Sobrecorrecciones
¿Cómo describir el gusto con que un niño descubre que el caballo que ha estado cuidando con esfuerzo asoma su cabeza desde la pesebrera cada vez que escucha su voz? ¿Y cómo contar la decepción de darse cuenta de que el caballo en realidad se asoma al oír la voz de cualquiera, que en realidad siente curiosidad ante cualquier sonido? La pregunta entraña una moraleja y una teoría lingüística: para que una fascinación permanezca necesita de un desengaño; sin embargo, esa permanencia es debatible, ya que la fascinación se ha vuelto conocimiento –ahora el niño sabe que los caballos son curiosos, que los humanos son insignificantes, que toda intensidad se perderá irremediablemente para ser reemplazada por otra.
Cuando Cristián Huneeus está tentado de situar la línea narrativa de su Autobiografía por encargo en su fascinación por los caballos, como lo demuestra la pequeña anécdota que intenté resumir, modestamente está pensando en la rara capacidad que tienen ciertas palabras de exhibir, al mismo tiempo atropellar y finalmente reducir aquello que señalan: la curiosidad. Modestamente Huneeus está pensando durante toda su Autobiografía por encargo que la curiosidad lo llevó a la palabra curiosidad, que el niño que observaba el caballo observador se convirtió en un hombre que observa a la gente que lo observa, en un escritor que en su autobiografía no se decide a dar una interpretación taxativa de sí mismo, y que a cambio de eso ofrece, una a una, las visiones que los otros tienen de él: Cristián Huneeus según el crítico literario, Cristián Huneeus según el biologista, Cristián Huneeus según un amigo de los caballos, Cristián Huneeus según un historiador sociológico, Cristián Huneeus según un adolescente, Cristián según los Huneeus y también según los Page, Cristián Hunneus según un militar, Cristián Huneeus según un académico experto en Henry James –otro escritor que le puso atención al punto de vista– y además según otro académico experto en D. H. Lawrence –otro escritor que discutió sobre la sensualidad de las palabras–, Cristián según su padre, Cristián Huneeus según un agricultor, Cristián Huneeus según los profesores de derecha y los de izquierda que lo eligieron Director del Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, Cristián Huneeus según quienes le dijeron “expansivo” y “desmesurado”. Son estos doce los comienzos tentativos de esta autobiografía –por lo menos los que pude contar–, doce maneras en que el hombre intenta olvidar el momento en que descubre que la cabeza del caballo no se asoma de su pesebrera atraído por su voz, para de esa manera –olvidando– volverse hacia el niño que se siente único ante ese animal fascinante al que ha dedicado su atención; doce maneras de hablar de sí mismo por medio de la que es quizás la única cualidad que nos hace desarrollar la literatura: la de escuchar al otro.
Una autobiografía confeccionada con las palabras de otros acaso debe estar muy cerca del trabajo ideal de un buen escritor, digamos de esos que leen tanto como escriben: sentarse simplemente a corregir palabras que siempre debieran tener sentido porque el referente de ellas es siempre uno mismo. Y sin embargo puede pasar –como a todo el que lea en la prensa un reportaje, una crónica o un perfil donde se describe a su propia persona– que el niño desengañado porque el caballo no lo considera único, lejos de mostrar desaliento, empieza a preguntarse quién es realmente el caballo, y luego qué es lo que ven sus ojos, qué escuchan sus oídos, a apreciar cado uno de los caballos, perros, gatos, árboles, arbustos, plantas, personas que lo circundan, y a entender que en medio del silencio de la tarde campestre cualquier ruido puede ser significativo. Entonces la curiosidad que atraviesa como un motivo no dicho –como una palabra que Huneeus siempre está pensando si conviene o no dejar que arrase con lo que quiere decir– esta autobiografía confeccionada por las palabras de otros se vuelve hacia el mismo autobiografiado: cada corrección eliminará una posibilidad de haber vivido, cada desarrollo de una versión de Huneeus invalidará las versiones anteriores. Y no queda más que detenerse, que intentar otra vez un nuevo comienzo para el relato de la propia vida. El problema es moral y lingüístico, es cierto: si no lo contamos, está el riesgo de aprender cuánto hemos aprendido; pero si lo contamos, puede ser que las palabras se hagan pálidas y no sean capaces de recuperar la intensidad de ese momento. En eso se acaba el tiempo, viene la muerte y deja que el libro póstumo se convierta en una solución.
AUTOBIOGRAFÍA POR ENCARGO. Cristián Huneeus. Editorial Epicentro Aguilar. Santiago, 2005.