COMPASES AL AMANECER, de Germán Marín

LOS RECUERDOS DE MARÍN

 

Poner la escritura al servicio de los recuerdos es la tarea en que Germán Marín se ha enfrascado a lo largo de su carrera literaria. Consiguientemente, su obra está siempre incluyendo aquellos elementos que, de tan personales, son menospreciados por la historia oficial. Es esta su manera de dar la batalla contra el implacable olvido. En su último libro de cuentos, Compases al amanecer, continúa trabajando tanto con las libertades como con los límites de la memoria, y mostrando los efectos del paso del tiempo en las personas, lugares y objetos.
          El texto está conformado por veinte cuentos en los que Marín exhibe abiertamente sus destrezas narrativas. Particularmente en la creación de atmósferas, que son trabajadas a través de la descripción y de la inclusión de detalles. Sonidos, olores y gestos adquieren protagonismo y se conservan para la posteridad. Permiten a Marín crear ambientes profundamente íntimos, traspasando así su larga experiencia de voyeur a los distintos protagonistas que fisgonean el mundo privado de otros, sobre todo en cuentos como «Majestic» o «Intimidad»: en el primero, un nochero de hotel se dedica a robar momentos a los huéspedes dormidos; en el segundo, un esposo decide hurgar en los cajones nunca antes explorados de su mujer. Y «Espíritu de cuerpo» –quizá uno de los más potentes del volumen– es un cuento de atmósfera en su máxima expresión. Se asiste aquí a la cena de camaradería de un grupo de militares ya retirados, que fueron compañeros en la escuela también llamada –como una de las novelas de Marín– Las Cien Águilas. Los acontecimientos se reducen a pequeños gestos, como levantar una copa para brindar o desdoblar una servilleta. Sin embargo, a medida que el autor describe las risas, las conversaciones, la comida y las manchas en el mantel, construye un ambiente de progresiva tensión que puede desbordarse en cualquier momento. Eso que no se dice pone en evidencia que el grupo está reunido en la actualidad precisamente por lo que cada integrante está omitiendo.
          El lector que ya esté al tanto de las obsesiones características de la obra de Marín podría pensar que todas las narraciones de Compases al amanecer reconstruyen o evocan la memoria personal. Como dice uno de los personajes de estos cuentos: «La única manera de volver al pasado es, como se sabe, a través del recuerdo». Consciente de que el viaje de regreso no es fácil, que la escritura puede transformarse en un laberinto plagado de obstáculos ya que el tiempo va modificando la huella de lo que pasó, el narrador juega constantemente con la ambigüedad entre realidad y ficción. Conociendo la obra de Marín, es natural que se comience a leer cada uno de los relatos esperando un registro de sucesos ya ocurridos; sin embargo se hace necesario ajustar un poco el enfoque para continuar leyendo: cosa rara en la narrativa del último tiempo del autor, hay cuentos que simplemente proyectan un devenir en tiempo presente a través de lo cotidiano. El día a día de individuos anónimos aparece narrado con simpleza, aunque en determinado momento se instaurará un hecho ajeno a esa normalidad que quiebre la rutina, tal como la pérdida de la memoria de un personaje o la falsa acusación de asesinato que recae sobre otro. Y también está la constante reflexión sobre la vejez y el paso del tiempo que, como contrapunto del recuerdo, aparece como demostración de que un escritor puede reiterarse a sí mismo, pero ser igualmente novedoso y sorprender.
          Un mérito de este libro es que sus partes están tramadas entre sí de diferentes formas. Algunos personajes tienen apariciones en más de un cuento, o incluso son parte de la obra anterior de Marín. El ex boxeador Carecueca, protagonista de uno de los relatos que aquí se incluyen, antes fue personaje secundario de La segunda mano; la Bambi, una prostituta, aparece también en Basuras de Shanghai. Es el propio autor quien en el prólogo explicita su deseo de simplemente permitirles la vida a sus criaturas a través de otras narraciones. Y también la dictadura militar chilena de la década del setenta y ochenta es un eslabón entre buena parte de los cuentos: la violencia contenida o explícita de gran parte de las narraciones se relaciona con ese escenario y con las marcas que cifró en el destino de estos personajes, a través de consecuencias como la muerte y el exilio, pero también de otras como la paranoia y el resentimiento. «Lengua bruta» es un excelente cuento que fundamenta su ironía y crudeza en un registro de lenguaje indisolublemente unido a la violencia.
          Compases al amanecer es un trabajo admirable y alcanza por momentos el nivel de las mejores obras previas de Germán Marín. Una tras otra, las narraciones son sólidas, contundentes, y superan con creces su novela anterior La segunda mano, donde la escritura había perdido la capacidad de provocar. Acá la intensidad del narrador inunda las páginas y deja en claro de qué le han servido los años de experiencia literaria.

 


Compases al amanecer. Germán Marín. Hueders Libros. Santiago, 2010.