Otra vez: conjuro a la patofobia

patos en la calle

Hace veinte años comencé a hacerles a los lectores de Puerto Rico una brujería. Los hebreos descubrieron que la creación literaria es un encantamiento que domina las cosas, la representación verbal atrapa la realidad, y domina a los dioses y a los demonios que habitan en ella. Los sabios del cábala descubrieron que las palabras y la genialidad de la creación literaria dan a luz ángeles independientes del enunciante. Inteligencias incorpóreas, aladas, que surgen de la combinación de las letras, la caligrafía y la sabiduría que expresan los textos.

Le pedí al Sol que me ayudara a perdonar veinte años de patofobia, de acosos, de puños, físicos y verbales, de tapabocas y de bulling, pero el perdón siempre me ha parecido un ejercicio hipócrita e imposible, un acto no genuino, que la Cristiandad y la psicología nos imponen como panacea y castigo. Él me respondió con claridad: Si no puedes perdonar, escribe. De ahí nació La patografía.

Quise escribir un libro que cambiara a Puerto Rico. Le decía a todo el mundo: Si una sola persona lee La patografía y deja de ser homofóbico, mi novela habrá logrado su objetivo. Ese fue mi conjuro. Se la ofrecí a la diosa Oyá, orixa de los cambios radicales y a Eleguá, el demiurgo que nos abre todos los caminos. Y la lancé al mundo, como el brujo que lanza un encantamiento al aire, lleno de dudas y a veces sin fe, con ese grave temor que sólo los santeros conocemos, que me da cuando recomiendo una magia y temo que no funcione, o cuando me falla la fe. Como buen hechicero postmoderno, me acompañan siempre la incredulidad y la duda.

Soñé también regresar, como el intelectual que se educa en universidades imperiales y que vuelve a su Isla, colonizador intelectual, a leer un paper académico en el Caribe Hilton. Pero he cometido muchísimos errores, y la experiencia personal del HIV, de la promiscuidad radical y de las adicciones, me han privado de la fuerza moral para pastorear, para ser el mesías gay o el maestro espiritual de nadie.

Por eso quisiera que este conversatorio girara alrededor de lo siguiente: ¿Cómo vamos a sanar las heridas, visibles e invisibles, que la patofobia nos ha causado? ¿Qué tipo de Puerto Rico vamos a escribir y a soñar? ¿Cómo, a partir de narrar el Puerto Rico que sufrimos, podemos proponer el Puerto Rico que soñamos?

La lucha por nuestros derechos ha sido más que nada una lucha espiritual campal que llevamos primordialmente contra las fuerzas de la Cristiandad. Una religión que ha convertido un libro sagrado, la Biblia, en un arma de terror contra las mujeres, los LGBT y contra todo aquel que no piensa como ellos. Una religión que intentó destruir las espiritualidades de nuestros antepasados judíos, africanos e indoamericanos. Donde quiera que sembró la cruz, ha cosechado destrucción, expolio, intolerancia y genocidios. Una religión que desde niños nos ha inculcado a odiarnos y a internalizar la homofobia. Una religión que ha convertido a su dios en un opresor. Las iglesias cristianas nos han rechazado y hemos sufrido discrimen, nos han condenado, excluido, en muchos países nos matan o, peor, dicen que nos aman cuando al mismo tiempo nos desean públicamente que su dios nos extermine con plagas apocalípticas.

¿Qué pasará el día después de que se legalice el matrimonio gay? ¿Qué sucederá cuando alcancemos todos los derechos habidos y por haber? ¿Y cómo nuestra experiencia puede abonar a las nuevas generaciones de escritores, que no necesariamente tienen que ser LGBT?

La alta incidencia de adicciones en la comunidad LGBT, tema del cual apenas se habla, y mucho menos en Puerto Rico, me preocupa sobremanera. Este es un país donde el alcoholismo es prácticamente la base de los actos de violencia que se ejercen hacia la mujer, hacia los LGBT, es la base del abuso sexual y físico, sin embargo, nunca consideramos al alcoholismo como un “silent killer.” Al contrario, celebramos abiertamente cuanto podemos beber y fumar, nos sentimos orgullosos de cuanto podemos autodestruirnos. La cultura puertorriqueña es profundamente homofóbica y profundamente alcohólica.

Nuestra lucha y la adquisición de derechos y libertades no pueden darse en el vacío, y no prosperará si Puerto Rico continúa asfixiado por una crisis económica. Esto es lo segundo que me preocupa. Las crisis económicas van acompañadas del empobrecimiento cultural de los explotados, en este caso, todos nosotros. Y en un ambiente de pobreza y de asfixie permanente, ningún derecho humano puede florecer.

Señalo: las grandes revoluciones políticas que han ocurrido en el mundo siempre van acompañadas de revoluciones espirituales profundas. También señalo que todas las grandes culturas del mundo han intentado cartografiar el mundo interior y los procesos de sanación que los acompañan. Espero que la nuestra no sea la excepción. Por eso me atreví preguntarle al Ángel del Tarot cual horizonte literario y espiritual debía trazar para la comunidad LGBT de Puerto Rico. Esta fue su respuesta.

¿Dónde encontraremos la fuerza interna necesaria para salir de esta crisis? Nos sale al encuentro el Ángel de la Muerte, la diosa Oyá, diosa de los cambios drásticos, de la revolución, y de todos los movimientos ideológicos y políticos que acompañan la humanidad. Aunque es sincretizada con la Virgen de la Candelaria, Madonna Negra de las Islas Canarias, nada tiene que ver con la Virgen María, porque Oyá es la diosa de la muerte, de la putrefacción, de la menstruación. Ella es la diosa Kali de los Hindúes. Diosa de los vientos huracanados. Ella es una diosa guerrera, en una mano lleva un machete, en la otra un rabo para espantar las moscas y como un dragón, echa fuego por la boca, fuego que le robó a Changó, y que utiliza para quemar todo lo inservible. Su principio es que la vida no puede existir sin la muerte, y que todo tiene que tener un fin. Ella nos motiva a luchar, a salir del clóset, y, con todas las fuerzas de una madre guerrera, a crear un mundo mejor para las generaciones futuras. Ella es la diosa de los cambios que rigen el siglo XXI, porque no podemos continuar con un mundo que beneficie exclusivamente a un puñado de banqueros. Ella viene a cambiar las reglas del juego. Ni tan siquiera los obispos podrán detener los cambios que nos traerá la diosa Oyá.

Además, hemos sobrevivido a la epidemia del SIDA, y muchas de las grandes obras literarias se han escrito a raíz de las pandemias mundiales. Esto nos ha fortalecido y a través de la palabra podemos contribuir a problematizar y a enfrentar los retos que nos han traído la posibilidad del no sobrevivir.

¿A qué fuerzas externas nos enfrentamos? Nos sale al revés la baraja de la Justicia. Desde pequeños confrontamos un sistema de Justicia que nos criminalizó, benefactor y protector exclusivo de los heterosexuales y de los privilegios del patriarcado. Esa constitución y esas leyes benefician y protegen los intereses de los ricos y de los inversionistas de sabe-Dios-dónde. Como gays y lesbianas puertorriqueños conocemos bien a fondo lo difícil, pero no imposible, que ha sido combatir las cortes homofóbicas de nuestro país. Hemos aprendido a batallar con nuestro intelecto y con nuestra sed de justicia. Golpeamos las puertas de la Justica hasta que entramos. Esa misma fuerza la van a necesitar los puertorriqueños en estos días, si en verdad quieren crear una sociedad que beneficie a todos y que garantice un techo seguro y accesible, una educación de altura y gratuita y un sistema gratis de salud. No menos de eso nos merecemos.

¿A qué le tememos? El seis de copas nos sale al revés. Espero no le tengamos miedo al compartir, a la compasión y a los sistemas sociales que provean la igualdad para todos. ¿Cómo sería Puerto Rico si todos tuviéramos una vivienda sin hipotecas, que no se la debiéramos a nadie? ¿Cómo sería Puerto Rico con una educación de primer mundo que no costara nada? ¿Si nuestros hijos e hijas no tuvieran que ir a perder la vida en guerras injustas que ni tan siquiera son nuestras? ¿Si aprendiéramos a vivir y a ser feliz con lo que tenemos?

Al final, nos sale al encuentro el Emperador al revés, y se lo dije. Mi intención fue herir mortalmente a la patofobia puertorriqueña. Espero haberlo hecho con todo lo que he escrito. Hoy los conjuro otra vez. Deseo que ustedes, con la ayuda, el amor y la dulzura de las diosas africanas encuentren la sanación. Que ellas sanen las heridas que les produjo la patofobia. Y con la fuerza y bajo la inspiración de la diosa Oyá boten fuego por la boca y aprovechen esta crisis, no sólo para narrar lo que sufrimos, sino para escribir y soñar con la tormenta perfecta que descocote el imperio de la ideología cristiana, patriarcal y capitalista que tanto daño le está haciendo a este mundo.

 

Leído el 2 de junio de 2015 en el CliQ, Primer Congreso de Literatura Queer de Puerto Rico (Universidad de Puerto Rico, Recinto de Carolina)

CLIQ