UN ESQUELETO DE ESPÍRITU, SANGRE E HISTORIA
Cómo hacer de temas antiguos temas nuevos, cómo apropiarse de historias y convertirlas en puerta de salida a contextos y evocaciones. Esta es una novela antigua que parece nueva, y que transita su recorrido por los bordes de ciertas contingencias –sociales, políticas, históricas, golpistas– de Chile, intensificadas en la mirada de soslayo que sólo alude y merodea como un juego de metáforas encarceladas. Y cuál es su medio: una historia bien contada que, tras esos efectos, termina siendo una buena historia. Abarrotada de discursos sobre la Historia, lo híbrido, la periferia, lo marginal, la ficción literaria se los apropia: Un esqueleto bien templado, de Jaime Casas, es una novela que traza caminos de lectura, más allá del texto, desde personajes que reflexionan a fuerza de las heridas que les ha dejado la vida.
El protagonista Manuel Tran-Beltrán es el individuo por
antonomasia; el que se hace a sí mismo, que reniega de su origen, con
dos sangres en las venas y con dos espíritus que habitan su cuerpo. No
es tan simple calificarla, de buenas a primeras, como novela de
formación, pues los planos de la realidad y las morales puestas en
juego se van esfumado, apareciendo y contaminando; de ahí la pregunta
sobre la posición desde el margen: ¿es pertinente hablar de ella en
esos términos? Un absurdo en primera instancia, el margen es el a-lugar
de las posiciones (políticas, ideológicas). Tran-Beltrán adopta un
padre para ir al encuentro de su historia, pero con ello sólo podrá
acceder a los intersticios de ésta. Él es la antinomia de la mezcla
racial y cultural, “pobre entre los ricos, rico entre los pobres”, con
sus ojos verdes y pelo rubio como legado del padre vasco y violador de
la madre mapuche que se levanta en armas contra el terrateniente.
La renuncia al origen se trueca por una historia de caminos, de asesinatos. Una historia barrial
que Tran-Beltrán acepta como suya al imponer sus reglas en un intento
de hacer justicia en el mundo. La pertenencia al margen propone un
mundo sustentado en una fuerte existencia simbólica y transhistórica
más allá de la contingencia. No como una desviación o un tratamiento
superficial de ésta, sino desde las perspectivas de un mundo
desideologizado, a-partado, que construye otra escala de
valores pero que ambiciona una historia a la que pueda acceder, aunque
parezca carente de coherencia. La imagen del padre adoptivo, el choro
cabreado Robert Mitchum, refleja el intento de Tran-Beltrán por asir la
historia desde la duermevela y el estado etílico sempiterno de Mitchum.
El motivo de la Historia y la historia no me puede resultar ajeno. Me
sugiere una lucha por las formas o los métodos de articular la
Historia-historia: cuál es el grado de coherencia, cuál el valor de los
fragmentos de historia y de aquellos individuos que la rehuyen, que son
parte de la a-historia
–Juan Contreras, alias Corinto, el socio– y cómo la historia-Historia
es un asunto de voluntad, un asunto posible de adornar con un excedente
de belleza. El margen puede significar porque la Historia le
pertenece al protagonista en la asignación que le da a los
acontecimientos y objetos: es el reloj del vasco que, al tacto, hace
correr por las venas de Tran-Beltrán las transformaciones de la
Historia distante; los metales que han sido armas, utensilios y,
finalmente, un reloj. Todo significa dentro del universo de
Tran-Beltrán.
En esta novela se oyen voces; se comenta el inminente golpe de Estado.
La huida del hogar paterno junto al rechazo de la madre y el asesinato
del Jinetudo con su guardaespaldas, son hechos que adquieren trasfondo
en la contingencia política que afecta –que simplemente roza– a
Tran-Beltrán. La mirada por el rabillo del ojo a la Historia –vista
ésta como un decurso problemático que succiona y subsume a los
individuos– desde la experiencia personal comienza a proponer una
escritura multívoca, infinita y válida que reinterpreta la Historia, la
acomoda y le da otras ubicaciones en la trama de las narraciones –valga
la paradoja– de la Historia. Y así con los intentos de crean nuevos
términos, nuevos conceptos para denominarla, los cuales no pueden ser
otra cosa que vastas paráfrasis o narraciones. Manuel Beltrán-Beltrán
es un personaje no reconocido por su padre, cuyo apellido él mismo
modifica cuando pequeño. No tiene corazón, sino dos espíritus, dos
sangres que lo vuelven cruel, y que a su vez lo convierten en el
constante agonista por la pertenencia a un mundo y a sí mismo. No tiene
cicatrices ni muertos cargados en su conciencia, sólo un cuchillo que
es parte de su esqueleto y que ganó en limpio combate.
UN ESQUELETO BIEN TEMPLADO. Jaime Casas.
Lom Ediciones. Santiago, 2004.