LAS PLAYAS DEL OTRO MUNDO, de Antonio Gil

NOVELA DE ESPECULACIÓN

 

las_playas_del_otro_mundoUna pregunta fatua que me hice al leer Las playas del otro mundo, de Antonio Gil, fue en qué momento de la historia de occidente los seres humanos llegamos a ponernos de acuerdo con respecto a los espejos, los ecos, los reflejos y las imágenes. ¿Cuándo se volvió una rutina que la propia cara lo mire a uno, que hacia el interior del azogue caminemos como todos los días pero a la inversa y sin que se nos comunique los aromas, los tactos, los sabores de ese lugar impenetrable donde también habitamos? La pregunta mía es fatua, por supuesto, en un mundo construido de rascacielos plateados, suelos reflectantes, duplicados fotográficos y proyecciones audiovisuales; no así la narrativa de Gil, que ha evitado discutir de espejos mediante espejos, sino a través de una novela contemporánea, forma que compite con la música, la lírica y las artes visuales en volverse la comunicación humana más opaca y solitaria. O sea, la más evidente.

"La novela es un espejo puesto frente a una avenida". Antonio Gil ha invertido esta cita de Stendhal -tan recurrente en el elogio diario a las virtudes de la novela realista- para impugnar una vez más el realismo. Las playas del otro mundo es el libro donde una voz ya reconocible busca el coro, donde la falacia de la originalidad cae de rodillas ante la tradición (y no me refiero a la anécdota de la novela). Trasladando el foco narrativo desde la avenida stendhaliana a la superficie de ese espejo, a la mano que lo sostiene y a quien da vida a esa mano, Gil asocia la escritura interior, sutil y fragmentaria de sus anteriores novelas a un canon distante de la gran novela social chilena -desde Blest Gana a Bolaño se trata de describir un país, explícitamente o por ausencia palpitante- y que en castellano sólo con Borges despertó de la siesta de ultraístas, modernistas, románticos, realistas y neoclásicos tras el agitado Siglo de Oro de Quevedo y Calderón. No es fatuo que Borges haya declarado que era un lector anglosajón que escribía en castellano, pues Las playas del otro mundo es una novela metafísica como las obras de Marlowe, Shakespeare, Milton, Swift, Johnson, Byron, Carroll, Melville, Hawthorne, Poe, Chesterton, Joyce, Woolf, Faulkner, Chandler, West, Tolkien o Barnes lo son. Tampoco es fatuo aventurar, como se sugiere en varios fragmentos del libro, que la voz que narra no es otra que la de John Donne; que la novela de Gil es un visión mística del célebre poeta victoriano mirándose en el enigmático espejo azteca.

"Si las hormigas no se desvían de su marcha, el hormiguero entero moriría. [Si] continuaran su curso sin romper filas, imaginamos que todo acabaría de golpe, en un silencio asfixiante". La frase de Gil no es solamente declaración de una poética tributaria de la fragmentariedad y anacronía borgeana, sino sobre todo una apología del mestizaje como única riqueza cultural: no es el espejo -el de Xaxán, en este caso- el que mezcla en su superficie guerras, encuentros eróticos, navíos cibernéticos, rostros amantes, ciudades legendarias y envejecimientos; somos los seres humanos los que producimos el espejismo que permite presenciar por un instante una imagen que agrega la verdad del Apóstol Pablo -"todo lo vemos como en un espejo, oscuramente"- a la fantasía conspirativa de Miguel Serrano, la metafísica anglosajona y la cosmología que América devoró, sin digerir aún, cuando llegaron los occidentales.

 

 

 


LOS PLAYAS DEL OTRO MUNDO. Antonio Gil. Editorial Seix Barral. Santiago, 2004.