DE LAS CATÁSTROFES Y POESÍA
Hay muchas cuestiones que hacen que el pensamiento de Walter Benjamin carezca de la caducidad que pena sobre la obra de ciertos autores: la manera críptica, visionaria y anti elegíaca con que este pensador judeo-alemán miraba a su época y el estilo fragmentario que asumen sus escritos. Estas cuestiones obligan a releerlo varias veces modulando distintas interpretaciones que difícilmente pueden cerrar el escrito, tal como si éste fuera un poema. Capturando la idea por medio de la cual los románticos alemanes dieron cabida a la creación en el desarrollo de la crítica literaria, tal como se puede leer en El concepto de crítica en el romanticismo alemán, Walter Benjamin asume en sus escritos total poder autorial, sometiendo libremente a su voluntad creadora todo intertexto que se inmiscuya en él, dando un uso propio y complejo al proceso del citar.
Benjamin pensó sobre su época a través de la historia, retomando muchos hilos culturales que se habían abandonado a lo largo de la historia de Occidente a favor de la moral cristiana. Como representante de una época en la cual existió un renacer del pensamiento religioso -rescatando una antigua pugna entre judíos y cristianos-, Benjamin optó por recuperar ideas presentes en el pensamiento judío que podrían ayudar a releer los conceptos de historia, de fin, catástrofe y redención. Sin duda su camino fue singular: a diferencia de su maestro Franz Rosenzweig y su amigo Gershom Scholem, el camino de la redención para Benjamin fue iluminado por la revolución bajo un prisma alejado del ideal de utopía que provocaba una lectura vacía del futuro, tal como propone en sus Tesis sobre historia.
Parque Central nos ubica en un Benjamin que escribe desde el exilio en París. Esta traducción de Ronald Kay es la primera en español de una de las tres partes destinadas a conformar Los Pasajes de París, proyecto inconcluso mediante el cual Benjamin analizaba bajo el lente de escritores, héroes singulares, palabras, sitios, etcétera, los derroteros de una época tal como se veía en París, la capital del siglo XIX, donde fueron decantando los distintos cambios que se harían sentir hacia el fin de la época moderna. Parque Central reúne las últimas concentradas reflexiones de Benjamín sobre el París de Baudelaire, figura emblemática de este cambio que se tradujo en la escritura "satánica" -contraria a los valores católicos- de Fleurs du mal, y en la nueva figura del poeta prostituido.
Sin duda la mirada que reluce en Parque Central sobre la modernidad tiene su centro en una relectura de la alegoría y la melancolía, tal como la había expresado Benjamin en su texto El origen del drama barroco alemán. Si bien se trata del mismo taedium vitae que habría cruzado milenios en los así llamados temples melancólicos, su contraste con el spleen moderno está en la conciencia con que se aliena del entorno. El sujeto que mira el momento actual a través de la óptica del spleen mira a su alrededor con distanciamiento, como si éste fuera ya parte del pasado. El mundo se presenta para él como un mundo de ruinas, donde la catástrofe ha arrasado el momento actual: es esta visión la que produce en el ánimo del melancólico moderno la intención alegórica. Si el camino del melancólico se traduce en anticipar el fin en el presente, las alegorías funcionan como la petrificación de ese momento de su historia.
La diferencia de la alegoría barroca y la de Baudelaire radica en el poder destructor de la alegoría de este último: su criminalidad resulta de una ardiente noción crítica respecto a los valores de su época. El mecanismo utilizado es arrancar a los objetos de sus relaciones habituales para ponerlos bajo la perspectiva de la mercancía, la cual supone una nueva manera de evaluar los objetos en el mundo: si en la alegoría los objetos son parte del proceso de reconstrucción de un sentido que apunta al trasfondo de las creencias del Occidente cristiano, el objeto como mercancía cobra valor de cambio bajo la luz de la exhibición en una vitrina. Esta superación articula un nuevo espacio del objeto en la ciudad moderna, de donde emergen los nuevos medios de producción contra el cual el arte debe competir. Como escribe Benjamin: "El mundo de los objetos en torno al hombre toma cada vez más descaradamente la expresión de la mercancía. Simultáneamente la publicidad empieza a revestir de brillo el carácter mercantil de las cosas. A la transfiguración falaz del mundo mercantil se viene a contraponer su dislocación en lo alegórico. La mercancía busca mirarse a sí misma en la cara. Celebra su encarnación en la puta".
Las reflexiones en torno a la historia se complementan con la pregunta sobre la manera como mutó la integración de la mujer en la sociedad con la llegada de la modernidad. La prostituta, como la lesbiana y la andrógina, denotan la separación de la antigua imagen lírica y procreadora de la mujer en aquel modelo condenado a un fin próximo -final que fue la Primera Guerra Mundial para la sociedad del siglo XIX. Constituye éste el reverso de otro fenómeno presente en la lectura de Fleurs du mal que hace Benjamin: la impotencia masculina prefigura la catástrofe de un logos constituido por la Ilustración y el Idealismo, cuyo centro está en la idea de progreso y las fuerzas productivas que conlleva.
Asimismo, la imagen de la prostituta le sirve a Benjamin para conformar la imagen del poeta dentro del arcano moderno: "Baudelaire terminó por incluirse a sí mismo en la venta. Se ofreció como yapa de su obra, certificando así con su persona hasta el final lo que pensaba de la necesidad ineludible para el poeta de prostituirse". Según Benjamin, el comportamiento de Baudelaire en su vida -considerado como momentos que iluminan su poesía- ofrece varias aristas que considerar: la expansión del mercado obligó al poeta a integrarse a su ley y Baudelaire fue el primero en hacerlo; "en Baudelaire el poeta proclama por primera vez su derecho a un valor de exhibición. Baudelaire fue su propio empresario". Así, el poeta francés profetiza el declinar de una tradición que arrastra la figura del poeta hacia ese fin: su rol de vate va adquiriendo el carácter de bufón a medida que su entorno se ha convertido en una sociedad que ya no precisa del poeta. Bajo esta perspectiva, Baudelaire funda un nuevo modo de insertar la obra de arte en el mundo moderno. Esto es, dentro del mercado y privado de su aura.
Benjamin, sin duda, ve en Baudelaire la prefiguración de su propio pensamiento y de su propia crítica hacia la modernidad: el spleen, como "sentimiento que corresponde a la catástrofe en permanencia", se encuentra en la conformación tanto del temple del poeta moderno como del pensador que se aboca a ella. Este último, en la perspectiva de Benjamin, tiene un cometido que es expresado mediante una comparación: la mirada de la historia corresponde a un ordenamiento como el que existe en el caleidoscopio que un niño mira, "a quien en cada nueva vuelta se le derrumba todo lo ordenado con un nuevo orden"; así, en un momento dado de la historia "los conceptos de los que detentan el poder han sido en todo tiempo los espejos gracias a los cuales se ha constituido la imagen de un ‘orden' ". La llamada de Benjamin a los pensadores es a hacer añicos el caleidoscopio y mirar la realidad directamente, desmitificada, desengañándose. En este sentido se puede entender cómo entra en el sistema trazado en Parque Central la idea de salvación, a partir del único fragmento en el texto que se refiere a ella: "La salvación se atiene a la pequeña falla en la catástrofe continua". Estas reflexiones se inscriben lúcidamente en un medio como el de hoy, que ha llevado hasta las últimas consecuencias el valor de cambio de los objetos, de los poetas, de las mujeres y del arte; miran directamente a los ojos de la publicidad que somete el entorno y sus protagonistas a un juego inútil, desgastado y siniestro de apariencias.
PARQUE
CENTRAL. Walter Benjamin. Traducción de Ronald Kay. Ediciones Metales Pesados.
Santiago, 2005.