ENRIQUE LIHN: VISTAS PARCIALES, de Adriana Valdés

PARA UN MONUMENTO RETINIANO

 

 

 

Con justeza voy a hablar de Enrique Lihn: vistas parciales como si estuviera haciendo una detallada descripción, la de una escultura antigua de Hermes Bifronte encontrada en Algarve, Portugal, y no la de cualquier instantánea hagiográfica de Lihn que circula en las páginas y escaparates literarios de la actualidad. Con justeza porque la impenetrabilidad de este modelo haría juego con el pudor de la mirada de Adriana Valdés sobre Enrique Lihn –que ella misma califica como “victoriano”–, así como con la primera de las vistas parciales que la autora nos ofrece sobre el poeta: “la cabeza echada hacia atrás, la mueca desdeñosa y desafiante”. La escultura en cuestión presenta dos cabezas –una masculina y otra femenina– que comparten la misma piedra tanto como una expresión que puede confundirlo a uno, a pesar de que los ojos de él ven hacia adelante y los de ella hacia atrás. Pero si no estoy frente a una escultura, sino a una foto de ésta, ¿dónde es adelante y dónde es atrás, cuando el único punto de referencia es la mirada de alguien cuya amplitud visual no conocemos? Con justeza voy a hablar de este libro muy cerca de Adriana Valdés –y así replicamos, como en los espejos de Lihn, la situación de quien escribe con respecto a su objeto de escritura–, porque ella consigue imponerme la parcialidad de su mirada a través de una prosa íntima que, a la vez, interpone entre ella y el lector una fingida búsqueda de objetividad, de moderación, para así convertir en palabras las emociones desbordantes que siente; no de otra manera entiendo que una ensayista tan leída como para haber dejado lejos de su biblioteca a Descartes y a Saussure oscile desde el entrañable relato de las crónicas que abren y cierran este libro hacia la pálida anécdota del texto “Mucho ojo: sobre el arte en Chile”. Tendré que acercarme a la escultura para notar, en el relieve, cuál de las caras mira hacia el futuro y cuál hacia el pasado.

         Pero un detalle de la piedra me hace dudar de que mi modelo de lectura para este libro sea el adecuado. Hay quien acudió a la figura del Hermes Bifronte para explicar cómo James Boswell pasó gran parte de su vida escribiendo la biografía de otro, Samuel Johnson, a quien todos consideraban el mejor poeta. Pero los mismos biógrafos de Boswell reclaman que la profunda tristeza e hipocondría de sus propios años finales se deben a que ya no le era posible pasar tiempo con su maestro, bebiendo, riéndose y tomando notas para su libro futuro. Y, más recientemente, los editores del monumental –y póstumo– libro de Bioy Casares que titularon Borges nos señalan que otro nombre para esta escultura sería el de Honorio Bustos Domecq, el seudónimo de ambos. A pesar de que en diversos párrafos Adriana Valdés dice que fue aprendiendo a partir de la observación de un escritor cuya ética era su único lugar de escritura –de la misma manera ha guiado por la obra poética lihneana a posteriores estudiosos con enormes alas inútiles, ojos que se ven obligados a brillar y espejos deformantes a través de bulevares, malecones, patios escolares, subways, camas de hospital y piezas de cortinas cerradas, como expone “La poesía: Santiago, París, Manhattan”, texto incluido en este libro–, la autora no nos revela que debió haber entre ella y el poeta una intimidad creativa, un espacio privado donde se fraguaron estrategias de escritura, experimentos, discusiones, libros que leían en conjunto y entre risas: desde los años ochenta la obra ensayística de Adriana Valdés no ha cambiado su particular capacidad de observar el detalle, de escribir con el ojo –algo habrá aprendido uno de la otra–, sin prejuicios ni falsas retóricas. Salvo que en Enrique Lihn: vistas parciales falta el humor. “El humor es un hermes bifronte, una de cuyas caras ríe de las lágrimas que vierte la otra”, señalaba Pirandello a propósito de la novela de Kierkegaard.

          O me confundo y en realidad me estoy refiriendo a una escultura romana de Jano, donde en su base se puede leer que se trata de una deidad que cuida las puertas, que vigila lo que se abre y lo que se cierra. Adriana Valdés, en su penúltima vista parcial a Enrique Lihn, llama a “releer su obra desde la óptica” del póstumo Diario de muerte. La pregunta con que levanto la vista de la escultura y me traslado a un lugar incluso más cercano, a un espejo, es cómo una persona –cualquiera sea su envergadura cultural– puede ser compleja, graciosa, crítica, melancólica, grotesca, verborreica, torpe, seductora y eternamente joven si en último término la muerte la volverá sólo un nombre, una fotografía. En la piedra, las dos caras de Jano o de Hermes no consiguen mirarse a los ojos, sin embargo Adriana Valdés se atreve a sugerir que Enrique Lihn sí pudo llegar a “ver lo que no se puede ver” y experimentar por fin su propia ausencia en la escritura que ella le ofrecería años y años después.

 

 

 

 


Enrique Lihn: vistas parciales. Adriana Valdés. Editorial Palinodia. Santiago, 2009.