañan un enigma."
Los 94 fragmentos de Vanitas piden prestado, si quieres, el carácter esqueletal y transitorio del croquis para hacer con esos rasgos y debido a una larga sobreposición de escritura en ellos, pequeños cuerpos dotados, sin embargo, de una alta densidad, carnalidad, y consistencia. En ese sentido no son bocetos preparatorios sino obras finales. O escrituras modulares jíbaras. Tienen una afinidad con las miniaturas y los circuitos cerrados.
Carlos Labbé, 6/12/2006:
-¿Cómo leer los noventa y cuatro circuitos cerrados de Vanitas para que la clausura de uno sea análoga a la clausura del otro, el funcionamiento de la máquina del libro se abra y podamos conversar de esos croquis transitorios que lo componen? ¿Y para qué buscar esa transitoriedad y no el carácter finalizado del libro? Bueno, para contestar la pregunta que nunca tendrá respuesta: qué es la muerte, qué es el final (si lo hubiera).
Sé que da lo mismo que el narrador sea el aprendiz o el maestro, porque el aprendizaje de esta novela de juventud -el trayecto de la comunicación entre el protagonista narrador y el lector- ha sido interrumpido por un accidente. Pero quedan ciertas evidencias de que hubo vida aunque la moraleja se quebró, la literatura se volvió exhumación -acaso no haya manera más productiva de leer estos "pequeños cuerpos de alta densidad, carnalidad y consistencia"-, y lo que fue novela hoy es una colección de relatos en miniatura sobre cómo los accidentes tuercen cualquier proyecto esplendoroso, por el hecho mismo de haberlo uno dibujado completo y al detalle en la cabeza alguna vez, en el momento de vislumbrarlo: "¿qué provecho saca el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol?".
Sin embargo, en el fragmento diecinueve de Vanitas se narra que Dios entregó a los seres humanos la capacidad de observar y de actuar para imponer una excepción al accidente que regula las acciones, los proyectos, las vidas, pero no la capacidad de hablar de esa excepción, porque no son las palabras las que se pueden escapar de la muerte -ni menos los libros actuales, cuya tinta y cuyo papel se desvanecerán en ochenta años- desde que Dios confundió el entendimiento de los habitantes de la torre de Babilonia multiplicando sus lenguas. Por eso los pintores que vivían ahí acuñaron dos palabras, endurancia y ladeo, para referirse a las capacidades de forzar y de eludir el accidente, y en Babilonia, una página después, lado se ha vuelto sinónimo de muerte. El acto de jibarización de esta novela de taller, la miniaturización de las palabras que el maestro le dice al aprendiz -y sobre todo el circuito cerrado de la singular sintaxis de tus párrafos carentes de comas- sigue la desconfianza bíblica ante la palabra al mismo tiempo que enuncia la imposibilidad de prescindir de ella; un pudor al escribir que se hace evidente en el fragmento nueve de Vanitas: "llegado a la orilla una ventolera hizo saber al Náufrago que la vergüenza de volver desde el fondo del mar con las manos vacías era igual a leer y escribir".
eugenio dittborn 10/12/06:
"No hay diferencia entre aquello de lo que un libro habla y el modo en que está hecho", dice Gilles Deleuze, en Mil Mesetas.
1. En Vanitas no hay diferencia entre la necesidad de las páginas izquierdas en blanco y la índole amurallada y autónoma de los módulos, que cada vez nacen y mueren en las páginas derechas.
2. En Vanitas no hay diferencia entre esos fragmentos o módulos y las piezas de un mecano: móviles, trasladables y anexables. En Vanitas no hay diferencia entre escritura y montaje. Extensión y discontinuidad.
3. En Vanitas no hay diferencia entre suspender la puntuación en el interior de los módulos -excepto un punto y coma al final de cada uno- y suspender los obstáculos que impiden el tránsito a la fatalidad y el desvanecimiento. O hacia la fuga y la desaparición.
4. En Vanitas no hay diferencia entre la aceleración de la escritura y la escritura de la aceleración.
VANITAS. Eugenio Dittborn. Autoedición / Fondart. Santiago, 2006. (Disponible en librería Metales Pesados).