CAJA NEGRA, de Álvaro Bisama

ACCIDENTES FAMILIARES

 

caja_negraSigamos hablando de la flojera –desde la flojera– en vez de leer que cuando hojeamos un libro estamos enunciando esa filiación cultural, esa sospecha ideológica que no hay cómo saber si uno la tiene aprendida o se forma en la boca al pronunciar con sorna el nombre del autor, al comentar los créditos y la foto de solapa, al cerrar el libro para –por única vez– dedicarle un esfuerzo físico: me digno a levantar un brazo y lo guardo en un rincón de la biblioteca; se trata en verdad de una sospecha ideológica sobre uno mismo la que habla de literatura chilena con flojera, porque yo y el libro que estoy leyendo existimos juntos y también separadamente.

            Por ejemplo aquella sospecha que paladea la sonoridad de lo bizarro –y se complace con la confusión semántica entre la majestuosidad que los antiguos bizantinos inspiraron en la palabra castellana y la violencia sarracena del vocablo bretón, atribuyéndole complejidad a la inexactitud– en el momento de calificar una novela como Caja negra, de Álvaro Bisama. Y sin demorarse siquiera en la elección de ese calificativo. Los flojos señalan que no hay que entender este tipo de libros –como si los hubieran leído–, sino sólo admirar la condición estrafalaria de su aparente multiplicidad, de su unidad estilística, de la violencia de sus motivos, de su referencia amplia. Cuando varios lectores coinciden en saludar inmediatamente la publicación de una novela con el mismo adjetivo y le otorgan un espacio cómodo en su biblioteca –Bisama en el estante de los bizarros–, yo me pregunto qué hay en ella que provoque archivarla con tanta rapidez. La paradoja de que un libro llegue a muchas bibliotecas y librerías para que no lo lean. Escribir para no escribir. Una novela no es una película, una canción o un poema cuando para unir sus fragmentos, darle dirección a su relato y congeniar sus voces no existe máquina que la haga andar por nosotros: se necesita voluntad, paciencia para entrever el tiempo que está detrás de esas palabras. Sigamos hablando todos juntos y se volverá imposible escuchar nada. 

          Acaso la mayoría de los accidentes –y la variación humanista de éstos que llamamos tragedia– sean provocados por la flojera. Los árboles crecen, el viento los azota, los pájaros los habitan, el sol los seca y los revive: en la naturaleza los accidentes son constantes y encadenados, por lo cual seguimos llamándolos días, estaciones, tiempo, y nada en ellos significa ni deja de significar. En cambio basta que un sólo ser humano se canse, se duerma, pierda el juicio, se olvide de sí mismo o de los demás para que muchos otros y lo que está alrededor suyo descaminen ese mínimo sentido que entre todos nos vamos señalando a través del tiempo. En otras palabras, para que se destruya. Caja negra es una novela que registra de manera realista la amplitud de esa destrucción. Sin embargo, las estrategias literarias que elige para lograr una resonancia emocional, más que argumentativa, con la cual imitar la sintaxis caótica del aparato que registra los hechos que suscitaron la catástrofe –su fragmentariedad, la pretendida polifonía de sus relatos, la inversión cronológica de su narración– hace necesario interpretarla fuera de sus implícitas claves de lectura, como el encargado que primero debe conocer las limitaciones propias de la caja negra –los vicios estilísticos, los remedos de su escritura– para luego suponer que hay sobrevivientes. Caja negra en verdad reúne solamente tres ejes narrativos, a pesar de los diversos ámbitos socioculturales de sus anécdotas y la variedad de estrategias textuales –diccionarios, monólogos interiores, cartas, postales, entrevistas– con que son presentadas: la historia de Félix y Claudio Mori; la de ciertos poetas chilenos; la de ciertos rockeros chilenos, gringos y japoneses. No obstante la oscuridad de la caja negra es claro que el accidente se produjo por motivos familiares: en cada uno de los casos el conflicto –que la mayoría de las veces la caja nos escamotea– se produce entre un hijo y un padre, entre un hermano y otro hermano, entre dos amigos íntimos, entre un escritor y los escritores de su país y su tiempo. Las rarezas con que Bisama ha decorado la superficie textual de su novela no son tantas como para impedir que se pueda leer en el permanente conflicto del hijo artista que llora a su padre demente o a su hermano desaparecido tanto cierta alegoría de la historia latinoamericana –la figura paterna, el dictador, el nepotismo, la presencia permanente (y por ello nunca verbalizada) de la madre– como la propia biografía del autor. Pero es en este momento donde se me hace provechoso recurrir al pretexto de la flojera y cerrar la lectura, para pensar que la flojera desde donde nos gusta hablar es en realidad una manera ingeniosa de esconder la cortesía o la timidez.

 

 


CAJA NEGRA. Álvaro Bisama. Editorial Bruguera. Santiago, 2006.