LA MÚSICA DE LAS ESPERAS, de Darío Oses

CUENTOS TAIMADOS Y RENCOROSOS

la_musica_de_las_esperas Darío Oses nos previene en su volumen de cuentos La música de las esperas: "[otros cuentos] no recibieron la invitación, y quedaron por ahí, rencorosos y taimados en las páginas de otras antologías y revistas. Mala suerte, es poco probable que tengan una nueva oportunidad de aparecer". La mala suerte de algunos cuentos provoca dos reacciones: una duda y una risa.
            Reacción-duda: la necesidad de leer y pensar una publicación. El circuito de información atesta al humano con su verborrea de noticias e imágenes de una realidad deformada, espantosamente plástica. Ficciones, publicidad, música, conversaciones vacías y llenas, palabras que completan silencios y palabras que están de más. ¿Qué es, entonces, lo que motiva que ciertas palabras en formato de libro sean leídas de manera distinta a otras, y valga la pena el esfuerzo de plantearse el sitio que ocupa esa publicación en particular?
            Respuesta primera: no se busca un arte hermético, sino un discurso que se apoye sobre sus propias formas. Darío Oses nos entrega ese discurso en los primeros cuentos del libro. Está el hombre, solitario, apartado del mundo, cansado de su vida de oficina, que mira a través de la ventana un recuerdo o una fotografía de una mujer. Sueña con mundos perfectos que no se atreve a salir a buscar, y que, como una sombra culpógena, lo terminan por engullir.
            Análogamente, el lector no necesita salir a buscar los motivos de los cuentos, pues la visión de la mujer y del amor se va entregando en cada cuento con diferentes resultados. Por ejemplo, la forma de los personajes femeninos ya se expresa en el primer cuento: "vestía pantalón corto, polera holgada y zapatillas, sin calcetines". La descripción se sustenta sobre estos "sin calcetines". De este tipo son las costumbres de las mujeres que vuelven locos a los hombres: ex hippies, prostitutas, exiliadas que regresan separadas y con hijos. Nos encontramos frente a imaginaciones masculinas de amores platónicos que no alcanzan a ser obsesiones. Ideas de Ella (la mayúscula la utiliza Oses) enjaulada en una naturalidad blujinesca.
            Al respecto, cabe destacar el segundo cuento, La mujer de mi vida. Es el único donde la obsesión del Buen Ciudadano da resultados que no son catastróficos por la falta de descripciones interesantes. El Buen Ciudadano se enamora de su vecina, a pesar de su esposa. La narración está llena de situaciones que rompen con la monótona realidad del libro: la esposa se obsesiona con el ajuar para la enfermedad de su marido -una depresión- y luego con su funeral, aunque éste no haya muerto. El cuento se empieza a desarrollar confundiendo la realidad del funcionario con el amante apasionado, la vida bienhechora y los juicios de la ley y la religión. En una confesión explica: "cuando uno se enamora… lo que hace es construir una mujer ficticia, imaginaria sobre el soporte de una mujer real. Entre ambas puede existir mucha, poca o ninguna coincidencia". El discurso amatorio se define así: "para amarnos inventamos fantasmas que a su vez sueñan con otros fantasmas, y el amor se nos va en esos juegos de espejos". El Buen Ciudadano, en el esfuerzo de encontrar la felicidad prometida que nunca llega, se pierde a sí mismo, convirtiéndose en la imaginación de aquella que él imaginó.
            Segunda respuesta: que el texto provoque en el lector esa necesidad de completar causas y efectos, tal como se hace a diario. Oses graba los detalles que sólo logran exagerar las formas obvias, convirtiendo así situaciones y personajes en estereotipos. Descalifica al lector considerándolo lo suficientemente estúpido como para explicarle todo. En el cuento La dama del lago, un narrador describe a Andrés, sujeto solitario: "creía encontrarse a salvo de los roces, dolores y pasiones que ocasiona el contacto con los seres de carne y hueso, pero se equivocaba. Claro que "se equivocaba", de eso se trata todo el cuento. Esa es una de las tantas frases que dan ganas de tachar, acudiendo al factor economía del lenguaje.
            Tercera respuesta: no se busca leer egos (para eso está la TV), sino las circunstancias de siempre con inflexiones de situación y detalles. Los primeros cuentos parecen estar siendo narrados desde una misma voz. El resto de los cuentos, en los que la temática amorosa se desplaza a un segundo plano para abrir paso a relatos que tienen que ver con la historia de la ciudad (Santiago) y del país (Chile), logran otra complicidad con el lector, que llega a aguantar que sea Neftalí Reyes el protagonista del cuento Veinte poemas y un Crepusculario, o que sea una visión afanadamente retórica y poco original la que nos cuente la historia de amor de Vicho Balmaceda y Teresa Wilms, casi conmoviéndonos hasta las puras y albas lágrimas.
            Los personajes son recurrentes. No sólo el poeta del vino y del bar de la Unión, además el trabajador chileno que necesita decir un garabato para soltar su ánimo rebelde, o el que necesita follar para sentir que ha valido la pena morir. Recurrencias y exageraciones que invalidan una escritura que pretende jugar con formas realistas. No hay un uso de estos estereotipos como lo puede haber, por ejemplo, en El año pasado en Marienbad -de la dupla Robbe Grillet y Resnais- donde los movimientos recurrentes sustentan el discurso de la mentira, el ir y venir entre una historia inventada y una que sucedió, la imaginación que crea relaciones inexistentes y que por fuerza mayor, por ausencia, se convierte en aquello que las palabras dicen ser.
            Por otra parte, los cuentos que tienen que ver con las formas de vivir y morir producen personajes más acabados, hasta interesantes. El autor se atreve a dar una visión existencialista en el cuento que titula el libro, La música de las esperas, donde la vida de un hombre se concreta en el gesto de esperar, con "Oh, Susana" repitiéndose en su oído. Como se puede predecir, esta espera finaliza con… la muerte. Sin embargo, el tono de desgano del protagonista, un tanto parsimonios en su resignación, funciona.
            En resumen, he aquí personajes de coherencia simple, que reflejan el discurso sin detalles de un autor que no abandona el escenario para dejar que hablen sus creaciones. Entre personajes sumidos en el inevitable clímax carnavalesco, aunque sus obsesiones no los hagan reaccionar, y una portada espantosamente espantosa, al cerrar apurada la última página del libro, la risa es la reacción necesaria a la mala suerte de algunos cuentos.

 

 


LA MÚSICA DE LAS ESPERAS. Darío Oses. Editorial Planeta. Santiago, 2002.