ÁCIDO SULFÚRICO, de Amélie Nothomb

ASESINATO ANÓNIMO 

 

cido_sulfrico_1El teatro romano, degeneración del teatro griego, fue cerrado y su práctica prohibida justamente por los excesos a que llegó, al ejecutar en escena a los condenados de la ciudad y llevar a cabo violaciones en vivo y en directo. Ciertamente los niveles de audiencia eran esperables: todo el pueblo asistía para su divertimento, el cultivo de insanas prácticas y catárticas experiencias. Sin embargo, un hálito de moralidad rondaba en estos excesos, de algún modo justificados por la comunidad, pues los asesinados eran condenados a muerte y, las mujeres violadas, prostitutas o asesinas. El público purgaba ciertos afectos, a través de este afán de extremo realismo. De todos modos, el pecado de hybris no se les perdona a los romanos y terminan fuera de cartelera por un buen tiempo. El concepto de espectáculo ha atravesado las sociedades, sobre todo desde la entronización de los medios masivos de comunicación, mediadores espirituales entre espectáculo y público. Los niveles de distorsión y desquiciamiento que las relaciones con este mundo tecnificado tan raro, creado con nuestras propias manos y bajo el peso de nuestras propias conciencias, ya había sido retratado por Ionesco en una ácida sátira, a través de los absurdos y mecanizados personajes de su Macbett -ironía desquiciada, tragicómica y un tanto gore de Macbeth-, que termina cortando cabezas, literalmente, y destruyendo el mundo -el reino- con sólo apretar un botón. Posteriormente, nos asalta la sofisticación de este individuo posmoderno, voyerista que goza espectando el dolor del otro, su humillación, su muerte, pero sin pagar el costo; es sólo un observador. Patrick Bateman, en American psycho, fue un personaje que intentó -o de algún modo logró- representar al individuo hijo de una sociedad que viene de vuelta de la alta tecnificación, y que ha llegado a una suerte de mimetización con este entorno; se trata de una escenificación de la abulia, la frialdad y el sin sentido que puede funcionar como máscara de la monstruosidad y de lo macabro.

        Hacer de la muerte un espectáculo es el argumento central de Ácido sulfúrico, de la escritora francesa Amelie Nothomb (Anticrista, Metafísica de los tubos), que se caracteriza por una prosa limpia y una progresión estructural bien construida. ¿Puedes convertirte en asesino sólo mirando tu pantalla? Puedes, según Nothomb. Ácido Sulfúrico se construye en torno al rapto de un grupo de personas en las calles de París para formar parte del reality show "Concentración" como prisioneros, situación desde un comienzo delirante y que juega con la enciclopedia de todo individuo que pueda llamarse parte de este mundo invadido por información que ni siquiera ha aceptado, pedido o racionalizado. La situación es extrema: están los prisioneros y los kapos, el espectáculo se sostiene en la muerte de los prisioneros, guiada por los kapos y dictaminada por el público. El público elige, vota, y se hace su voluntad. El hambre, las torturas, las cámaras encuentran su contrapeso en la figura de CKZ-114, única prisionera representante de la resistencia y esperanza para el grupo, quien manipula la atracción que por ella siente la kapo Zdena. Esta atracción sugerentemente lésbica -que se puede encontrar en otros libros de Nothomb- construye una interesante tensión argumental, a través de la cual desarrolla varios temas sicológicos en una profundidad lacónica y precisa. Pero sin duda el gran personaje es el público que consume esta telebasura en un asentimiento vergonzante; el programa logra una audiencia absoluta con el dictamen de la ejecución de CKZ-114. En esas miradas expectantes se conjuga la maldad y el morbo de la culpa pasiva que corroe, extremando a través de la sátira las responsabilidades de los individuos como agentes de una cultura.

        La novela muestra una crítica descarnada hacia la sociedad de masas en sus versiones institucionales, y también hacia el individuo que se escuda y se identifica con esta mancha, este virus borreguil que se extasía detrás de la pantalla, su cuarta pared privada, oculta, donde comete los crímenes más atroces desde el anonimato. El final desentona; no se los voy a contar, pero me permito este exabrupto para hacer volver la mirada a la novela en el ineludible movimiento circular que sugiere la lectura, donde en algunos casos el texto se tiñe de sentido y en otros casos no.

 

 


ÁCIDO SULFÚRICO. Amélie Nothomb. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.