RAFAEL DENEGRI: AÑOS DE FORMACIÓN Y APRENDIZAJE, de Marcelo Sánchez

TELÉMACO Y LA TELEVISIÓN

 
El siguiente texto fue leído en el lanzamiento de la novela.
Jueves 3 de agosto de 2006, Centro Cultural Alameda, Santiago.


Esta novela corta, primer ejercicio narrativo publicado por Marcelo Sánchez –quien cuenta con un reconocido background como dramaturgo, habiendo participado en importantes actividades de la vida teatral chilena reciente, y publicado en el 2004 una antología de sus obras bajo la sencilla impronta de Dramaturgia 1995-2002–, es indudablemente un excelente inicio para el autor y un placer para el lector. Como muy bien se especifica en el texto de la contratapa, la brevedad inherente a este género de obras es en este caso de “una gran densidad narrativa”, por lo cual –y en atención a que de lo que se trata aquí es de unas palabras de presentación– ensayaré apenas unas pocas observaciones de lectura, dejando de lado por ahora muchas para concentrarme al final en una que me quedo dando vueltas en la cabeza por más tiempo.
           Ciertamente Rafael Denegri: años de formación y aprendizaje se inscribe dentro de una larga tradición dentro del contexto de lo que ayer se llamaba literatura universal. Pertenece de suyo a un árbol genealógico específico: la novela de iniciación, de ritos de pasaje, de superación, de caminos de perfeccionamiento o, como se la conoce en general, el bildunsroman –que aquí adquiere una forma determinada: la metáfora del taller literario y vital. Entre ellas, y sólo para mencionar aquellas que de alguna manera son aludidas en la de Marcelo Sánchez: el Retrato de un artista adolescente de James Joyce, Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, Las penas del joven Werther de J. W. Goethe. Yendo muchísimo más lejos, no nos olvidemos de la mitología griega, la Odisea de Homero con su episodio de Telémaco. Ni tampoco el mundo del cine, el que se ha convertido en el medio a través del cual obtenemos hoy nuestra necesaria dosis de narraciones. Sin ir más lejos, películas como Y tú mamá también de Alfonso Cuarón, o Diarios de motocicleta de Walter Salles.
          Por eso, y sin querer ser pasatista, me atrevería a decir que estamos frente a una novela que nos relata, dentro del marco particular de este tipo de narraciones –el viaje, el conflicto entre generaciones, las agonías del madurar, etcétera–, las aventuras de Telémaco en Santiago. Santiago y su vida urbana y social, no cabe dudas, representa el locus epicéntrico del relato –con su gozne: la provincia, aquí el Sur–, basta recordar el capítulo 5, en el que la conciencia de Denegri desde una micro nos describe, sector por sector, esta “Ciudad de tristeza infinita en sus imposibles ficciones de alegría” (30). De aquí que el mapa urbano que recorta la portada y la contratapa sea más que un mero artilugio de diseño. Un mapa al que no se le puede negar su carga de luto –acentuada por el negro, por el gris y porque encuadra, en el vértice superior derecho, una parte del Cementerio General en Recoleta. El que esté presentado este mapa de cubierta –y la novela en su totalidad– en blanco y negro no sólo es una forma emblemática de transmitir un determinado mensaje, hace también referencia a un tiempo ido, al de la televisión en blanco y negro, y desde él a un pasado extraviado (incluso el mismo título de la novela es un gesto de anacronismo): aquel sin televisión. Pero es a través del personaje –que en términos genéricos aquí sería el héroe, pero que en esta novela no asume ese rango– que nos enteramos del estado de la cuestión citadina.
          Un Telémaco que llega –desde la provincia– a una metrópolis que es y ha sido a su vez provincia de una siempre voluble metrópolis (como todas las capitales latinoamericanas y de otros espacios geográficos, pero que ahora en un mundo globalizado ya no sabe de cuál metrópolis es una mala copia); un joven aspirante a hombre y a escritor –dramaturgo en primer lugar– que arriba a una urbe adoptiva porque la madre real vive en los lares sureños, los de la nostalgia, los del pasado irrecuperable, a la ciudad de Santiago, una especie de Ítaca/Penélope asediada, acosada por los rivales mediáticos del ausente Ulises; a una sociedad dominada por el mundo de la televisión. Un Telémaco criollo, conquistado, colonizado y subalterno que se busca a sí mismo en el proceso de buscar a su padre (para alertarlo de lo que acontece con su madre y la patria amada), un padre ubicuo –el verdadero que se quedó en el Sur, el profesor Estévez (capítulo 6), el multifacético y picaresco médium De La Roa, el poeta nacional Neruda cosificado (capítulo 11), Roof, el padre del teatro nacional, el “verdadero taller” (capítulo 12)– que nunca volverá a comparecer… hasta que Denegri, habiendo alcanzado la orilla de una primera madurez, se convierta en padre al adoptar simbólicamente a la niña de su pareja en el último capítulo, y así se transforme en padre de sí mismo. Telémaco se vuelve Ulises, pero Santiago seguirá asediada y fascinada por su nuevo padre, el Mesías del show sin fin De La Roa, quien ha logrado (idear) lo imposible: hacer de la literatura, ese supuesto espacio de lo indomable, de la libertad de expresión y de la conciencia un reality, que para colmo de males –y en consonancia con el destino del hecho literario– fracasa, queda anulado y marginado. Denegri, hijo al fin y al cabo (y a la fuerza) de su tiempo, que se había sumado a su pesar –aunque no tanto– a este reality show, es redimido de la tragedia con una pausa de simple felicidad cotidiana, un alto ante la ansiedad de ser protagonista de la vida literaria (virtual) y social: “Mañana vería qué hacer. Hoy era feliz allí”. Vuelve a la vida con Rosita y su hija Jessica en un lugar terapéutico de Santiago, los Juegos Diana de San Diego, “donde se estaba bastante bien” por el momento. La pausa del héroe.
          Marcelo Sánchez nos ofrece, en suma, una brevísima pero suficientemente detallada alegoría. Porque tras cada nombre ficticio están los nombres reales del corazón arrítmico de nuestra madre patria, las tres estaciones en una de nuestra pequeña comedia humana, de nuestra inacabada pero inevitable iniciación en esta otra modernidad ya no vanguardista como a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, aunque sí dependiente de los medios de comunicación masivos. Santiago no en cien palabras sino en poco más de cien páginas.

 
 

Rafael Denegri: años de formación y aprendizaje. Marcelo Sánchez. Ediciones Fuera de lugar. Santiago, 2006.