PROYECTO DE OBRAS COMPLETAS, de Rodrigo Lira

Desesperación consonante

 

proyecto_de_obras_completasRodrigo Lira no viene volando, no es un trapecista sin red, no es el Individuo. No vendrá con Héctor Barreto, Alberto Rojas Jiménez, Adolfo Couve y Omar Cáceres a hablarnos de la posteridad, todos ellos se rehusaron a hacerlo. Leer estos poemas como se lee un enigma es tan estéril como buscar el fundamento de una conducta en un diario íntimo. Leer Proyecto de obras completas desde la muerte de Rodrigo Lira es una actividad tan vanidosa que mejor es no llamarla lectura. Quienes exijan clarividencia en el acto más desesperado y patético podrán contrariarse con el pequeño epígrafe de esta segunda edición, que confirma cuánto de pasatiempo emocional tiene la literatura.

            El título es la clave de lectura, la manera cierta en que Lira, el yo literario o ambos, quiso que se recibieran sus poemas. Esto, que parece natural, desmiente desde el principio otro mito acerca de su poesía como un discurso dificultoso, para iniciados, es decir para poetas profesionales y estudiosos de Lira. Una hojeada rápida por la superficie tipográfica de varios de estos poemas los hace parecer más caligramáticos de lo que son, más intertextuales, más orales, más antipoéticos y más barrocos de lo que son. Al leerlos con tiempo y distancia entre sí, como poemas que son, se vuelve a la clave evidente del título, donde se muestra en toda su singular fisonomía el yo. Sin falso pudor y con escepticismo de la teoría literaria que campeaba en su tiempo, a fuerza de desaliento emocional, existe una voz omnipresente en todos los poemas que declara su ambición de alcanzar diferentes registros en la escritura —por eso el plural del título—, de que estos registros conformen producciones laboriosamente redondeadas, con principio, fin y recepción tradicional —por eso el sustantivo “obras” y no textos, por ejemplo—, y de que estas obras reciban un reconocimiento masivo, crítico e histórico tal que deban ser recopiladas en tomos de “obra completa”, para su debido examen conjunto.

Sin embargo, a esta ambición de convertirse en un clásico se le enfrenta otro rasgo igualmente característico de la voz de Lira, que es la precariedad. La expresión de la falla, del defecto, de la anomalía queda manifiesta en el carácter provisorio de su escritura. Esa sensación de que se está leyendo el cuaderno de poemas de un genio, el esqueleto de una obra maestra, es la que busca transmitir la voz de Lira. Se entiende así, un poco, la mala lectura que ha tenido, pues el murmullo que acompaña el transcurrir de los versos es el mismo que uno tiene ante una ruina, frente a un edificio que no se terminó o ante cualquier final: ¿qué hubiera pasado si? ¿Quién decidió mostrar esto en vez de dejarlo entre los recuerdos, y qué es lo que permaneció guardado y por qué?

Uno de los encantos de este libro es su absoluta conciencia formal y, a pesar de ello, su voluntad de imperfección. ¿Por qué el maestro de ajedrez, que conoce la mayoría de las jugadas, escogería perder ante un aficionado? Porque ya ha perdido, antes de sentarse frente a las piezas había sido derrotado en un enfrentamiento que realmente le importaba. Puede ser una respuesta. En uno de sus poemas, Lira llama a este movimiento de tiro y retiro “la escritura exasperada”, frase que encierra la paradoja entre el necesario control que exige escribir y la inefabilidad de la desesperación. Sabemos cómo se resolvió la paradoja. Con la publicación de un libro que se divide en dos partes.

En la primera, la voz de Lira formula su voluntad de clasicismo: integrar la mayor parte de discursos vivos en una suma del espacio y el tiempo que le tocó experimentar. El discurso dolido del desamor y la insatisfacción erótica, el discurso administrativo de las desproporciones socioeconómicas, el manierismo de la metapoesía, los tecnicismos de la debacle ecológica, el inventario de la desolación urbana, la parodia de la afirmación del yo poético. Desde el principio, sin embargo, el intento de “completar sus obras” está siendo erosionado por el escepticismo de constatar que lo que se escribe es sólo un “proyecto”. Este escepticismo comienza a incluir largas dedicatorias y epígrafes, progresivamente va modificando la disposición convencional de los versos y el yo se disuelve en una serie de bromas obligadas a costa de Neruda, Parra, de Rokha, “Huedobro” y Lihn. Un escepticismo demasiado transparente para ser llamado ironía: aquí el objeto de la controversia no es siquiera la poesía, sino el yo que intentó validarse con ella, el sujeto que habla y habla porque necesita que alguien lo escuche.

La segunda parte agrupa otros intentos de posteridad, otras maneras de alimentar la esperanza literaria de permanencia por medio de la palabra. Los poemas ya no quieren ser ensayos sobre la realidad discursiva y el cuerpo del yo, “un cuerpo en aceptable estado, con las capacidades de ver y mirar, oír y escuchar, palpar y tocar, oler, gustar y saborear” abandona el escenario. No habrá muchos más chistes, pero queda el sonido de la voz sobre la página, la inflexión ronca de quien ha reído o llorado mucho. “Nil Novi Sub Sole”, se titula el primero de los poemas fónicos. De vez en cuando reaparecen las imágenes irónicas provenientes de distintos discursos, pero prevalece la combinatoria de vocales, la enumeración demencial, los ejercicios de estilo consonántico, la prosa, las composiciones de siglas, los juegos tipográficos, el deseo de oralidad. La obra poética que quería ser completa ha sido fragmentada por su carácter provisorio, por la exasperación, hasta su mínimo principio. Cuando la materialidad sonora parece haberse convertido, por fin, en la residencia del yo de Lira, el último poema anuncia que se trató de un último esfuerzo:

“EN EL LÍMITE del lenguaje                                                                                                                                                                                                       me canso.”

 


 PROYECTO DE OBRAS COMPLETAS. Rodrigo Lira. Editorial Universitaria. Santiago, 2003.