ROCKABILLY, de Mike Wilson

ABYECTOS, POSTHUMANOS Y MONSTRUOSOS

 

Rockabilly es la tercera novela de Mike Wilson. Desde El púgil (2008), Zombie (2010) y hasta esta última entrega, el autor ha logrado un derrotero coherente por espacios y cuerpos fronterizos y apocalípticos. Por un lado está la ruina citadina oscura de El púgil o el bosque teñido «de ceniza negra, apocalíptica y muerta» de Zombie; por otro, la escenificación de cuerpos androides, cyborgs o posthumanos. Estos últimos se exponen en Rockabilly a partir de los rasgos físicos de Babyface, que prolonga su cuerpo con un aparato externo, el catéter y la sonda que se desprenden de su vejiga. Es posible desde estas características observar una apuesta y propuesta integradora para una obra –con matices diferenciadores y lineamientos convergentes– que se sitúa en la ciencia ficción, el cyberpunk y las estéticas de lo decadente y lo espantoso.
           Rockabilly es una novela compuesta por escenas fragmentarias semejantes a las de Zombie. Halla cierto eco estructural en Los vivos y los muertos, de Edmundo Paz Soldán, en especial por cierto rasgo fisgón y por la presencia de algunos personajes adolescentes. Estos personajes de Rockabilly bordean la abyección. Y la configuración explícita que hacen de sí mismos lo corrobora. Por ejemplo Suicide Girl, la adolescente de quince años, señala: «estoy en mi dormitorio, mirándome al espejo, tratando que no me dé asco». Por su parte, el monstruoso Babyface comenta: «los chicos de la otra cuadra tienen razón, soy un Gerber grotesco, un asco». La repugnancia que provocan sus cuerpos corre paralelamente a la separación que ellos mismos experimentan respecto a su entorno social, el barrio que habitan, para enfatizar y confirmar la degradación y bajeza generalizada. A la vez, Babyface suma cierta repugnancia bestial, al definirse como un «monstruo cabezón de Gerber» con infantilismo cráneo-facial, y busca construirse como una amalgama de monstruosidad con inmundicia: «me olvido de mi monstruosidad, del peso de mi cabeza, de la fragilidad de mi cuerpo».

          Los cuerpos de Rockabilly, ya planteados como sudorosos y malolientes, están intervenidos o bien mutilados: el homónimo protagonista evidencia un tatuaje, Babyface exhibe sus prótesis clínicas y Bones, el perro que huele el culo a otros personajes, no tiene testículos. Estos organismos exacerban la ostentación física por los líquidos que secretan: la orina por la sonda, la leche desde los pezones de Suicide Girl: «la leche se ve cremosa, rica, la botella está tibia, por un segundo quiero probarla, pero recapacito y pongo cara de asco». Y el sudor que corre por el cuerpo de Rockabilly, sin voz narrativa ―a diferencia de los demás personajes, que narran sus propios episodios―, pero dedicado obsesivamente a excavar un hoyo en el jardín de su casa bajo una voluntad «irrefutable». Mientras lleva a cabo esa acción su cuerpo ofrece otro espectáculo más, el de una mujer tatuada en su espalda que le hace recordar a la autora del dibujo. Cava y cava, una «gota de sudor desciende por sus vértebras [y] el flujo cálido le acaricia el vientre a la pin-up» de su espalda. En la conjunción de dos cuerpos en uno solo, la monstruosidad vigorosa del personaje que le da el título a la novela es opuesta a del personaje de apariencia infantil de sus primeras páginas. En este sentido, Rockabilly exacerba la visualidad como aproximación literaria a un mundo. La mirada articula las acciones de los personajes desde un punto de vista mediado, con la desviación del voyerista. Por un lado se nos muestra que Babyface se excita con Suicide Girl, «esa niña que plaga [sus] sueños». Por otro ella siente un impulso que califica como «pedófilo» cuando observa la cabeza de guagua de él, y simultáneamente se pasa horas espiando a Rockabilly: «Me muerdo el labio y respiro» por él, señala, «o por la pin-up». La totalidad de la narración pasa por el relato detallado y de soslayo de lo que cada cual observa en los otros.
          Con esta novela Mike Wilson continúa su apuesta por una estética de la bajeza, lo sucio y lo grotesco. Wilson hace explícito el asco y repugnancia hacia los objetos, pero por sobre todo hacia los cuerpos. Lo relevante radica en que esta explicitación se acopla en el entramado fragmentario de su propuesta novelística. Así, la fragmentariedad del texto narrativo se articula en la fisura e intervenciones de los cuerpos ya señaladas, y escenifica un doble movimiento: uno centrípeto en torno a un centro donde están los personajes, otro centrífugo que deja cabos sueltos y abiertos. La escritura de Rockabilly, con cierta mesura, logra dar cuenta de una narración y ritmo prudenciales que de tal manera dosifican esa violencia latente en las vidas degradadas de sus personajes.

 

 


Rockabilly. Mike Wilson. Alfaguara: Santiago, 2011.