RESEÑANDO LOS MÁRGENES (PRIMERA PARTE)
Intento escribir esta reseña de los márgenes
pretendiendo mezclar la independencia autoral del reseñista con el día
a día que lo aplasta. Lo primero, la independencia, se basa en el acto
de buscar libros para comentar que no sean los que envían las
editoriales para promocionar a sus escritores. Lo segundo, el día a
día, responde el azar que éste ofrece para lograr ese afán de
independencia. Mientras bebo un vodka tónica en la Plaza Ñuñoa se me
acerca un hombre a ofrecerme un libro de poesía. Lo tomo, lo miro, lo
hojeo y escucho su discurso. Quiere que compre al menos uno de sus
libros, "dos mil cada uno y dos en tres mil" es la oferta. Le pregunto
por el acto de vender la propia poesía y vivir de ello, y me comenta
que lo hace desde hace veinte años. El hombre es Homero Castillo Durán
-su nombre lo escuché por primera vez en mi primer año de universidad,
en 1999-, es poeta, se autoedita, se gana el pan con eso… con la
poesía, lo que me llama profundamente la atención, teniendo en cuenta
que muchos poetas han muerto en la miseria. "Es que no tengo hijos",
sostiene. Claro, una forma de deambular por los márgenes del sistema.
Acepto la oferta y compro sus libros.
Antes de comenzar a
leer uno de los libros de Castillo Durán, pienso en la autonomía de una
obra que no está ligada a ninguna editorial grande. Me comenta que sólo
una vez lo intentó: se puso en contacto con el Fondo de Cultura
Económica y no lo tomaron en cuenta. La autoedición, sostienen algunos,
no tiene la validación del canon, de un otro que se llama academia,
editor, lector especializado o mercado. Están también quienes la
defienden argumentando que se trata de un acto contra hegemónico e
independiente, ya que no se reduce a los requerimientos de los ya
nombrados. Intento quedarme con la última posición.
(El mito literario dice que la primera autoedición de Los gemidos
sirvió para envolver la carne en el matadero, lo que le agrega un valor
extra al desgarrado grito poético rokhiano. En dictadura, por ejemplo,
la poesía se autogestionaba y hoy, en democracia, poetas nuevos y
poetas con obra amplia lo siguen haciendo. A algunos les desagrada esta
posición porque no permite un trabajo fluido, pero a otros les interesa
merodear la autonomía porque no son parte de un mercado que vende
fetiches de Neruda y de Mistral, de Parra y Rojas)
Después de esta divagación me siento a leer Silabario de sol, el quinto poemario de Homero Castillo Durán,
autor nacido en 1952 (1). Lo hojeo rápidamente y veo un poemario que,
sin grandes ambiciones literarias, se va construyendo ordenadamente con
poemas de una página -de idéntica extensión en la gran mayoría de los
casos-, y que intercala cada cierta cantidad de páginas algunas
fotografías. Lo primero, la extensión, impide romper el ritmo a veces
monótono que va adquiriendo el poemario, y que no se interrumpe más. Lo
segundo, la fotografía, es un escaso aporte al diálogo que debiera
arrojar la imagen latente de ésta con la imagen literaria del poemario.
En medio de esta estructura el hablante intenta ofrecer una visión
poética del mundo que revela imágenes certeras, pero que no logra
transformarse en un código que balbucee siquiera sobre la luz que busca
proyectar desde el sol. Si bien este poemario-silabario en gran parte
de su construcción resuena negativo y pesaroso, en algunos pasajes
logra pasar a cierta luminosidad: "En la rigidez del silencio/ Una
estrella distante/ En el claroscuro del alba/ Desnuda una voz…".
Al hablar de Silabario de sol
se podría decir que es un poemario ingenuo e incipiente -en cuanto a su
aporte literario- en el que el hablante está encerrado en sí mismo. Sin
embargo, al parecer ése es precisamente el lugar que desea ocupar, sin
complejidades que validen ese deseo: "Yo nada sé de la poesía/ Solo
escruto desde mi cuarto/ Las señales del infinito". Posiblemente
Castillo Durán no busque la poesía del canon, y eso se refuerza al
comprobar su autonomía editorial. Tal vez habría que leer más de cerca
la totalidad de su obra para no tener prejuicios. Como sea, se trata de
una poesía simple que no hay por qué dejar de lado.
SILABARIO DE SOL. Homero Castillo Durán. Autoedición. Santiago, 2005.