LA CAÑADILLA DE SANTIAGO. SU HISTORIA Y SUS TRADICIONES. 1541-1887, de Justo Abel Rosales

DEL OTRO LADO DEL RÍO

 

El siguiente texto fue leído por la autora en la presentación de este libro en el Archivo Nacional de Chile (Miraflores 50, Santiago), el jueves 16 de diciembre a las siete de la tarde.

Chimba: palabra de la lengua quechua que significa «de la otra banda», «del otro lado». Chimba: barrio santiaguino al norte de la ribera del Mapocho, lugar invisible para los primeros trazados urbanos, zona fantasma, zona muerta, ubicada más allá de los límites establecidos, en el extramuro, en la periferia. Chimba: hija ilegítima de la ciudad. Sector que alojó a la población indígena, a la servidumbre, al comercio, al artesanado. Chimba de huertos, Chimba de oración, Chimba de recogimiento en conventos y monasterios que con el tiempo fueron dando paso a los cementerios, a los hospitales, a los manicomios. Chimba de conventillos y cités. Chimba de chinganas, de casas de remolienda. Chimba inmigrante, con acentos, costumbres y comidas diversas. Chimba de sastres, de peleteros, de panaderos. Chimba anarquista que por el 1920 alojó a estudiantes revolucionarios. Chimba de gitanos. Chimba efervescente, democrática, diversa, plural. Chimba de enfermos, locos y muertos. Chimba de ánimas. Chimba arrabal. Chimba suburbio. Chimba marginal.

«El barrio de La Cañadilla, y en general todo el extenso y poblado barrio ultra-Mapocho o de La Chimba, ha pasado casi inadvertido para nuestros escritores, probablemente porque no han encontrado antecedentes que les permitan fijar su verdadera importancia; pero yo, en mérito de mis investigaciones, puedo declarar desde luego, que después del barrio central, aquel es el de más interés histórico en Santiago», escribe Justo Abel Rosales en 1887. Y hace más de cien años, este autor tomó la decisión de desplazar la mirada. La encaminó al norte del Centro Cívico de la ciudad y la enfocó en La Cañadilla o La Chimba. Desde ahí intentó corregir un error histórico hasta ese minuto, poniendo la lupa en un sector que no había sido observado. Su interés, más allá de abrir las perspectivas de la ciudad, ejerce un acto político claro y necesario, dándole un espacio histórico a aquello que por alguna razón había sido invisibilizado y abandonado del otro lado del río.

Hasta entonces la ciudad se mostraba como la capital de una nación emancipada, con su fachada pública hecha de la Plaza de Armas, y templos y edificios oficiales. La cara visible de un país en vías de progreso, gestado a la luz de una Independencia ocurrida en el 1810. La identidad de Chile establecida con ese límite temporal y urbano, sin posibilidad de incorporar la mixtura del pasado colonial o la efervescencia y el desorden ubicado del otro lado del río. Los personajes y los sucesos que no transitaban por la versión oficial, que no tenían lugar en el registro ni en la memoria.

Pero Justo Abel Rosales escribe la ciudad desde la calle, no desde la oficialidad. Lejos de cualquier élite, encerrado en su oficina de funcionario público, asume a la urbe como un verdadero oficio y desafía lo ya establecido con una mirada que busca reformular. Desde sus archivos del pasado imagina, elucubra, interpreta, y con toda esa información viste la ciudad como una segunda piel y se apropia de ella desentrañándola, entendiéndola, escribiéndola, narrándola, actualizándola, configurándola, inventándola. Justo Abel entiende a la urbe como una bestia viva que se organiza, se mueve, se enferma, crece, se expande y se inventa con la mirada y la presencia de quienes la habitan. Imposible rigidizarla en una sola versión. Es un cuerpo efervescente y plural, lleno de cicatrices, en constante movimiento y construcción. Justo Abel intenta sumarse a ese desarrollo y propone nombres nuevos a las calles y a los barrios, asume los símbolos y el imaginario de la ciudad para aportar nuevos elementos desde el pasado y reconfigurarlos. Cuenta cuentos, anécdotas, las historias y los chismes que no serán impresos en los textos oficiales. Su tono es indiscreto, cercano, lúdico, apasionado. Sus historias no son grandilocuentes, son reales, concretas, posibles. Pero no hay afán conventillero ni subversivo en su escritura, hay sólo un profundo amor por la ciudad y sus habitantes, todos sus habitantes, una pasión y un goce absolutos por su historia, por su pasado, su presente y su futuro.

Vivimos bajo la tiranía del presente. Resignados a la inmediatez del corto plazo, asumiendo la superficialidad de un tiempo diseñado por el agotador predominio del hoy. Aplastados por el ahora, un abismo inmensurable surge entre el pasado y el presente, una brecha tan grande que es mejor no perder el tiempo estableciendo caminos de recorrido. El pasado es conflictivo porque se compone de muchos puntos de vista, muchos recuerdos, muchas vivencias que hay que conciliar o enfrentar. El pasado está incompleto y sólo se desarrolla en el presente, generando disturbios que no apaciguan el recuerdo, sino todo lo contrario, lo vuelven vivo y cotidiano. El pasado solo ejerce su rol siendo una fuente constante de cuestionamiento y de inquietud. ¿Fue así? ¿No fue así? ¿Cómo habrá sido? Solo la tiranía del hoy lo ha transformado en un elemento tranquilizador de respuestas claras, cortas y precisas, y lo ha momificado e incorporado a la oficialidad en museos, fechas conmemorativas, nombres de calles, monumentos, recorridos turísticos, etcétera. Con este pasado hecho a la medida de las vitrinas del hoy, el verdadero, el irreverente, el cuestionador ha sido reubicado por la premura del ahora a un espacio extrarradio, fuera del acontecer, fuera de lo cotidiano. La tradición y la memoria encuentran su lugar en la periferia de los tiempos. Del otro lado del río.
Más de cien años después de la escritura de este libro, es claro que la visión de país propuesta por Justo Abel ha sido sepultada por un proyecto de Chile triunfador y adicto al progreso, que no considera las marginalidades del pasado ni los suburbios de la Historia. En el año del bicentenario de la República, la Virgen del Cerro sigue bendiciendo el lado oficial de la ciudad con su rostro cariñoso, para entregar solo su poto blanco de loza a los que están del otro lado del río. La reedición de este texto propone lo que Justo Abel Rosales intentó en su momento como un giro necesario para entender la ciudad y la Historia con amplitud de mirada: atreverse, cruzar el puente, tragarse el mal olor del Mapocho. Ir más allá de los límites impuestos, visitar la marginalidad, habitarla, asumirla, reconocernos en ella, encontrarse con el pasado y desde entonces proyectar el hoy. Por difícil que se haga, por conflictivo que sea, por pasado de moda que resulte, por inútil que parezca, cada vez se vuelve más necesario echar una mirada al otro lado del río.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


La Cañadilla de Santiago. Su historia y sus tradiciones. 1541-1887. Justo Abel Rosales. Sangría Editora. Santiago, 2010.