ME REFIERO A LOS JÁTAC, de Carlos Peramo

NIÑOS PERDIDOS EN TÚNELES ADULTOS


Acaso haya una verdad literaria: no hay dedicatoria, epígrafe, texto de solapa ni premio literario que pueda alejar una lectura de la vida –de la biografía, en propiedad–, aunque últimamente ésta corresponda a quien lee, y no al autor del libro en cuestión. En el caso de Me refiero a los Játac, tercera novela del catalán Carlos Peramo, las referencias a una infancia compartida por todas las personas –ficticias o contingentes– involucradas en sus páginas se multiplican de manera inequívoca: la novela está dedicada exactamente a los cinco nombres propios que luego sabremos que tienen sus niños personajes, el epígrafe está extraído del relato El cuerpo, de Stephen
King, y la solapa señala que Carlos Peramo no sólo ha trabajado en el mismo oficio que desempeña Carlos, el narrador protagonista, sino que también ha escrito un par de novelas infantiles.

Tal como la película Cuenta conmigo, he aquí una novela que reescribe el cuento de King igual que el norteamericano glosa El hombre de la arena de Hoffmann, quien a su vez recoge la inquietante sensación de ese cuento tradicional que cualquier vieja le cuenta a sus hijos para que se sosieguen: unos chiquillos de la edad de ustedes salieron a hacer maldades creyendo que iban a pasarlo bien, pero terminaron llorando como niños que eran. Si a esto le sumamos que fue la misma Ana María Matute –reconocida prosista de esa maldad ingenua con que limita la inocencia– quien decidió conceder el Segundo Premio Bruguera a Me refiero a los Játac, la interpretación pareciera estar decidida: se trata de un relato de pérdida de inocencia, una bildungsroman contemporánea.

Pero no es así. Tal como hasta su última página la novela de Peramo guarda una sorpresa que impide adivinar con acierto la resolución de la intriga, el narrador de Me refiero a los Játac se arriesga a poner su confianza en un lector literario, es decir activo, paciente, complejo, que evitará emitir un juicio sobre el libro –suspenderá la incredulidad, en las palabras que usó Coleridge para definir una buena lectura– hasta entender que, a diferencia de las novelas de Stephen King, no se trata sólo de narrar para que parezca entretenido y suene bien escrito, ni tampoco de realizar simplemente un ejercicio memorioso sobre cinco niños en un barrio de clase media barcelonés, llamados Jorge, Albert, Tiny, Albert-Betu y Carlos, que unen las iniciales de sus nombres para formar un grupo –los Játac– donde establecen relaciones de poder entre ellos y hacia otras bandas con terribles consecuencias, sino de narrar el problema inenarrable, indescriptible e inefable de cuatro hombres adultos que se reúnen continuamente a beber y rememorar sus infancias sin referirse nunca al cuerpo de ese amigo que sufrió un daño, sin decir que se están aburriendo con sus esposas y que no les gusta trabajar, sólo ir de fiesta en fiesta, burlarse, fumar hierba y agarrarse a combos.

Carlos Peramo, a pesar de que su narrador diga lo contrario una y otra vez, no “se refiere a los Játac”; no pretende que en la novela resuene el miedo de los Játac, esos cinco niños perdidos en los túneles de desagüe a las afueras de Barcelona bajo un gobierno totalitario, sino el vacío de toda una generación que se hizo próspera y cómoda en democracia, para quienes –como dice uno de sus personajes– “leer o escribir era lo mismo que eructar o insultar, pero hacia dentro”.

 

 

 


 

Me refiero a los Játac. Carlos Peramo. Editorial Bruguera. Barcelona, 2007.