UNCA BERMEJA Y OTROS POEMAS, de Juan Carlos Bustriazo Ortiz

DE CUANDO TRAICIÓN ERA HABLAR A LA DISTANCIA 

 

unca_bermeja_y_otros_poemas1En la ciudad uno se acostumbra a ver gente que habla sola mientras camina o mientras está parada frente a los escaparates; le conversan a sus celulares, comentan algo a nadie en las filas del transporte público o en las cajas de las tiendas, pronuncian en voz alta como si no hubiera alrededor más que bloques de cemento, algunos árboles de cartón, automóviles igual que obstáculos inestables que a veces tienen forma humana pero no identidad. Y cuando uno se descuida, cuando uno escucha que alguien está hablando y le responde -perdón, ¿necesita algo?-, el soliloquio se interrumpe, las imágenes del mundo dejan de ser una mera proyección mental y devolvemos una expresión atónita, irritada, miserable a ese ser vivo que se atreve a ser igual que uno. En la ciudad la gente habla sola también si lee apenas -también pasa en el campo-, o si ha perdido el hábito de la lectura silenciosa que inventaron los monjes medievales para no perder la paciencia en el encierro. Y en la intimidad de mi pieza me sorprendo preguntando en voz alta, mientras repaso los versos de Unca bermeja y otros poemas: ¿qué es una unca, por qué es bermeja y no roja ni colorada? Imaginarse un poema en voz alta, me digo a mí mismo, preguntar sobre esa persona que está detrás de esa voz que no relata, no sostiene, no guía, pero que sin embargo habla; saber quién es Juan Carlos Bustriazo Ortiz pero no tomar en cuenta que vive en la pampa patagónica argentina y que nació en 1929, sólo escucharlo porque habla en voz alta de una manera particular -a quién le habla-, ya que entiendo pero no puedo explicar qué es lo que dice: "y anduve solo y no era luz / fuíme por duros corredores / por los pasillos pesaroso / y saquéme un papel azafrán / con un saludo de tez granate / «he aquí que lleguéme a verte / juancarlos estuvo en esta torre»".

        Hay personas que hablan solas en la calle porque se les olvida que existe el oído, la boca y que -igual que cada uno de nosotros- la sangre les sube, les baja y no se puede detener para que sigan caminando, describiendo el camino, monologando. La ciudad como una proyección mental, la irregularidad del pavimento porque uno está triste, un edificio que se levanta frente a mí en el momento que cruzo la avenida corriendo porque la luz ha cambiado a roja y tengo miedo, debe ser una mera fantasía. La mera sensación de no tener cuerpo se enfrenta a la lectura voceada que reclaman las distintas tonalidades de sangre que impregnan las veinte partes de Unca bermeja, el resto de una sangre vieja que ha quedado en una piedra donde alguien fue herido definitivamente o soslayó una enfermedad, la sangre que no se pudre porque el sol la ha ido secando cada día desde hace décadas. Es la desaparición -la muerte, el abandono- de la persona amada lo que en cualquier metrópolis, selva, pantano, arenal o tundra de la Tierra hace que alguien dé un grito de soledad, como cualquier otro animal adolorido que recuerda la sensualidad del verano si está solo en invierno e intuye que es posible que sea el último ejemplar de su especie. Sólo que ahí donde la gente no puede hablar sola ese grito inevitablemente será recibido por algún oído, por una lectura; el lector de la ciudad reclamará -porque la presencia del tiempo es obvia en un grito, tan evidente esa pérdida y que sucedió en el pasado- que no hay historia en ello, sólo un cuerpo que se queja: el sonido nostálgico de alguien que alguna vez se comunicó, la palabra trastornada del que está solo y no puede saber si lo que dice es lo que quiere decir.

        Bustriazo Ortiz hace una lista de aquello que esa voz cree que está perdiendo -tipos de barro, clases de pájaros, antiguos colores castellanos, diferentes temperaturas mapudungas, variantes de la luz solar- para entender que se trata sólo de lo que su ojo puede ver -el suyo y no el de toda la gente con la cual convive-, luego su boca podrá pronunciar con mayor precisión la pérdida y escribirá que aunque la sintaxis enumerativa no le permite decir el nombre de esa persona, sí lo lleva a quedar solo frente a un espejo trizado, donde el paisaje es su propia cara y el ritmo de los versos otra lengua que esa que hablamos todos los días, deformada hasta lo irreconocible. Unca bermeja, le dice esta voz a su amada desaparecida -entre otros apelativos tiernos, sensuales, rabiosos, nostálgicos-, recriminándole algo más que una ausencia: Uncas fue un indio norteamericano que traicionó a su propio pueblo ante los ingleses, quienes en recompensa le dieron parte de las tierras de los vencidos -las ancestrales tierras de su familia- para que fundara una nueva tribu que hablaba la misma lengua pero tenía otro nombre y ya no antepasados. Unca bermeja, le recrimina la voz de Bustriazo Ortiz al objeto de su poemario -que son sus propias palabras, el cuerpo que las pronuncia-, como el silencio de un recóndito caserío que está demasiado lejos de España, de Estados Unidos, y también de la capital de ese país que lo reclama dentro de su territorio.
 
 

UNCA BERMEJA Y OTROS POEMAS. Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Intemperie Ediciones. Santiago, 2006.