MORFINA, de Mijaíl Bulgakov

LA ENFERMEDAD EN LA LITERATURA

morfina1Suele decirse que los únicos temas que trata la literatura son, a la larga, el amor y la muerte, formando una dualidad que enfrenta a la vida y a su inexistencia. Hay, no obstante, un tema que cruza a ambos y hace que estas dualidades se enfrenten cara a cara. La enfermedad ha estado ligada en cierta forma a ambos polos: el amor no correspondido puede acabar en una enfermedad que lleve a la muerte como también la enfermedad puede hacer manifiesto, debido al atisbo de la muerte, un amor a la vida insospechado en otras épocas de la vida de la víctima.

            Las enfermedades que atacan al ser humano manifiestan la delicada constitución de la carne y la ineptitud de nuestra construcción cultural para abatirlas. El sentido que adquiere la enfermedad, entonces, es el de un estado de anormalidad y barrera en un mundo que depende de la rutina, de la capacidad productiva de las personas y que ha basado todos sus cimientos en el supuesto de los sanos perennes. Recordemos el libro que escribió Susan Sontag sobre su experiencia en la lucha contra el cáncer que expresa el sentido anormal de la enfermedad y cuestiona la posición del cuerpo dentro de la sociedad moderna. Severo Sarduy, en Pájaros de la playa, explora su experiencia con el sida, encarnado en la diva cuyo maquillaje no logra esconder los estragos sobre el cuerpo en descomposición. Su relación con los modos de curación resulta central, configurando un testimonio sobre un proceso común a toda enfermedad.

            Ha habido muchas teorías sobre la enfermedad y sus posibles curas desde la antigüedad del mundo, muchas de las cuales parecen hoy una aberración; basta sólo recordar las sangrías que pretendían desflorar al cuerpo de la esencia enferma que se alojaba, según la creencia, en el torrente sanguíneo. El modo de proceder estaba muchas veces ligado a creencias no sólo supuestamente científicas, sino intuiciones sobre el orden cósmico. Así se presentaba en el medioevo la relación de ciertos temperamentos que causaban ciertas enfermedades como la melancolía -una antigua denominación de la depresión- cuyas razones se hallaban en la preponderancia de la bilis negra y la influencia del planeta Saturno. Así también en Oriente la sanación se lograba imponiendo las manos, puesto que se creía que cada ser humano tenía una capacidad de mover las energías del universo si estaban bien guiadas, conocimiento que habría ido a adquirir Jesús, el nazareno, antes de su trigésimo cumpleaños. Las sanaciones de las machis se podrían colocar en esta línea si se leen sus machitunes e intervenciones sobre el cuerpo humano con extractos y hierbas como una capacidad de leer la naturaleza del mal. Algunas teorías que hoy rescatan algunas de estas creencias tienden a asociar ciertas enfermedades con ciertas emociones mal digeridas a lo largo del tiempo, que decantan, al final, en una enfermedad corporal. Creamos o no en estos tipos de curación, llama la atención el modo de leer de nuestra medicina y el modo en que procede con el cuerpo humano; puede no ser más que una de las tantas medicinas surgidas a lo largo de la historia. Cortes sobre el cráneo, ataques directos sobre el sistema inmunológico, intervención sobre el sistema hormonal… Cabe preguntarse cuáles son las consecuencias para la otra parte del ser humano -la emocional, la espiritual, la de la autoimagen-, en la metódica intervención del cuerpo físico.

            Enfrentados a nuevas enfermedades incurables y a la tremenda oferta de remedios, pastillas, farmacias, laboratorios y a todo el mercado de la salud, es necesario reflexionar en qué medida la enfermedad compone parte interesante de la sociedad y cuáles son las raíces de la adicción. Este aspecto de la enfermedad es la que se explora Morfina, la novela de Mijaíl Bulgakov. Bulgakov logra a través de la ficción -esto es, enmarcando la narración en primera persona del Doctor Poliakov dentro de los comentarios del responsable Doctor Bomgard-, acceder de manera distanciada y atenuada al lenguaje de la adicción, revelando simultáneamente dos posiciones que se ven afectadas por la destrucción del cuerpo humano: la del adicto y la de aquellos que lo ven consumirse. A lo largo de la novela, Bulgakov desarrolla una serie de discursos en los que se va enrolando el adicto a través de su camino hacia la muerte: la necesidad de aplacar algún dolor, el crecimiento de aquella necesidad, la negación y la marcha final hacia la autodestrucción. A lo largo de este camino, se exacerba la autoimagen del Doctor Poliakov: es su mirada hacia el exterior lo que predomina y rebota sobre el lenguaje de la novela. De estos momentos se destaca la lucha contra sí mismo, que se exterioriza a través de las discusiones con la enfermera de su unidad, cuyas recriminaciones funcionan como la propia conciencia que lo insta a ir por el camino de la salud. Podemos comprender las experiencias con la morfina, es decir, de inmediato alivio o placer y pronta resurrección de lo obsesivo, pero que finalmente destacan la cobardía de la adicción y la debilidad de la carne cuando ya la enfermedad se ha desatado. Una serie de experiencias del adicto frente al espejo terminan por armar su retrato: en el momento en que el adicto ve en su cara la consumición de la carne y el desvanecimiento de la belleza de otros tiempos, se establece un límite en la adicción, entre el bienestar o el placer adquirido por la sustancia, y el de la autocompasión que lo lleva hacia el suicidio.

            A pesar de la utilización de la primera persona y del diario para relatar cómo el camino de la adicción lleva a un hombre al autodesgaste, el suicidio final que abre y cierra el relato del Doctor Poliakov no logra establecer todo el dramatismo de la narración. Ese mismo enmarcamiento que, tal vez, se hace necesario para establecer la distancia necesaria entre un adicto y el relato de su padecimiento, hace que se diluya la crudeza misma del hecho que lo mueve. Eso sí, no se debe restar interés a la hipótesis que el autor echa a andar: hay ciertos hombres que poseen constituciones más débiles y que son más propensos a la adicción. El caso del doctor Poliakov se  transmite a través de su sensibilidad hacia el amor: ¿es que acaso son los espíritus débiles los más propensos a la adicción? ¿Sería entonces la morfina una droga que aplaca el dolor a los corazones sensibles que han sido heridos y no al cuerpo que ha sido dañado? La escritura de Morfina podría catalogarse como una búsqueda personal sobre los caminos de la adicción, y uno de sus posibles finales, el más trágico. Sin duda que aquí el autor busca las razones de su propio comportamiento; ¿es posible relatar la experiencia de una enfermedad -sea del cuerpo, sea producto de una adicción- en toda su vastedad si esta no se ha padecido?

 

 


MORFINA. Mijaíl Bulgakov. Lom Ediciones. Santiago, 2002.