PANORAMA DE DIVERSAS HISTORIAS DE CHILE

En esta misma tribuna, no hace mucho tiempo, comentábamos la aparición de Historia del Siglo XX Chileno, una interesante propuesta que un equipo de historiadores publicaba desde las prensas de Editorial Sudamericana. Dicha ocasión nos sirvió para esbozar algunas reflexiones en torno a las miradas retrospectivas que acometían la difícil tarea de interpretar lo que ha sido nuestra historia republicana. Si mal no recuerdo, nuestro comentario se caracterizó por un fuerte énfasis en el aspecto cronológico para plantear una hipótesis: la inminencia del bicentenario parecía ser el escenario perfecto para que los intelectuales criollos se animaran a ofrecer sus propias lecturas de lo que ha sido nuestro devenir como grupo humano. Y con cierto aire profético recomendábamos a los circunstanciales interlocutores prepararse para el vendaval de miradas que inevitablemente emergerían conforme se acercara la fecha convenida.

           Se preguntará el lector a qué viene tan personal digresión. Para no abusar de su limitada paciencia le respondemos inmediatamente: cuando se nos propuso comentar el libro Historia Contemporánea de Chile, nuestro primer impulso se orientó a verificar el lugar de esta obra dentro de actual panorama historiográfico chileno. En cierta medida nos invadió la necesidad de entender su particularidad y aquellas razones que motivaron a Gabriel Salazar y Julio Pinto a presentar una visión distinta de lo que es nuestro pasado.

           Para enfrentar este desafío acudimos a nuestra frágil memoria y constatamos con gran satisfacción que en este mismo instante se están escribiendo o reimprimiendo muchas historias de nuestro país. Sí, aunque a algunos les cueste creerlo y a otros francamente les duela, asistimos a un momento historiográfico de profunda riqueza en el que van tomando cuerpo distintas formas de comprender el camino que hemos recorrido para llegar a lo que hoy somos como nación. Lentamente, casi de forma imperceptible, se están generando textos que sin duda llegarán a ser importantes cuando las futuras generaciones se interesen por estudiar la manera en que los chilenos del siglo XX quisieron interpretar su historia. Y si bien no tenemos ningún motivo cierto para vincular esta pluralidad de voces con el bicentenario, no deja de ser sugerente la sutil coincidencia: se cierra un ciclo y vienen los balances, se conmemora el gesto fundacional y sentimos la necesidad de comprendernos. Lo más valioso, sin duda, es que el ejercicio se realiza desde distintas trincheras, desde plataformas discordantes que nos muestran un país poco dispuesto a comulgar con discursos absolutos.

           Así, por ejemplo, el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana -dependiente de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos (DIBAM)- junto a la Editorial Universitaria se encuentran publicando desde 1999 la segunda edición de la Historia General de Chile de Diego Barros Arana, obra monumental de 16 volúmenes que constituye la mejor expresión de la historiografía chilena decimonónica. Si bien este esfuerzo se convierte en una oportunidad única para acercar a la ciudadanía a uno de los textos más emblemáticos de nuestra producción intelectual, considerando la escasez de la primera edición y obviamente su alto precio, resulta más interesante observarlo desde la óptica ambiental y percibir el gran sentido de esta tarea. En un escenario donde el positivismo sigue siendo atacado y menospreciado como forma de escribir historia, nada mejor que darle nueva vida a quien fuera uno de sus principales exponentes y tenaz defensor. La reedición todavía está en curso y se espera que esté finalizada para el bicentenario.

           Desde las antípodas, el siempre creativo Alfredo Jocelyn-Holt se atrevió a desafiar a la historiografía tradicional ofreciendo una mirada que hasta el momento sigue siendo la más original y, por lo mismo, arriesgada. En el año 2000 y bajo el sello Planeta publicó el primer volumen de su Historia General de Chile, una interpretación que deja ver su estilo libre, lejano de las convenciones académicas, pero no por ello menos riguroso y estimulante. Con sólo reparar en el título sabemos bien a quién le está hablando. Su propuesta, que todavía está en elaboración y que nos tiene en espera de los siguientes volúmenes, es una invitación a sacudirnos de esa historia que parece tan lejana, apegada enfermizamente a la precisión cronológica, a la exaltación del héroe y al recuerdo de las grandes gestas. Prefiere entregarnos un relato evocador, no tan preocupado de conferir certezas, sino más bien de despertar sensibilidades. Como él mismo dice, su interés es desentrañar la historia del sentido de la historia de este país.

           Se suma a este escenario el «imaginativo» abogado e historiador Gonzalo Vial, quien se ha propuesto presentar un panorama general del siglo XX chileno en su Historia de Chile (1891-1973). Muchos señalan que Vial, junto a Gabriel Salazar y Alfredo Jocelyn-Holt, es uno de los historiadores más leídos en la actualidad y por tanto se espera que su visión impacte notoriamente en la memoria de los chilenos. Sin duda tiene méritos para ello: su pluma es cautivante y tiene claridad para articular textos coherentes y bien cerrados. Ojalá tengamos buen criterio para leerlo y desconfiemos lo necesario de su visión. Al menos a nosotros siempre nos causará recelo aquel historiador que es capaz de sostener que nuestro siglo XX es el derrotero hacia una «honda decadencia». Y eso que no queremos recordar su «capacidad imaginativa» al afirmar la existencia de un complot tan bien pensado como el «Plan Z». Mentir es bueno, pero en historia es peligroso. Su obra ya tiene cinco tomos y hasta el momento cubre el año 1938, con la llegada al poder del Frente Popular y Pedro Aguirre Cerda.

           No podía estar ausente de nuestro balance otro de los grandes historiadores del siglo XX, Sergio Villalobos R., un intelectual de envidiable erudición que ha resuelto satisfactoriamente la relación entre rigurosidad positivista y capacidad interpretativa. En 1980 publicó el primer tomo de su Historia del Pueblo Chileno, texto donde definió claramente la opción historiográfica que mantiene hasta la actualidad y que ha marcado a una importante generación de estudiosos. Para él, lo fundamental es centrarse en la historia de los grandes procesos, donde se integran todos los elementos del acontecer, aun cuando exista cierta predilección por los aspectos económicos y sociales (fruto de su filiación a la escuela francesa de los Annales). Su visión está marcada por un concepto de historia que privilegia lo masivo y anónimo, que insiste en el peso de las estructuras a la hora de comprender la relación entre los seres humanos y su realidad. Este espíritu ha marcado los siguientes tres volúmenes de su obra, todavía inconclusa, y es de esperar, como dijimos, que se proyecte en quienes son discípulos.

           Por último podríamos citar al historiador Luis Vitale, uno de los grandes exponentes de la escuela marxista clásica, que ha mirado la historia de Chile poniendo énfasis en los procesos económicos y en los antagonismos de clases sociales. En 1967 se publicó el primer volumen de su Interpretación Marxista de la Historia de Chile, con un notable prólogo de Julio César Jobet. Recientemente apareció el tomo VII, donde aborda la historia reciente de nuestro país. Sin duda hablamos de una obra fundamental que no ha recibido la atención que merece. Ojalá nuestro criterio se amplíe y despertemos nuevamente la capacidad de saborear las sutilezas interpretativas de los enfoques marxistas. Hoy parece más necesario que nunca.