LA MUERTE DE LA TIERRA, de J.H. Rosny Aînë

NOVELA PROFÉTICA SOBRE CHILE

 

 

¿Por qué en Chile, al parecer, no se escribe y apenas se publica narrativa de anticipación? Mejor sería localizar la pregunta. ¿Limita el continente de la novela de anticipación, en algún rincón perdido de sus vastas regiones, con el pequeño feudo de la literatura chilena? Habría que viajar horas y horas por nuestras escabrosas fronteras para descubrir que desde ninguna parte se divisan siquiera las cumbres más altas de aquel país siempre ubicado en el futuro, que en nuestras conversaciones apenas se escuchan, y menos resuenan en nuestros libros, obras de fama como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Dick, La guerra de los mundos de Wells, o Solaris de Lem. Tras visitar los más remotos puntos de nuestro paisaje literario por lo menos cabe la pregunta: ¿existe la narrativa de anticipación en Chile, de verdad? Enrique Araya, su novela La Luna era mi Tierra, sus cuentos y otras novelas olvidadas aún viven en una isla remota, a la que nunca llega el sol y apenas unos transbordadores con turistas. Existe en Santiago un taller de ciencia ficción que autoedita sus producciones, y que lamentablemente no posee distribución ni se difunde. La Invención de Morel se lee invariablemente en las universidades. He de reconocer que cuando escolar me hicieron leer Farenheit 457 de Bradbury, que he sabido de gente que leía o lee Jules Verne, y si para todos es más natural decirle Julio Verne debe haber alguna razón. La literatura chilena no posee marca evidente de la narrativa de anticipación porque limita al norte con la novela donosiana, al este con el ego de Neruda y las otras montañas, al sur con el neorromanticismo de Teillier, y al oeste con el océano de la omisión.

 

Pero a veces existen colonias extranjeras al interior de los habitantes de la literatura chilena, que son simplemente todos los que realmente la leen. He aquí uno de esos inmigrantes de la narrativa de anticipación, que inesperadamente se ha sentado en la plaza y se ha puesto a hablar en nuestra lengua con cualquiera de los que pasaba por ahí. La muerte de la tierra, novela corta de J.H. Rosny Aîné, seudónimo de dos hermanos belgas que escribieron en el umbral del siglo veinte, es una obra de cabecera de la primera narrativa de anticipación, contemporánea de Viaje al centro de la tierra y de De la tierra a la Luna, pero muy distinta en la sobriedad de su aventura. Narra, en capítulos breves de exactitud darwiniana, la singular combinación del frío y monumental paisaje desértico de una tierra en estado de avanzado desarrollo geológico con los restos de ímpetu y emotividad de los últimos seres humanos. Los personajes, nacidos en el aislamiento que impone la extinción del agua, parecen tan familiares, cercanos, conocidos para un lector chileno en su abúlica resignación que las bienintencionadas palabras de la contratapa sobre el protagonista, "Targ, un explorador de los desiertos, se rebela contra el conformismo y la sumisión", no alcanzan a esconder el porqué una editorial chilena se dio el trabajo de traducir a nuestro español esta temprana novela de anticipación, en apariencia tan lejana. Por una vez, una obra perteneciente a la narrativa de anticipación se nacionaliza a la literatura chilena, al lograr transmitirnos su misterio: el relato de otro tiempo, el futuro, y de otro lugar, cualquier punto de la tierra moribunda, de alguna manera está hablándonos de Chile con sus palabras belgas darwinianas: "El hombre vive en un estado de resignación dulce, triste y pasiva. Su espíritu de creatividad se ha apagado, sólo despierta, por atavismo, en algunos individuos. […] La raza ha adquirido un espíritu de obediencia automática, perfecta -por lo tanto- para las leyes inmutables. La pasión es rara. […] Ha nacido una especie de religión sin cultos ni ritos: el temor y el respeto".

 


LA MUERTE DE LA TIERRA. J.H. Rosny Aîné. Traducción de Gloria Casanueva y Hernán Soto. Lom Ediciones. Santiago, 2002.