En su tiempo, la obra de Henry Miller fue catalogada por la crítica canónica como pornográfica. En su ensayo La obscenidad y la ley de reflexión, Miller dice: "La pregunta que con más insistencia se formula a quien escribe literatura obscena es la siguiente: ¿Qué necesidad tiene usted de usar este lenguaje?". Así, la pregunta la podríamos extender al argentino Ramón Paz es: ¿por qué el héroe porno habita o intenta situarse en un discurso literario que para muchos debiera ser pulcro?
Pornosonetos es una propuesta que intenta adentrase en uno de los tabúes y pudores que hacen sonrojar a la sociedad: el sexo. Al leer este breve poemario asistimos a la puesta en jaque del discurso amoroso limpio y púdico que impone la poesía amorosa y la que intenta ser algo más osada como la erótica, la que nunca deja de caer en lugares comunes o visiones algo cursis. El gesto de Paz es sobreponerse a la forma de ver el amor y el sexo, proponiendo una postura más agresiva y menos sensual. Más porno.
No obstante, creo que la porno-poética de Pornosonetos y el lenguaje utilizado para concretarla, más que llevar al lector a la vergüenza, lo lleva hacia la risa. Creo que, si bien hay dejos de humor o ironía bien logrados, estos se dispersan y no logran configurar una propuesta totalmente iconoclasta con el canon amoroso y erótico. Solo un lector ultraingenuo y conservador podría sonrojarse con estos versos. Por el contrario, el lector ligado al comic o al porno explícito como subgénero cinematográfico sabe que verdaderamente estos Pornosonetos no hacen cosquillas, pero que sí pueden molestar al canon, ese que se eriza con los poemas de amor de nuestros Pablo Neruda o Gonzalo Rojas.
Este poemario desacraliza el santo vinculo carnal -algo lascivo-, vedado y velado por el discurso erótico-pacato oficial. A la vez, lanza dardos hacia quienes obstaculizan la apertura del discurso, y lo hace para que "se mojen pablos y prudencios". Toma el soneto, recuperando su estructura y métrica endecasílaba, hasta llegar a la parodia del soneto que habla del amor como acto elevado. Por el contrario, ahora lo sitúa en un mundo menos divino, si alguien quiere, grotesco y obsceno: "hay días que las tetas me persiguen". El absurdo y la mente de este hablante pornopoético da marcha a un lenguaje y anhelo de sexo explícito -tomado del cine porno que utiliza el primer plano y detalle para exacerbar el objeto-: "yo me quiero morir arrinconado/ por un par de tetas sepultado". De esta manera, se deja de lado la metáfora en cada verso y el gesto rupturista se evidencia en el modo de actuar y enunciar léxico por parte del hablante: tetas, paraguayas, polvos, pajas, las pelotas, chupó, forrito. Recurre a figuras literarias algo concretas: las metáforas vagina/selva oscura o leche/semen; la comparación tetas/globos, y la sinestesia "olor a culo". La poesía pierde el aura -podría ser la virginidad- totalmente. Pero en realidad no es su primera vez.
El hablante también está en un proceso de aprendizaje, pudiendo ser un héroe del bildungsroman: "qué amígdalas qué lengua tan rosada/ yo juro que hasta ayer no sabía nada". En este aspecto, es la mujer la que toma el rol de instructora y si bien su cuerpo es parte vital del anhelo de este pornohablante, está tan instrumentalizado como el de él mismo. Esto último queda patente cuando se muestra como sujeto onanista -categoría foucaultiana que habla del sujeto paria entregado al autoplacer-: "entréguese a la paja y prenda un pucho"; o "yo que he sido abusado por mí mismo/ por mi mano tirana e impaciente". Incluso, el pornohablante llega a ironizar con su precaria situación de sexomaniaco que por necesidad lo lleva hasta la tergiversación sexual nocturna: "el polvo fue aceptable lo confieso/ pero ella parecía medio travieso". Un rito de carnavalización cuyo intercambio de máscaras es parte de un ritual festivo constante.
Esta bien, esta poesía no le va a gustar a la mayoría. Y pueden tener razón, le faltó algo a Paz para hacerla más contundente e hiriente. Pero qué importa, el héroe porno está y ha llegado para quedarse junto a sus compañeros prudencios y también con otros más osados que esperan habitar la literatura.
PORNOSONETOS. Ramón Paz. Ediciones Eloísa Cartonera, 2004.