BESOS EN UNA NOCHE DE GUERRA
Cuando terminé las casi seiscientas páginas de Ronda nocturna, reciente novela de Sarah Waters -galesa nacida en 1966 que ha publicado otras tres novelas, además de ensayos sobre género, historia y sexualidad-, me sorprendió la sensación alentadora que me dejaba su lectura, el hecho de que esas cruentas descripciones de los bombardeos sobre Londres durante la Segunda Guerra no fueran concluyentes. Luego abrí el diario y supe que, justamente en estos días, Gran Bretaña estaba en alerta por posibles -así indicaba la noticia- atentados terroristas. Había una foto de dos policías ingleses vigilando las calles; la expresión urgente de esas caras, sus metralletas, contrastaban con las veredas límpidas, con los edificios que relucían por la lluvia cayendo sobre Londres, como si su quietud desmintiera cualquier posibilidad de destrucción. Como si la ciudad fuera un espacio donde la violencia de los seres humanos ya no puede tener consecuencias: una Londres que excluye a los londinenses.
Ronda nocturna encadena los hitos cotidianos de cuatro jóvenes ingleses durante los bombardeos de la Gran Guerra: el atribulado Duncan, su entrañable hermana Viv, la celosa Helen, y Kay, una mujer que conduce la ambulancia entre los escombros de la ciudad. La rara simetría de esta novela hace de esa exclusión que la gran ciudad sitiada realiza sobre sus ciudadanos -por la dependencia que cada uno de sus personajes establece con respecto a sus casas, los bares, los parques, las iglesias y los barrios que recorre- una ventaja: Kay sólo podrá enamorarse de una muchacha a la que le salve la vida, sea ésta Helen entre los escombros de una casa bombardeada, sea Viv después de un aborto clandestino. A diferencia de la estática fotografía de los dos policías ingleses con metralleta, esta novela pone en perspectiva la ineludible relación de cada cual con su espacio por medio de una ruptura temporal: a medida que leemos cómo se encontraban Kay, Helen, Viv y Duncan primero en 1947, luego en 1944 y finalmente en 1941, el reflejo del determinismo desaparece de la ciudad -de su historia-, para que Ronda nocturna sea una novela de amor y no una decimonónica novela naturalista; para que la preciosa relación de Kay y Viv no tenga que ver con bombardeos ni con el hecho de que ambas sean mujeres.
Cuando la contingencia se las arregla para que una novela como esta se vuelva, además de una compleja comunicación privada entre dos personas -un lector chileno lee a una autora británica, un narrador omnisciente describe a un personaje que no sabe lo que quiere-, una explicación de esos eventos ajenos que le llegan a uno en forma de noticias, éstas dejan de ser convencionales, repetidas e insignificantes. La guerra, por ejemplo, no debería dejar indiferente a nadie; pero cada mañana escuchamos las cifras de muertos en Iraq, en Ruanda y en Palestina como si soplara el viento. Sin hablar una sola palabra de actualidad, Ronda nocturna formula una crítica a la guerra contra el terrorismo que hoy llevan a cabo Estados Unidos y Europa: la paz no se obtiene con la violencia, eso es solamente una excusa para vigilar a las minorías de cada nación. No hay épica en Ronda nocturna, donde Duncan y Fraser -que fueron a parar a la cárcel por negarse a entrar en el ejército- se meten a la misma cama, asustados por las bombas que se escuchan a poca distancia: sólo hay miedo. La guerra es un fenómeno incomprensible porque, aunque no la declaremos, siempre tendrá lugar; según esta hipótesis escribe Waters. De repente un personaje que vivía en una ciudad se encuentra en medio del campo de batalla, y esa experiencia sólo puede ser contada por un narrador que magnifique la destrucción, la muerte y la ruina, a través de esa mirada nocturna que reclama la novela en su título original inglés (The night watch). Sólo así, en la oscuridad, aquellos que tienen prohibido tocarse en público se pueden tomar de la mano y escapar con vida.
RONDA NOCTURNA. Sarah Waters. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.