MEDICAL PET, de Marcos Arcaya

UN ACCIDENTE EN EL TÚNEL DE CARNE

 

He estado queriendo leer que algunas personas sabias de tiempos distintos respetaban la semejanza entre la lectura y la digestión estomacal, de manera que para ellos no había manera mejor de terminar de leer el libro que dejarlo abierto, ponerse de pie, abrir la puerta y salir a caminar. Imagino que simultáneamente el bosque para Nietszche, el rulo para Emar, la playa para Woolf o la nieve para Walser eran, sin simetría alguna, una enormidad ante la cual esa experiencia físicamente abrumadora podía tomar la proporción que sus propios cuerpos les permitiera. Una conversación de una vez en la vida sobre el Libro, como la que cuentan que sostuvieron toda la noche Dyson, Tolkien y Lewis en un parque de Oxford mientras caminaban y fumaban después de comida, se va transformando en rumor cuando entramos en la ciudad contemporánea. El diálogo se pierde en ese rumor, las sonrisas y gestos de complicidad son la única didascalia de un monólogo interior atenuado por la música de los audífonos cuando el entorno en apariencia sólo está hecho a escala humana, ahora cada esquina desesperadamente quiere llamar la atención de quien transita y la vitrina y la pantalla y el apretujamiento y el polvo hace que comer o leer en la vía pública esté reservado sólo para los jóvenes, los sanos, los inconscientes, los extravagantes o los sinvergüenzas. La sífilis quizá ya tenía afásico y paralítico a Baudelaire cuando publicó sus Pequeños poemas en prosa sobre los pasajes de París, sin embargo aún hay en ellos el recorrido de cierta ciudad como enigmático bosque de signos, que incluso bombardeado y demolido para Freud, Jung, Reich y Kafka era un lugar donde dejarse deglutir y disolverse. Estos días no es fácil para mí leer un libro de poemas como Medical pet e irme a caminar con su última página abierta. Hay una tensión en el oído, en el ojo, en la lengua de quien se enfrenta al enigma de frases que van completamente hacia afuera y siempre se quedan adentro, en una referencialidad autobiográfica que no conozco y que intuyo, que proyecto en la mía por medio de la incorporación de Alicia en el país de las maravillas, de El eternauta, del Apocalipsis, de España, aparta de mí este cáliz, de Purgatorio, de los cuentos de Hoffmann y de un libro en mapudungún que no está escrito. Se trata de llevar lo leído al portal de la ciudad y reescribir ahí, en primera persona, esa rara conversación del Génesis que sostiene Lot con sus ávidos vecinos de la ciudad de Sodoma cuando éstos irrumpen en su casa para violar a los ángeles que alojan esa noche en su casa. Es la disyuntiva entre ponerse a hablar sin saber qué se dice o dominar bien cada palabra para así no decir nada. De repente, el poemario de Marcos Arcaya se abre: la primera sección, «Alto Hospicio / Mi noche», tiene las páginas blancas como cualquier libro; la segunda, «Acaríciame el hoyo por dentro», tiene las páginas negras. Las dos son escatológicas, la primera en un sentido corporal del término y la segunda en un sentido abstracto, metafísico. Y están entretejidas por la imagen de una niña que cae por un hoyo, por la madriguera que antes habitaron «miles de conejos» que ahora están muertos y cuyos cadáveres la voz del poemario arrastra en sacos a través de las páginas. Ese hoyo es un túnel que lleva hacia dentro de la misma Alicia, sujeto y objeto de una pregunta por la inocencia. El equívoco y la sordidez empiezan cuando se confunden las palabras inocencia, ingenuidad, pureza y blancura: así como esta Alicia es una «Alicia mapuche», para la voz chilena es imposible que ese túnel tenga otra salida comprensible que las visiones del País de las Maravillas, y aunque «las cosas cuando/ buscan su curso encuentran su/ vacío» el sujeto poético le ofrece consuelo a su niña: «pensé tu corazón y eran/ túneles de carne». Medical pet tiene resonancias del Lagar de Gabriela Mistral cuando condensa deseo y ternura en un solo estado febril de lamentación sobre la caducidad de esto que está vivo; Alicia es también el hablante lírico que no puede dejar de leer a Lewis Carrol desde su propio cuerpo que es visitado en habitaciones desconocidas y en bosques cuyos recovecos son sus miembros infantiles que crecen de súbito, que la hacen sentir deformes sus genitales ajenos –los del otro parecen propios de tan cerca que están–; de repente está rodeada de monstruos cuando sólo se ha hecho adulta, madura, sexual es la palabra que no se nombra y la angustia de no decir aleja, vuelve esto cifra, oscuridad, sintaxis entrecortada.

¿Qué significa Medical pet? Los títulos de nuestra poesía se debaten entre el uso de la huidobriana frase imposible –el viaje cubista y caligramático de Altazor– y la paráfrasis de raíz barroca –la ubicuidad de L. Iluminada en Lumpérica–, mientras el poemario de Arcaya quiere atravesar estas tradiciones –«y no diré la mEDICAl pEt», responde por anticipado– hacia esa contradicción mistraliana que declara desde la oralidad alguna vez insolente de Parra: «acaríciame el hoyo por dentro». Aunque de carne, los túneles deben tener alguna salida, y quien lee a través de ellos para resguardarse de que en la ciudad todo parezca significativo o nada lo sea encuentra descanso en la fugacidad de una frase explícita, que dejará de significar en cuanto el dedo, el cuerpo, la subjetividad del otro ingrese en su propia experiencia literaria. ¿Se puede tocar un hoyo por fuera? ¿Qué es un hoyo, si no la posibilidad de un interior? El ano, el ojo, el oído, el ombligo, la vagina, la fosa nasal, la fosa, la propia fosa sólo puede tocarse cuidadosamente, como en una caricia, de otra manera Alicia caerá dentro: cuando se duerme aburrida después de almuerzo en verano, acalorada, bajo el árbol, es una mujer inminente en la mirada del adulto que la observa desde lejos y a través de un cuerpo con hoyos –la máquina fotográfica de Carroll–, atravesado por discursos y necesidades y anhelos, con entradas y salidas bien delimitadas, controladas, clausuradas, desiertas a menos que el lenguaje verbal pueda perforarlo de vuelta con expresiones que lo abran hacia tantos lugares nuevos a la vez: «tuve la curiosa experiencia de ser todos los hombres». Y ese es el cariño medicinal, la medical pet. La literatura en este poemario –entonces los sentidos del título de este libro también se despliegan– cambia y se hace el remedio favorito de los jóvenes; el libro se transforma en el hospital donde van a dar quienes están enfermos de ver los comerciales y de oír los avisos y de usar marcas en el cuerpo; la voz poética se convierte en la mascota terapéutica del lector, el recipiente para la eyaculación del amante, el cuerpo –de Jesús, de una vaca– del que todos comen. Son construcciones literarias que han perdido el relato de su cotidianidad, que se aislaron de una narrativa y sin embargo persisten en su deseo de ir más allá de la página hasta el que lo lea, de traspasar el blanco del papel con la experiencia de quien recorre una ciudad donde le dicen que vea negocios, edificios, casas, calles y autos, no obstante lo cual «en todas las olas [observa] colillas flotando», «malezas rojas», «un azul de pasto» y «verde petróleo», más la nieve envenenada del cómic de Oesterheld y la retórica de Juan Evangelista, una frase sobre el sufrimiento que de tantas veces repetida sobre fondo negro pierde toda significación como un cuadrado blanco vacío en una página blanca, así como la necesidad de amor –avergonzada de su puerilidad– se disfraza de pornografía y el topónimo acogedor del barrio sórdido, pobre y seco de Alto Hospicio termina en la confesión sincera con que empiezan los libros iluminados, «yo soñé lo indecible», y con que termina lo que no está escrito: «repetición/ de muerte».

 

 

 

 

 


 

Medical pet. Marcos Arcaya Pizarro. Catafixia Editorial. Ciudad de Guatemala, 2010.