CAFÉ CON LECHE CORTADA
Los críticos deberían ser los mismos escritores, siempre he pensado eso, no es nada nuevo, ya muchos han dedicado páginas al asunto. Lo digo porque un crítico desde lo alto del Olimpo no puede llegar a criticar a alguien en un trabajo que no conoce, del cual no sabe cuáles son la exigencias de trabajar en soledad en un texto sobre el cual se pierden las dimensiones del mundo que lo rodea y del producto mismo. Esto me descalificaría de inmediato para escribir este artículo; sin embargo, como una simple lectora no puedo evitar reaccionar frente a lo que ocupo mi tiempo, porque no es propio de escritor tener exigencias.
Por ejemplo, uno ve un libro de cien páginas con letras grandes en una edición bonita y se pone feliz, porque piensa que va a cumplir una tarea que plantee cierto desafío en el menor tiempo posible. Entonces uno se pone a hacerlo y es un poco desilusionante cuando en la página cincuenta uno ha dilucidado todas las relaciones que propone el libro. Bien, entonces uno respira y busca algo más, un personaje fascinante, una atmósfera que envuelva y cambie el sabor del té que uno está sorbiendo. Nada de eso, absolutamente nada…
Café Cortado de Óscar Bustamante que lanzó Ediciones B el año pasado, es un libro con una buena idea: se estructura sobre la base del destino, de los encuentros inusitados, de los equívocos y desilusiones entre las personas que conviven en el centro de Santiago. Entre Bellavista y Avenida Brasil, personajes típicos de la escena norcéntrica de la capital van tejiendo redes alrededor del jazz, el blues, la salsa, los cafés con piernas, las fuentes de soda, el parque forestal, cafetines, baruchos, micros, calles conocidas por todos.
Los personajes se mueven por estos lugares imbuidos por cierta nostalgia que se une al tema político que recorre todo el libro, pues se trata de una venganza… o, más bien, de una sola visión de la venganza: el escritor, que se inserta a así mismo como personaje, encuentra la historia de un ex-detective amable que es acusado injustamente del asesinato de unos activistas de izquierda sobre el cual recae una venganza del grupo, cuya ejecución es encargada a una mujer que ve debilitada su fe en la lucha social. Luego, los personajes alrededor de ellos son -¿cómo decirlo?- sombras de estereotipos, por sonar suave.
El médico, un hombre soltero que odia y ama su soledad y su baja autoestima, habla en el mismo ritmo que el escritor, que un tonto personaje femenino -la mesera del café Haití, que es uno de los más planos personajes femeninos jamás vistos-, que la activista, etc. Entre ellos no hay variaciones y la voz del escritor, que hacia el final se apodera de la novela explicando su origen y repercusiones, acapara la de todos ellos. Esta aparición del escritor que habla con "el malo", el detective arribista que supuestamente es el verdadero culpable, pretende poner sobre el tapete la fina línea entre la realidad y la ficción, las verdades y las mentiras de la historia, la incapacidad del ciudadano común de conocer los hechos como sucedieron e incluir a los escritores dentro de esos seres comunes a quienes sólo se les revela parte de la historia.
Como ya había advertido, es una buena idea, pero su escritura no plantea muchos desafíos ni posiciones nuevas; se reconoce de inmediato el esfuerzo del escritor por adorar el hecho de "simplemente contar". Sin embargo, no surgen preguntas más que ¿cuándo va a terminar este libro, por Dios?
CAFÉ CORTADO. Óscar Bustamante. Ediciones B. Santiago, 2002.