CARNE DE PERRO, de Germán Marín

LA DEDICATORIA COMO PANFLETO Y COMPASIÓN

 

En la enseñanza de la literatura, en la crítica académica, en los círculos de escritores leídos se suele pregonar que estos son tiempos para que el texto de una novela se exponga desnudo a los ojos del lector y a toda luz, si se puede detrás de una vidriera bajo pálidos tubos fluorescentes y uniformes. Una novela sin ruido alguno a su alrededor pedimos los lectores, de modo que uno se enfrentara a este nuevo discurso complejo sin prejuicios. Ojalá fuera así. Sospecho que tal utopía, la hoy reconocida falacia formalista, vino en el siglo veinte a reemplazar la anterior falacia autorial como una medida de protección de los estudiosos que notaron cómo se iba a convertir a los lectores en consumidores y lo lucrativo que resultaría bombardearnos con reportajes sobre los autores, estadísticas de best-sellers y revistas del mercado editorial. A estas alturas, la defensa de los académicos ante el asalto de esta sociedad de la información, como se le llama, se transformó en trinchera. O peor aún, las bombas dieron en el blanco y los dejaron ciegos y mudos, así que no quedan ganas de seguir negándolo: una novela, un libro está vinculado de algún modo a la historia del autor, su historia a otras historias y a la Historia.

Los novelistas chilenos recientes han sido fieles a la falacia formalista, quizás porque son necesarios distancia y silencio para darse cuenta que una voz siempre viene de una boca humana. Todos ahora son lectores de Borges, pero pocos leen sus libros de punta a cabo, al parecer, porque casi la totalidad de ellos trae un prólogo, o varios prólogos o un epílogo, en los cuales el autor -sí, la firma de Jorge Luis Borges- comenta brevemente las circunstancias de composición de sus escritos, sus fechas de aparición, los autores -sí, autores- de los que tomó algo, en fin. Es conocido que Borges sabía de bibliotecas, y en alguna de ellas habrá caído en la cuenta que siempre hubo un autor que quiso intervenir positiva o engañosamente en la relación entre sus páginas, los lectores y el mundo. Desde Homero invocando a la Diosa hasta el "basado en un hecho real" anotado por Truman Capote al comienzo de A sangre fría ha habido miles de dedicatorias de un escritor a una amada, a unos familiares, a un mecenas, y otras miles de palabras preliminares e indicaciones de lectura. Como las cartas, la literatura siempre tiene un destinatario.

La pregunta que cabe hacerse, entonces, sería para quién están hechos los libros que leemos. ¿A qué, a quién está dirigida la novela chilena? ¿Se habrá preguntado para qué el que está escribiendo una y la publica? Junto a Donoso y Bolaño, Germán Marín constituye una de las pocas excepciones de novelista chileno contemporáneo que no se desdobla en ensayista cuando se da cuenta que su narración se enlaza con otras narraciones, y que su discurso se enfrenta y acompaña a otros discursos. En Círculo vicioso, la primera novela que se pudo leer de él, un editor hacía notas al pie del diario biográfico de un escritor. Falacia formalista: la novela es una concurrencia de discursos, uno público y normado -la labor editorial-, otro privado y abierto -el diario íntimo. Falacia autorial: Germán Marín se desempeña como editor y a la vez escribe novelas en las que suele ser un personaje importante.

Una y otra falacia son parciales, una y otra muestran sólo una porción de un discurso que en sí mismo es fragmentario porque a pesar de intentar las más variadas estrategias formales para componer un texto de biografía e Historia, no lo logra. Una reelaboración de tal aporía vuelve a leerse en Carne de perro, novela públicada recientemente. La intimidad de la escritura, del monólogo, la subjetividad del personaje encandila con imágenes de intensidad lírica, como un espacio discursivo donde aún queda amparo, dignidad en una palabra. La historia, en cambio, el encuentro de subjetividades que es la Historia de Chile, el relato de acciones tales como la muerte de los hermanos Rivera Calderón en la madrugada y el tedio del mismo barrio en la tarde es una prosa fría, cortante y letal.

La diferencia de estilo entre la prosa privada y la pública en Carne de perro es ostensible. Sin embargo, al autor no le basta el sutil contraste textual y debe recalcar en sendas dedicatoria, epígrafe y dos post-scriptum firmados con nombre, apellido, fecha y lugar su intención, su causa para escribir en vez de quedarse callado: "pensar cuánto sacrificio estéril existe acumulado detrás de nuestro presente, invisible ante los pasos que damos en el mismo escenario". La novela no puede leerse sola, porque arrastra muertos. Marín, el autor mismo, ha debido ingresar al texto ante su imposibilidad de suturar Historia reciente y subjetividad. Los lectores tendremos que recibir la dedicatoria.

 

 


CARNE DE PERRO. Germán Marín. Ediciones B. Santiago, 2002.