ENSAYO Y ERROR, de Andrés Kalawski

PUBLIPOESÍA 

 

ensayo_y_errorNo basta hacerse cien veces la pregunta de por qué se sigue escribiendo poesía cuando todos vemos televisión, leemos novelas y discutimos de cine. No basta sospechar que la Poesía Chilena, Neruda, Parra, Mistral, sean una política cultural nacional, digo estatal, digo una ideología de identidad, y no una imagen verbal. También hay una mortificación en el acto mismo, en la intimidad de leer versos. A punto de abrir las páginas de un nuevo poemario, a menudo experimento fugazmente un escepticismo formal, una nostalgia por otras formas de comunicación enunciada -la conversación, la narrativa, el ensayo lúcido y sencillo- que sí logran una mísera, anhelada, aunque también fugaz, sensación de complicidad. Complicidad con un habla, pertenencia luego a una cultura específica y una manera de decir el mundo, de afirmar, negar y dudar. En la poesía tradicional, en cambio, en la poesía que hasta hace poco era tradición, es decir la poesía criptográfica, de difícil comprensión, hipermetafórica, sólo se leía discriminación, corte y aislamiento hacia el otro, el lector. Sin embargo sobrevivía el yo poético. Y vaya si sobrevivía: del "yo es otro" de Rimbaud al "yo vengo a hablar por vuestra boca muerta" de Neruda.

        Entre entendidos se dice que la antipoesía de Nicanor Parra vino a reestablecer la comunicabilidad de la poesía chilena, y que por eso desde la aparición de Poemas y antipoemas los poetas jóvenes no quieren escribir ya como Whitman, Darío o Huidobro. El problema de Parra es que se formaba desde el chiste, las formas líricas campesinas y los problemas matemáticos, no desde la tradición de alta poesía occidental ni oriental. Entonces, ¿cómo escribir poesía legible y leer a Vallejo, Basho y Eliot? Lihn propuso, Juan Luis Martínez propuso. Ensayo y error, de Andrés Kalawski, también quiere hacerse cargo del problema de su género. Puede llamarse antipoesía porque busca un lector, puede llamarse poesía porque conserva la mortificación de leerla. Y esa mortificación, una vez más, es efecto de la confusión entre voz poética, voz personal y proyecto cultural.

        La vieja falacia autorial -"el yo del texto es el yo del autor"- es recuperada en Ensayo y error como un recurso novedoso para salvar la distancia permanente, permanente como la modernidad que la sostiene, entre la lírica y el público. De tal modo, en los epígrafes, las notas y el epílogo se nos fuerza a enterarnos de una lista de nombres de familiares, maestros y otras amistades particulares del autor como si fueran indispensables en la comprensión del sentido de los poemas. Pero la gratuidad de esas referencias íntimas produce, sin embargo, el efecto de debilitar las referencias metaliterarias y culturales que colman cada verso. Calvino, Steve Brody, Parra, Darwin, Wittgenstein, el Tao, Ginsberg, Whitman, Borges, Ambroise Paré, Huidobro, Sor Juana, junto a Víctor Jara, algún letrista de tango y el dinosaurio Barney de la televisión se vuelven irritantes elementos distractores que diluyen la extraordinaria carga expresiva de algunas imágenes, como "la piel rodea el mundo y nosotros estamos en la parte de afuera", o la sugerencia del juego de encabalgamientos del poema Héroes de la Concepción.

        Al cerrar Ensayo y error no basta preguntarse por qué la persona de un autor de poesía decide sacrificar la continencia y eficacia comunicativa de un buen poema como El Olvidador en aras de guiños sociales, alusiones teóricas, demostraciones de conocimiento e ingenios lingüísticos. A estas alturas nadie está dispuesto a creer por completo una falacia autorial; parece que tampoco basta con preguntarse si realmente la poesía está siendo literatura o bien si es un género de la publicidad: la autopublicidad.

 

 


ENSAYO Y ERROR. Andrés Kalawski. Ediciones del Temple. Santiago, 2003.