EN EL MUSEO DE LA CRÍTICA
A fines del año 1983, en las cercanías de Madrid, el avión que llevaba a Ángel Rama y Marta Traba a Colombia cayó a tierra. La tragedia política y social de la intelectualidad latinoamericana a fines del siglo veinte quedó figurada en las muertes de él, crítico literario, y de ella, crítica de arte. Aunque aquel matrimonio estaba compuesto nada menos que por dos pensadores que enfrentaron con la necesaria causticidad la burda ambición identitaria que debe haber estado en el aire durante los sesenta, no pudieron evitar ser arrastrados en la caída del modelo cultural que pretendían rectificar. El silencio que sobrevino a la desaparición del uruguayo y la argentino-colombiana se sumó a la mudez general -que bien puede ser un duelo o una siesta o una intriga o un capricho- de la Latinoamérica de la década de los setenta, ochenta y noventa.
Así, el reduccionismo histórico usual es que, a la postre, los intelectuales de los sesenta debían entender la lógica de intercambio del mercado o permanecerían fosilizados y paranoicos. La otra opción es que hubieran muerto durante la Gran Catástrofe. En la épica tienden a ser considerados sólo los traidores, los exiliados y los mártires. Poco se canta de un héroe cuya batalla final fuera cotidiana, que no muriera en aras de su propio país o de la humanidad, sino en accidente.
La recientemente editada colección de ensayos sobre Marta Traba, Las grietas del proceso civilizatorio: Marta Traba en los sesenta, pudo justamente separar el grano de su trabajo crítico y narrativo de los rastrojos de la guerra de su época. Pero no lo hizo. El obstáculo está explícito en la segunda parte del título escogido por Ana Pizarro, la compiladora. De los seis ensayos que integran el volumen, sólo "La crisis de la modernidad en América y la situación de la crítica de arte", de Agustín Martínez, se ocupa de leer el corpus teórico de Marta Traba desde y para el arte de la América Latina del año dosmildós. En tal sentido, el ensayo de Martínez es cauto en subrayar que el trabajo intelectual de Marta Traba "se detuvo en el umbral de las transformaciones de la cultura intelectual latinoamericana más radicales del sitio". Sin embargo, Marta Traba debe haber entrevisto, desde aquel umbral que significó su ataque tanto al indigenismo y el muralismo como al conceptualismo estéril, la transformación de aquel continente utópico en esta feria de los modelos del primer mundo. Era necesario escuchar el testamento de Marta Traba más allá de la porfiada escenificación de la lucha libertaria de los sesenta. Admirar cómo para ella -a pesar de los sesenta, subrayo- "la crítica pasa a ser concebida como el momento del proceso artístico general en el cual la significación de las operaciones estéticas particulares se transforman en marcas de un proyecto de afirmación cultural dotado de fines extra estéticos propios". Aunque suene difícil y redundante, es ir más allá del arte como resistencia y más acá del arte como dispersión. La última de cuyas posibilidades tienta hoy, insoportablemente, cada muestra, cada crítica, cada catálogo de arte.
Es sugerente la anotación, muy marginal en este volumen de ensayos sobre Marta Traba, que al momento del accidente fatal, la renombrada crítica se encontrara trabajando en varias novelas. En años cruciales de transformación de América Latina y su arte, debió haber sido inminente que Marta Traba resolvería la aridez de la crítica ensayística mediante un cruce con la intimidad ubicua y frágil de la creación artística, incluida la literatura. Lamento, yo también, que esa inminencia no haya sido advertida esta vez por los especialistas.
LAS GRIETAS DEL PROCESO CIVILIZATORIO: MARTA TRABA EN LOS SESENTA. Ana Pizarro, compiladora. Lom Ediciones. Santiago, 2002.