OBSERVAR UN PUÑADO DE ARENA EN EL DESIERTO
Ciertamente la de Borges es una obra vasta, ardua, atractiva, cuyo través hoy es ineludible. Como el desierto. Como el desierto, es siempre el mismo paisaje y a la vez cada duna -cada uno de sus libros- es singular. La comparación no es mía. Con ella comienza el libro de Sergio Missana sobre el escritor argentino, sin embargo tampoco se trata de una comparación propia del ensayista. Es un atributo reclamado por el mismo Jorge Luis Borges en uno de sus últimos cuentos: "tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el sahara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas". En La máquina de pensar de Borges, Missana no busca atravesar por la grande obra borgeana sino en medio de la abundante bibliografía que en cincuenta años ha intentado hacerlo. No toma el puñado de arena; observa a quienes lo han hecho y que el desierto sigue siendo idéntico después que ha sido modificado. A pesar de los famosos, más o menos exhaustivos y acertados análisis de Barrenechea, Rodríguez Monegal, Barth, Rufinelli, Eco, Piglia, Derrida, Molloy, Calvino, De Man, Sarlo, Updike o Rama, muchos poemas, ensayos, cuentos y textos misceláneos de Borges continúan siendo obras de enigmática complejidad.
Missana se pregunta cómo el desierto produce espejismos de significado exacto para cada uno de los ensayistas que se internan en su busca, cómo es posible este fenómeno de lo más común: el desierto contiene la totalidad de los espejismos que los seres humanos pueden llegar a ver. Así, Missana postula que el texto borgeano posee ciertos rasgos que le permiten incluir todas las posibles lecturas hasta exceder cualquier lógica literaria estatuida: el clasicismo, el romanticismo, la vanguardia. Estos rasgos en conjunto constituirían una máquina de pensar de Borges que -a diferencia de la medieval máquina de ideas de Ramón Lull que la inspiró-funciona con precisión para, por ejemplo, hacer también provisoria la tesis de Missana de que esta máquina integra, prefigura y convierte los poemas finales que Borges componía oralmente en precursores de los primeros textos posteriores al ultraísmo de Borges y de sus famosos cuentos de los años treinta.
El ensayo de Sergio Missana no se abruma en la vista de este desierto, sino que analiza las implicancias de la sensación de lectura que provocan las permanentes paradojas y tautologías borgeanas: "Demócrito de Abdera afirma que todos los abderitanos son mentirosos". La máquina productora de infinitos sentidos es una aceptable imagen de los textos borgeanos como cualquier otra -el desierto, el laberinto, la biblioteca- que sin embargo, al pasar de imagen a idea, permite al discurso ensayístico académico declarar su ignorancia sin cuestionar la necesidad de su existencia.
Al abordar cronológicamente la obra de Borges y compendiar etapa por etapa los principios productores de la máquina -el ángulo ciego, el humor, la tensión estilítica, el sobreentendido, la secreta complejidad, la ética-, el ensayo de Missana intenta ir integrando a su desarrollo estos mismos principios, para soslayar los dos extremos del análisis de textos borgeanos: aquel artículo que se pregunta si fue Borges un místico, aquella clase universitaria que disecciona la estructura narrativa de El jardín de los senderos que se bifurcan. Ambos extremos del análisis comparten una falta de escepticismo hacia sí mismos, escepticismo que Missana llama humor, ángulo ciego o ética. Porque, finalmente, cuál es la insignificancia de un puñado de arena en la mano de un sencillo caminante en medio del desierto, que es un lugar transitorio.
LA MÁQUINA DE PENSAR DE BORGES. Sergio Missana. Lom Ediciones. Santiago, 2003.