RUSIA CON RAINER, de Lou Andreas-Salomé

RECUPERACIÓN DE LA INFANCIA

 

Dígase pronto que el título del libro que nos ocupa no es falsario, pero sin embargo es engañoso. Y ello no procede de la mala fe de los editores, sino que así es el título original traducido del alemán. Expliquemos: es cierto que la escritora Lou Andreas-Salomé (1861-1937) emprende viaje a su Rusia natal con el poeta alemán Rainer María Rilke en el año 1900, y es cierto que Salomé relata los hechos en primera persona del plural. Pero no se trata más que de una cuestión de forma, de estilo, una suerte de plural mayestático. Porque, en lo referente a Rilke, apenas se hace mención explícita a él –y de refilón– una sola vez, en un aparte de la página 56: «Decido descansar un rato en la cama, mientras R[ainer] se acerca al museo Pushkin».
           A pesar de abundar en reflexiones de índole filosófica, el mayor interés de Rusia con Rainer –y dota de una categoría mayor a este diario de viaje, convirtiéndolo en un manuscrito catártico– reside en el hecho de que se nos permite ser partícipes del modo en el que una mujer de cuarenta años retorna a su patria, a su territorio de la infancia, para recuperar sus raíces, esa prosapia que junto a «[su] cultura y [su] conciencia», así como la comprensión del padre ya muerto, de «su esencia, esa combinación rusa de humildad y grandeza» convencen a Salomé de que «el círculo se cierra y culmina». Al recuperar la infancia de un modo «que no había pedido [si no que] vino a [ella] y [la] tomó de la mano», Salomé experimenta una renovación. En contra del acto de apropiarse subjetivamente de lo que ve, sólo «[se] un[e] a ellos [a los demás] con profundo respeto, olvidándo[se] de todo lo que quier[e] o [es]». La renovación tiene que ver entonces con la experiencia creativa que deviene la obra misma Rusia con Rainer, al modo de la «liberación de uno mismo [para], por fin, con la edad, irse perdiendo como un sonido leve, en el todo». Es decir, se testimonia el final de una época, (re)convertida en la novedad de un camino intransitado.
           Estructuralmente, tendríamos que entender el diario como una suerte de círculo cuyo núcleo central correspondería a los acontecimientos cotidianos que se suceden durante el viaje, las peripecias del ir de aquí allá, y cuyo círculo periférico –identificable con el inicio y el final del libro– estaría formado sobre las reflexiones de Salomé sobre el carácter de lo ruso, sus particularidades al modo de gravámenes y fortalezas, el cual le sirve para finalmente atestiguar argumentativamente una reconversión o catarsis emotivo-intelectual: la maduración de su pensamiento. El rasgo singular del proceder estilístico de esta Lou Andreas-Salomé de cuarenta años es que primero plantea lo uno y su contrario, luego acepta ambas posibilidades y ese mismo uno de antes con su contrario forman una nueva unidad. Rara vez concluye algo de manera categórica y severa, si no es justamente para consignar que su contrario es, en muchas ocasiones, al menos parcialmente válido.
           Esta estilística inclusiva tiene como consecuencia que parte del cuerpo central del libro se convierta en una suerte de diario de exteriores, de un bucolismo algo pictórico –en el sentido de que es planamente idílico–, agradable y encantador, muy hermoso –sobre todo en su incursión hacia el Este–, y por ello en ocasiones se vuelve un poco diletante con su carga de lugares comunes y su exceso barroco –por el amontonamiento– de apuntes arquitectónicos que se agrupan azarosamente como piedras rotas –muy bellas, eso sí– en una suerte de cantera museística. Salomé, empero, aprovecha ese modo pasivo de habitar esos paisajes por los que deambula junto a la presencia invisible de Rilke para ir introduciendo pequeños apuntes tanto de si se levantan tarde o pronto, de si un automóvil asusta a los caballos de las aldeas, de la banalidad de Kiev y le petit Paris –donde nada hay auténtico y «todo es […] mediocre imitación» o de si escribe cartas al marido, entre tantas otras cosas, como de asuntos de mayor trascendencia: el descubrimiento de las «realidades sagradas», el exilio, las decisiones de la edad adulta, las maneras en que su intelecto construye las imágenes del paisaje, recorre físicamente su horizonte y lo pierde al mismo tiempo, así como la omnipresencia de las ideas tolstoianas «en cualquier rincón de Rusia» o la superstición y el pecado de humanidad de la iglesia rusa. Incluso se permite la frivolidad de adjuntar un catálogo de obras expuestas en la casa del coleccionista de arte de Moscú Iván Yevmenyevich Tsetkov más algunos poemas de juventud suyos, cuya arquitectura es ciertamente endeble y de calidad apenas testimonial.
           Entre tanto hay una mezcla de júbilo y melancolía por los recuerdos recobrados de la infancia. Este conocimiento de que el territorio de la memoria sigue intacto se vuelve también una celebración del carácter ruso, un pueblo de hombres y mujeres tiernos y fuertes a la vez, para quienes «lo distinguido y lo vulgar se confunden entre sí» y se hace posible la comprensión de «las infinitas posibilidades que ofrece la vida» en una identidad no cultural, sino sagrada, intemporal. El regocijo de Salomé surge de (re)conocerse como parte integrante de ese conjunto, en definitiva, donde «lo extraño es cotidiano y lo cotidiano extraño». De un modo (auto)impuesto y a veces ligeramente mixtificador –vicario de la frase de Tolstoi, «haceos sencillos como ellos [los campesinos], así lo tendréis todo»–, en Rusia con Rainer Salomé hace suya la cruzada la recuperación de las alegrías de la vida cotidiana, peleando contra lo que ella llama «la fanfarronada del superhombre [nietzscheano]» y defendiendo una prerrogativa contra el progreso, entendido éste como todo olvido de las raíces que provoca «la muerte de una belleza única en su género, irrepetible». Esta experiencia de escritura cotidiana es parte de la propuesta que años más tarde la propia figura acá elidida y al mismo tiempo omnipresente de Rainer María Rilke situará en la base de su pensamiento poético: pues que la sentimentalidad es un lastre para el escritor, que debe éste fundamentar su devenir intelectual en el poso de su experiencia personal, aunque desterrando la melancolía y viendo el mundo con la generosidad de quien –niño por segunda vez– confronta un manantial íntimo del que –dice la propia Salomé– «brota[rán] las intuiciones más profundas».

 

 


Rusia con Rainer. Lou Andreas-Salomé. Editorial Gallo Nero. Madrid, 2011.