ITINERARIO DE UN MIRANTE
Si un libro es ante todo cosa, objeto, este es pesado entre las manos. Lo constato cuando llega por correo (gracias, Paula). Portada gris, muy sobria, lomo ancho. Papel color amarfilado (¿así se dice?), la letra de los textos alternada con imágenes en blanco y negro con las que dialoga, y alternada también con el más apretado hormiguear de las notas al final de cada texto. Líneas espaciadas ampliamente, convidando a la lectura. Este volumen reúne los textos de Enrique Lihn sobre arte, principalmente ensayos críticos, algunas entrevistas, una carta abierta, el testimonio de una acción de arte y hasta un guión de cine. Es, entonces, un bienvenido complemento a El circo en llamas, que recoge su crítica literaria, y por cierto también a su poesía, que recientemente está siendo reeditada y que ha permanecido como un horizonte de referencia importante para escrituras más recientes. En este libro, tal como en el resto de su obra, puede verse además con la (engañosa) nitidez que da el paso del tiempo, algo así como una biografía inscrita entre las líneas (una biografía que me digo que tal vez alguien debiera acometer directamente). En este caso es la biografía no de un mirón, sino de un mirante, alguien que ha hecho del mirar oficio y pasatiempo, no con la obsesividad vacua, arrogante, compulsiva del mirón (¿qué mirai?), sino con una reflexividad, atención y cuidado muy poco comunes que podríamos llamar las de un “mirante”, como quien dice un paseante que mira, con la calma de quien puede permitirse acomodar su paso al de una tortuga, con el sosiego de quien no tiene prisa por llegar a alguna parte o conclusión, pero a la vez con la pasión de quien sabe que el mirar de verdad necesita tanta caridad como agudeza (Lihn no será un mirón, pero es un criticón, eso está claro). En varios textos, asoman los dientes de escualo de un autor que no soporta la obra ni el discurso de quienes no aceptan entrar –en general por jugar desde certezas previamente establecidas– al juego arriesgado de dejarse ver y de ofrecerse a la mirada de los otros en objetos fascinantes, repulsivos, reticentes, deslumbrantes. “Nada que ver en la mirada”, dice un verso de Lihn del que hay un eco en uno de los textos, referido a la mirada del voyeur, que mira sin que lo miren y por tanto según Lihn se rehúsa a entrar en ese juego. Al margen de la defensa del voyeur que uno podría esbozar (y a la que creo que Lihn tal vez no se resistiría), está claro que en la mirada de Lihn queda mucho por ver, porque vio de maneras intensas, variadas, acerbas, gozosas, la historia del arte en un país que parece obstinarse en borrar tras de sí toda huella del pasado (como dicen que las brujas hacen, barriendo el camino recién recorrido).
Esta recopilación de textos sobre arte –ejecutada con encomiable cuidado por Adriana Valdés y Ana María Risco, que aportan útiles notas además de una atinada introducción, que sumados a la impecable selección de imágenes hecha por Paula Dittborn y al índice analítico confeccionado por Andrés Braithwaite hacen de este libro un ejemplo a seguir– no es sólo, entonces, un aporte a la “bibliografía” de Lihn (concepto por lo demás detestable, por lo menos para quien está sumido en la ingrata tarea de perpetrar una tesis). Es también un aporte notable a la historia de la crítica de arte en Chile, y debiera ser lectura obligatoria para todo el que se proponga practicarla, tal vez no tanto por la maestría de su factura, sino por precisamente lo contrario: Lihn hace rechinar los goznes de la crítica, le inflige movimientos que le cuestan, y en esa operación expone sus problemas admirablemente, incluso cuando eso genera resultados discutibles. Digámoslo entre un cumplido y otro: no siempre los textos son igual de buenos, algunos padecen a causa de cierta pedantería del joven Lihn de la que el mismo Lihn se ríe años más tarde, otros resienten las jergas a la orden del día, para las cuales el Lihn final tiene poca paciencia –habría que decir que el autor es siempre el primer crítico de sus defectos. Entre los mejores textos están los escritos sobre la obra de artistas con los que el autor tiene cierta cercanía: son notables por ejemplo los sobre Roser Bru, Paz Errázuriz, Eugenio Dittborn, e impresionante el ensayo que cierra el libro, un comentario a la obra de Eugenio Téllez pero también una chuchada memorable al mundo del arte y la cultura chilenos de todos los signos que no intentaré resumir.
Un libro bueno se trae mucho entre líneas, y en este hay también una historia oblicua de Chile desde mediados de los cincuenta hasta fines de la dictadura. Es notable observar cómo las críticas de Lihn le toman la temperatura a la situación –esta última una palabra clave– en medio de la cual escribe. Uno percibe como ruido de fondo el crescendo de las preocupaciones políticas e ideológicas de los cincuenta a los sesenta, su exacerbación (a la que Lihn es hasta cierto punto reticente) en los inicios de la década siguiente, y su brutal interrupción con el golpe de Estado: es notable cómo el tono de los textos de Lihn sintomatiza esos cambios y también responde gradualmente a ellos. La palabra “dictadura”, por ejemplo, no aparece si no me equivoco hasta mediados de los ochenta; los textos anteriores sólo se refieren a la represión armada oblicuamente, lo que es el mejor indicio de su eficaz funcionamiento. En las selecciones y omisiones de estos textos uno lee de reojo lo que ocurría afuera de las galerías, museos y cines, en las calles y cárceles y salas de clases del país. Uno se pregunta qué habría escrito Lihn de haber vivido, más allá del plebiscito con el que concluyó la dictadura, hasta la transición que ahora ya termina, creo, con el otro trans del Transantiago… Pero más que el ejercicio (algo ocioso y complaciente) de imaginárselo, creo que este libro es una invitación a responder desde el ahora al ahora y al antes (o a la presencia del antes ahora). En un ambiente en que el carrerismo y exitismo parecen haberse adueñado de la escena de artes visuales por completo (y de todas las “escenas”), renunciando a la complicidad que generaba la oposición a un enemigo común y además a las certezas morales y a la carga de (auto)censuras que esa complicidad traía consigo, vueltas imposibles por las veleidades del mercado, el libro de Lihn nos conmina a mirar de otro modo, e invita a dejarse mirar de otro modo también.
Hay en el libro mucho más que rumiar y discutir. Antes de terminar enumero algunas cuestiones: cabría sistematizar las diversas alusiones de Lihn a una estética que intente a la vez producir desde lo propio de sus medios y dar cuenta de la realidad social en que se inserta, no reflejándola realistamente sino expresándola en otros niveles. Se podría también pensar la historia y la crítica del arte desde el vaivén saludable en que las ejerce Lihn, al volverse repetidamente sobre figuras “anacrónicas” como Pablo Burchard, o enfocarse en obras que no se alinean con el programa vanguardista más estricto de otros grupos, concediendo tácitamente que el presente se compone de una trama complicada de temporalidades y no es unidireccional. Uno podría también llevarle la contra a algunas de las decisiones de este libro, por ejemplo su decidido rechazo al festival de Viña como un ejemplo de “seudoarte” y “seudocultura”. Sin intentar defender al mentado festival (¿se podría?), se me ocurre que en el tropicalismo brasileño tenemos una resistencia festiva a una dictadura armada similar a la chilena en varias cosas, que pasa justamente por borrar en gran medida la distinción entre contracultura y seudocultura que propone Lihn. Creo que el Lihn del “Adiós a Tarzán” supo mejor que nadie que los fragmentos de seudocultura pueden ser usados como proyectiles con los que apedrear las vitrinas de la Gran Cultura (a lo Artes y Letras), y que las joyas de esa cultura monumental pueden robarse, usarse como cortavidrios para agujerear las vitrinas de la seudocultura y robar lo que en ella nos parezca apetecible.
Textos sobre arte. Enrique Lihn. Recopilación, edición y anotaciones de Adriana Valdés y Ana María Risco. Ediciones Universidad Diego Portales. Santiago, 2008.