EL POWERBOOK, de Jeanette Winterson

TECLAS DE UN LIBRO CON PODER

 

Deja el asiento al lado de sus acompañantes y va hasta la puerta. La empuja y deja que su cuerpo avance para golpearse con el vidrio. No abre, así que trata hasta tres veces antes de que mire hacia adentro, luego hacia arriba, y se percate de que no es la puerta que busca. Sus acompañantes se ríen. Yo puedo ver sus pasos hasta la puerta de vidrio contigua, tan similar a la otra. Logra abrir la puerta, ha adquirido un tono de seriedad. Entra ahora con el disfraz de la seguridad, mujer o tal vez niño torpe convertido, persona que cambia según esta mirada que le otorga posibilidad, segunda oportunidad, segunda vida.

           Descarto cualquier intención publicitaria de la novela de Winterson apenas leo las primeras líneas. Retomo la segunda acepción para el título: el poder implícito en el libro es el del portador de historias, las mismas que fueron acarreadas por otros libros y, ahora, coleccionadas en una circunstancia virtual. El poder está en la posibilidad de que aquellas historias se vuelvan concretas. Ser otro en una red, con un disfraz que no copia realidad ni género ni sexo ni recuerdos, pues recién tras la pantalla se adquiere genital y marca de género en el adjetivo; cuando una mirada, bajo la forma del lenguaje, lo descubre y le construye un pasado. El primer fragmento –es de suponer que este tipo de artefactos novelescos están escritos mediante una fórmula hipertextual– nos habla de la suspensión de nosotros mismos en un mundo vago y sin peripecias: cuando la realidad se suspende, el tecleo sobre la máquina, instrumento clave, devuelve los límites del sujeto en códigos 2D y 1/0. Pues El powerbook es una de esas novelas que niega la necesidad de definir al sujeto. En un orden donde la esfera pública ha puesto los rasgos identitarios al servicio de la banalidad económica –género, sexo, dónde va a comprar la verdura o cantidad de televisores que tiene–, esta novela los vuelve circunstanciales a través de un narrador que no quiere revelarse. Sólo la sensibilidad de una voz corre ese velo de manera pasiva.

           La primera historia de El powerbook cuenta cómo una joven esconde tres capullos de tulipanes, dotándose así de genitales masculinos. Bajo esa forma debe darle una mamada a un pirata y enseñar de artes amatorias a una princesa. Su nombre, su nickname, puede ser tan femenino como masculino, puede ser verdadero o no. Son coordenadas que sólo importan como funciones en las historias del disco duro de la humanidad. El cuerpo se difumina en la pura letra y el acto de encarnación se vuelve una transubstanciación lingüística, pero en un proceso místico donde el cuerpo es una suma de unos y ceros. ¿Importa allí el sujeto?

           ¿Importa también esa otra historia de El powerbook –la de la escritora inglesa y la mujer norteamericana– que parece ser el hilo conductor de todas las demás al mismo tiempo que se pone democráticamente al nivel de los otros relatos? A mi entender su posición narrativa no sólo resulta productiva para difuminar las posibilidades del sujeto, sino para expresar cuán todos somos cada uno. Entonces el espacio virtual no es solamente el lugar donde podemos ser otro, sino donde todos somos el mismo. Esta novela, en particular, trae a la memoria las innumerables historias de amor que han sido contadas y cómo son esos relatos los que van configurando nuestra vivencia del amor; qué es el amor, y más aun, cómo se narra un amor. El poder ahora se difumina pues, convocados por las historias, no podemos sino repetir lo aprendido en los relatos de amores imposibles. Ahora las peripecias son transformaciones, y la transformación origina la tragedia en el relato amoroso: la transformación de la pasión en un sentimiento deslavado parece ser el asunto de todo relato amoroso contemporáneo. En El powerbook no se pone de relieve el ojo observador, sino lo observado, que así pierde el nombre y hace aparecer el rasgo que reconstruye al otro, el fantasma del amante. La desaparición deliberada de la mujer narradora se sostiene en contra del uso y abuso de la identidad –¿hay algo más patético que una persona que trata de definir a un sujeto para venderle productos?–, y está situada como asunto central, organizativo, estructural en la novela. No es un tema. Es un sistema diferente de pensamiento, otro orden y otro mundo posibles, virtuales tal vez.

 

 

 

 


El powerbook. Jeanette Winterson. Editorial Edhasa. Barcelona, 2005.