NO ES PAÍS PARA VIEJOS, de Cormac McCarthy

NO ES LECTURA PARA DÉBILES

 

La novela de Cormac McCarthy No es país para viejos —que se puede leer también como No es lugar para débiles— llega a mis manos, me remece y hace que la consuma en pocos días. Pongo énfasis en el remecer, que bien puede ser estremecer, sacudir y hacer temblar, activando de manera violenta los sentidos. No es país para viejos trata de un hombre, Llewelyn Moss, que encuentra en medio del desierto, después de una violenta riña entre narcotraficantes, un maletín ajeno con dos millones cuatrocientos mil dólares. Por un lado los dueños del dinero intentan atraparlo, en conjunto con otros personajes, entre ellos el psicópata asesino Anton Chigurh. Por otro la mujer del protagonista, Carla Jean, y el sheriff del condado, Bell, desean que nada le suceda. Persecución, dinero sucio, muerte, narcotráfico, desierto, frontera, personajes de peso y una escritura eficaz son los componentes de una novela que deja al lector hundido en su sillón, temiendo ser demasiado débil como para poder habitar ese lugar.
        Me remece, primero, la visualidad de esta novela. Es decir, la capacidad de mostrar tanto el telón de fondo donde transcurre el argumento como el cruce y desarrollo de los personajes. Esta visualidad queda de manifiesto en el accionar de Anton Chigurh, por ejemplo: “[El ayudante del sheriff] estaba ligeramente encorvado cuando Chigurh se puso en cuclillas y pasó las manos esposadas por detrás hasta la parte posterior de las rodillas. En el mismo movimiento se meció hacia atrás y pasó la cadena bajo sus pies y luego se incorporó rápidamente y sin menor esfuerzo. Si parecía algo que hubiera practicado muchas veces, lo era. Pasó las manos esposadas por encima de la cabeza del ayudante y dio un salto y descargó ambas rodillas sobre la nuca del ayudante y tiró la cadena”. Recupero este párrafo porque es una imagen que por sí sola significa, tal como las escenas de muertes, persecuciones y escapes, dando cuenta de una escritura certera, que se ve. Esto no implica que la de McCarthy sea una escritura meramente descriptiva; hay matices en su combinatoria de descripción y narración, que conforma una escritura concreta y directa que, en pocas líneas, sitúa al lector en el país o lugar donde los personajes van a transitar, huir y/o morir. La visualidad de la escritura de McCarthy está dada por ese constante paso de un lugar a otro arrancando de la muerte. La persecución de Chigurh a Llewelyn es agobiante por el efecto que logran las imágenes escritas en párrafos breves, en contraste con otros más extensos y detallados.
        La construcción de los personajes es otro aspecto fascinante en el andamiaje de la novela. Un triángulo central puede ser esbozado a partir de la figura que trazan en conjunto Llewelyn Moss, Anton Chigurh y el sheriff Bell. A la vez, cada uno conforma un triángulo personal que constituye su propio mundo: Llewelyn, Carla Jean y su madre; Anton Chigurh, Carson Welles y los hombres para quienes trabaja Chigurh; el sheriff Bell, sus asistentes y Loretta, su mujer. Así se encadenan los personajes, sus obsesiones, sus objetivos y sus valores, estos últimos encarnados en el discurso que posee cada uno de los protagonistas, por ejemplo la reflexión solitaria de Llewelyn cuando intenta quedarse con el dinero: “Tienes que tomarte esto muy en serio, dijo. No como si fuera un golpe de suerte.” Se trata de un escape es planificado in situ, en el mismo momento de la verbalización, pues Llewelyn no es un hombre acostumbrado a esos avatares. En el caso de Bell, su discurso tiene un ritmo cadencioso, dado por el hecho de que está a punto de jubilar y está en un punto de la vida muy diferente al de Llewelyn Moss: “leo el periódico cada mañana. Supongo que es sobre todo para intentar anticiparme a lo que pueda pasar aquí. Y no es que yo haya hecho un gran trabajo para evitar que las cosas pasen. Cada vez es más difícil”. Bell es un hombre que ha vivido en ese lugar no apto para débiles, así que su discurso, su reflexión, su voz se desarrolla en la novela con monólogos que se intercalan con la persecución de Chigurh. Y sobre el discurso de este último, es mejor leerlo que escribir sobre su ética.
        Se puede sostener que No es país para viejos es una novela que construye un espacio peligroso para habitar. La frontera es la metonimia de una vida difícil. En esta novela de supervivencia, los personajes enfrentan sus propios relatos –sus pequeños relatos– con la peligrosidad de sus acciones. Es una lectura no apta para débiles.

 

 


No es país para viejos. Cormac McCarthy. Editorial Mondadori. Barcelona, 2006.