PERRO!, SEGUIDA DE LULÚ, de Ana Harcha

LADRIDOS DE MADRUGADA


perroEl teatro existe en la multitud, no así el texto teatral, tan íntimo como la literatura. Entonces, ¿es posible escribir, leer teatro? ¿Ha asistido usted a alguna función de teatro introspectivo? Probablemente (si le interesa el libro que propició esta nota), sobre todo en estos últimos años. Entonces yo debiera comenzar a hablar del cambio de foco que ha experimentado la dramaturgia chilena -aquella de la que sé algo, muy poco- en los pasados cien años, desde la obsesión pública a la obsesión privada, remitirme a Acevedo Hernández, Egon Wolff y luego a Jorge Díaz y Galemiri, o bien declamar que Chejov y Stanislavsky y el cuerpo y la teatralidad y bla bla bla bla. Pero no. Intentaré comunicar mi lectura de un texto teatral en vez de montarlo mentalmente, con actores cuyas caras son las de mis amigos, con un escenario que es el patio que veo desde la ventana donde escribo esto y la ampolleta súbitamente se transforma en un foco que descubre el aterciopelado pliegue de la cortina roja. Cae el telón, abro el libro. Pero antes, una digresión.

            En la antigua Grecia la dramaturgia no debe haber sido parásita de la performance, de la intervención pública o del pasatiempo, como ahora, ni de las leyes de verosimilitud temporal del relato clásico, como en los siglos que precedieron a este. Lo que me imagino es que Sófocles era un músico con opinión para todo. Así, los textos que escribía para sus tragedias eran coros, estribillos, versos dependientes de las estructuras musicales que conmovían a los atenienses hasta los gritos. Ya en los Autos de la Edad Media, el texto teatral perdió el vínculo directo con la música, conservando eso sí sus estructuras líricas, que progresivamente se volcaron hacia el relato y sus progresiones a través del diálogo. Así, mientras la lírica y la épica se iban transformando en las actuales poesía y narrativa, integrando a sus posibilidades expresivas la mayor cantidad de discursos disponibles por medio del hablante lírico y el narrador, respectivamente, la dramaturgia descomponía más y más sus formas en función de la espectacularidad del teatro. El libro Perro!, seguido de Lulú, de Ana Harcha -es decir la suma de los textos dramáticos, el prólogo y el post-scriptum que están contenidos- es un elogio de la escritura como forma artística acabada en sí misma, independiente de sus citas e interpretaciones, sólo una de la cuales sería el montaje teatral.

            En Perro!, el primero de los textos, Ana Harcha experimenta con la manipulación de aquello que -superados hace tiempo los tres actos aristotélicos- otorgaría dramaticidad a un texto literario: el diálogo. La manipulación está en aparentemente conservar el elemento básico del teatro, que es el personaje, pero despojándolo de individualidad discursiva. Los dos personajes, el Kaiser y la Mujer, no enfrentan dos visiones de mundo, dos narraciones, dos registros, ni siquiera dos turnos de habla; no se enfrentan, porque no pueden diferenciarse. Ambos expresan aleatoriamente -a veces sólo son consecutivos en el tiempo, a veces son complementarios, a veces se superponen o se anulan- distintas zonas de lenguaje de un mismo estado de ánimo: la ira. Harcha también incluye un personaje llamado El Apuntador, quien se convierte en una instancia meramente rítmica, para así indicar que el texto es autoconsciente en su búsqueda de expresividad. Lejos de la añeja consideración del texto dramático como un libreto, Perro! se acerca a la poesía de vanguardia -a la música y a la plástica, por extensión-, en su opacidad de significado, en la materialidad sensorial que toman las palabras, como un grito.

        Ahora permítaseme una digresión final. Para escribir esta nota esperé a que llegara la noche, con su silencio y su tranquilidad. Sin embargo, un perro del vecindario lleva por lo menos cuarenta minutos ladrando. A veces ladra toda la noche y entonces, en vez de descansar, de despejarme, cada ladrido se vuelve una obsesión. Presumo que no es casual la coincidencia entre el título del libro de Harcha y el momento de escritura de esta nota. La ambición de esta dramaturga no es mostrar ni contar, sino alcanzar la neutralidad de un texto, una opacidad tal que los sonidos de las palabras, o su tipografía, emerjan dolorosos en el silencio de la sala, en el blanco de la página, como ladridos distantes de un perro en la madrugada.

 

 


PERRO!, SEGUIDA DE LULÚ. Ana Harcha. Ediciones Ciertopez. Santiago, 2005. 104 páginas.