PENSAMIENTOS Y RIVAROLIANAS, de Antoine de Rivarol

JEROGLÍFICOS DEL SENTIDO COMÚN

  

pensamientos_y_rivarolianas1Internarse en el mundo revelado por Antoine de Rivarol se parece al pasatiempo de entrar a una postal encontrada en un museo, no sólo porque parece enviado desde un espacio y una época lejana desde donde se ha fabricado la postal, como si fuera un pedazo de un lienzo -un retazo de ese aura del que hablaba Walter Benjamin-, al que nosotros -a mí, esta lectora-, no puede causar más que una admiración jeroglífica, sino porque aparece privado de algo con que nacimos y que parece, a estas alturas, algo propio del ser humano. Antoine de Rivarol pertenece a otro tiempo -el siglo XVIII-, otro país -Francia-, otro sistema de pensamiento -neoclasicismo-, desarrolló sus negocios en otro ámbito -los salones parisinos- y usó el lenguaje de manera muy diferente: para expresar ingeniosamente a sus pares, siempre más tontos o lentos que él, aquello que parecía describir al ser humano en general, un cierto sentido común.

            Pensamientos y rivarolianas: este último sustantivo quiere expresar la gracia única de este conde falso, una cierta forma de pensar, platónica también, pero antes que eso de un humor confrontacional. Es un estilo que quiere expresar las opiniones incisivamente a la cara de quien se quiere criticar, convirtiendo así al interlocutor individual -la gente de sociedad- en representante de un estereotipo, del francés, del europeo, de aquel que está en la cresta de la ola -a la cabeza de un imperio-, pero que es también el tonto, el ridículo, el ciego. El mundo al revés, el germen de un vicio. Pero también son rivarolianas por el tipo de hablante: el que dice con humor, pero que nace de una contradicción; quien se jacta en medio de una aglomeración de ser un misántropo. Ser Rivarol: participar en los salones donde se juntan los burgueses, codearse con los nobles -el arribista-, y para conseguirlo ostentar un título prestado que luego, simplemente, se falsifica. A la vez reírse de ellos en sus caras, provocando pasiones y envidias en los salones burgueses y aristocráticos, en las calles populares con la revolución ad portas; Rivarol parece concentrar esas fuerzas ebullentes como si se quisiera ser el agua de la olla: ama lo que odia, desea lo que desprecia. El humor muy de una época, de apogeo, de cansancio, es la risa satírica; un caso clínico que define la crítica moderna. Tal vez sea justamente esta levedad única para expresar juicios sobre una sociedad lo que provocó que en esta edición de la Editorial Periférica se ubique a Rivarol al lado de pensadores como Voltaire y escritores como Chateaubriand, figuras permanentes del canon literario y filosófico.

            Una lectura actual de estos aforismos -errónea, consciente de la Historia y de las historias ajenas, por lo mismo menos preocupada de ella, acostumbrada a la ironía, a la comedia, al abuso del ingenio en los guiones televisivos, a la identidad de clase, de etnia, de cuánto cada una de esas cosas significan, a vivir en un siglo donde pocas cosas sagradas quedaron-, se pregunta por Rivarol, el personaje. Así, de este librito emergen concentrados no ya pensamientos reveladores convertidos en frases célebres, sino situaciones únicas, personajes e, incluso, ciclos argumentales completos que dichos en clave de humor -como fetiches del ingenio- resultan hoy propicios para una sugerente ficción: "Los propios medios que vuelven a un hombre apto para hacer fortuna le impiden gozar de ésta"; "No mientas nunca a alguien en quien deseas tener confianza. Desde que le digas la primera mentira, te costará mucho creerle"; "El avaro se burla del pródigo, el pródigo del avaro; el incrédulo del devoto, el devoto del incrédulo: se toman recíprocamente por tramposos"; "En moral perecemos a través de crímenes, y en política a través de errores".     

 

 


PENSAMIENTOS Y RIVAROLIANAS. Antoine de Rivarol. Editorial Periférica. Cáceres, 2006.