LECTOR IDEAL
Sónechka podría fácilmente confundirse con un relato sobre la entrega y la resignación de la mujer; se podría leer así, positivamente, ya que a lo largo de la escritura se repite -a modo de leitmotiv- una reflexión de la protagonista Sonia que expresa cuán poco merecedora y cuán agradecida está de las cosas que le ha dado la vida: el contacto con las grandes obras literarias en su juventud, haber sido escogida por su esposo pintor y que su hija haya crecido con sus padres vivos. Esta novela podría leerse en tal dirección, pero el agradecimiento cadencioso se empieza a torcer una vez que se encuentra con los hechos biográficos de Sónechka, que hacen dudar si ella es protagonista de su propia vida -la que quiere narrar Ludmila Ulitskaya– o son los otros personajes quienes tejen su existencia alrededor de su trabajo de hormiga.
La novela abre y cierra con la imagen de Sónechka en dos momentos de su biografía, que responden a una concepción de movimiento circular del tiempo: tanto en la juventud como en la vejez la mujer sola se refugia en la literatura clásica, espacios donde la vida parece estar en otra parte. Una frase que comienza y termina con la misma palabra, pero en cuyo centro se desarrolla una parábola lineal. Entonces, se podría discutir si acaso en esta oración -la novela de Ulitskaya- el sujeto es uno sólo, y si cumple el mismo rol respecto a todas las cláusulas que conforman el predicado. Es decir, si Sónechka en su juventud y vejez es la lectora ideal, la audiencia pasiva, el lector hembra de Cortázar, ¿no cumple el mismo papel de espectadora, al alabar y sustentar la vida activa y creadora de su esposo Róbert Victórovich, de su hija Tania y de la hermosa polaca Iasia? Así, Sónechka noveliza la vida de un lector, y específicamente de una mujer que se define por su afición a la lectura, puesto que en el centro de su labor diaria los sucesos, la vida misma está constantemente desplazándose hacia los espacios de los otros, siendo ellos los verdaderos personajes de la historia. El relato de Ulitskaya no se reduce a esta constatación, sino que juega a reelaborar la idea general del lector mediante una historia particular, logrando darle un sentido nuevo a la tipificación tan poco afortunada de Cortázar. En Sónechka, la supuesta pasividad del lector es analogada a la labor que la mujer ha cumplido históricamente dentro del hogar, en silencio y sin reconocimiento. En este sentido, la resignación inspiradora que una lectura poco atenta de esta novela le atribuye a la protagonista se vuelve una instancia triste y perturbadora, pues los personajes vuelven sobre los pasos de su aventura olvidando a aquella que se mantuvo fiel y que permitió la constitución misma de la historia, gracias a que supo escuchar aquello que es digno de ser relatado.
Mientras el tiempo de la vida de Sónechka cambia exteriormente, ella se refugia en un lugar específico del pasado, constituyendo una figura femenina impenetrable, como una imagen de lo que fue durante años la vida privada de la mujer en la historia de la humanidad. Por el contrario, el relato de la vida de su esposo y de su hija conforman modelos arquetípicos del artista del siglo recién pasado. Róbert Victórovich, el pintor que vivió en París, una vez de vuelta en un país azotado por un orden totalitario, fue relegado a cierto insulso trabajo que en nada ayudaba a su disciplina artística, y aún así nunca se perdió el derrame pasional que la sociedad le ha atribuido tradicionalmente a la figura del artista de la Modernidad, como una interpretación de su genialidad. A través del personaje de Róbert Voctórovich, Ludmila Ulitskaya retoma la línea de los Octavio Paz, Ted Hughes o Jackson Pollock, entre muchos otros, que fueron excusados de someter a juicio sus conductas hacia las pobladoras de su tiempo en virtud de las genialidades que aportaron a la cultura de su tiempo.
Para unir estos hilos argumentativos es necesario es necesario preguntarse en qué medida tanto los lectores como las mujeres en el hogar tienen que ver con la configuración social del artista genial. Ludmila Ulitskaya se ocupa de esta pregunta con una voz volcada hacia el detalle, aquello que es feo, profundo y que no parece urgente, pero que descubre entre los pliegues de las vidas mínimas el valor de la intimidad para el quehacer humano. En esta parábola el tiempo lineal, que empieza en un acontecimiento y termina en un clímax, está contenido en un tiempo circular, tal como lo percibe el lector al abrir y cerrar un libro.
SÓNECHKA. Ludmila Ulitskaya. Lom Ediciones. Santiago, 2005.