ORNAMENTO, de Juan Cárdenas

Lo que la guacherna quiere decir

JUAN CARDERNAS ORNAMENTO.cdr¿Realmente alguien puede decir que en cualquier mundo humano organizado por discursos y por textos –por el contrato, el mensaje telefónico, la Constitución, la boleta y la factura, el informe y el pasaporte– las palabras son menos importantes que las imágenes? Mientras podamos discutirlo con palabras, no está zanjado el asunto; en cambio una imagen del problema elimina cualquier duda. Tal vez el lugar común de la infalibilidad del ojo tenga que ver con la pulsión por acceder alguna vez a lo que no sea este sistema humano injusto en que estamos debatiéndonos ahora mismo. Tengo ganas de copiarle a esta novela, Ornamento de Juan Cárdenas, las páginas donde una ficha médica sirve para definir por comparación entre sí tanto a sus sujetos experimentales –no cabría hablar de personajes cuando no están ya delimitados por descripciones físicas, no remiten a la tradición del nombre propio ni despiertan el deseo de los cuerpos iluminados por la ficción apantallada–, como al investigador que guía el relato:

Ponga aquí su número de lectura:

____

¿Es usted consumidor(a) habitual de novelas?

Sí ___ No___

¿Qué tipo de novelas suele consumir?

_________________________________

¿En comparación con otras novelas, en qué nivel situaría esta?

Superior ___ Igual ___ Inferior ___ Otro: ___

¿Estaría dispuesto(a) a pagar para repetir habitualmente la experiencia con esta novela?

Sí ___ No ___.

Iba a hacer ese ejercicio de diagnóstico para explicitar el rol eminentemente valorativo y estadístico que tiene cualquier reseña literaria, quería poner así sobre la mesa mis afectos, que conozco a su autor y estoy cerca de la editorial que lo publica, cuando al empezar a responder la ficha –es mi tercera lectura– me encuentro con el epígrafe de Adolf Loos y mi comentario se me desvía hacia el ojo, quiere ser objetivo para evitar la injusticia de empezar a decir nosotros esto, nosotros aquello, para no dejar afuera a quienes no llamo: si en términos visuales el ornamento equivale a la retórica del discurso –por la ubicación de las palabras de Loos en este libro–, ¿cómo es la novela latinoamericana, su característica acción persuasiva de la ciudad letrada, en imágenes?

Pero acerquémonos un poco a la página: los caracteres son rayas, curvas, pequeños dibujos que nos dirigen el cuerpo hacia minúsculos recorridos; no es necesario referirme a la ecfrasis y al caligrama para trasmitir el efecto físico que en el primer párrafo de Ornamento me produce leer la frase «clases inferiores» yuxtapuesta a la siguiente «mi consultorio». La retórica que decora y persuade en el discurso del científico, narrador de esta novela, es la del asistencialismo en su doble vertiente sociológica y médica, para abrir la hipótesis más allá del campo personal –denunciemos al tiro como meramente decorativa la autenticidad del yo, la honestidad como valor literario, y demos vuelta la página–: lo que hace Juan Cárdenas aquí es un estudio de casos de subjetividades latinoamericanas que son primero retórica, la colisión de los elementos decorativos de nuestra habla, específicos y funcionales.
La pulsión de creer que hay un orden más en el dibujo de un caracter, en la imagen que está enfrente, en esos cuerpos que se ponen en movimiento, en el ruido que no es idioma para uno todavía y en lo que sea que esté aquí en la pantalla, debe ser la misma que mantiene a quien juega por horas frente a su juguete inanimado, vivo; y usted, ¿por qué lee novelas y ve películas y escucha música? En Ornamento el contrapunto a la ficha médica es la anécdota de uno de los sujetos experimentales, un material cuyo decorado biográfico cualquiera –una familia, una infancia, una casa– y cuya convención estética presentan una consistencia necesaria sólo para que sea quebrada por el primer elemento fuera de lugar en el sistema ornamental humano, lingüístico, y ese elemento es precisamente el objeto de análisis: la mujer, la retórica suya que no puede pertenecerle al observador o lector, cuyo material son «las escenitas» actuadas por figuras de porcelana y que perseguirá la novela como una constante inmanejable, el trauma, la hipótesis que guiará el discurso hasta un efecto de conclusión porque entraña un resultado mucho más satisfactorio que el producto comercial para el cual se monta el experimento. Y tal vez eso que entraña es un nuevo sistema decorativo donde narrador, lector y libro puedan habitar no más cómodamente, sino de partida comunicarse por identificación con ese mero ornamento no funcional, si ubicamos a esa mujer experimental al centro del discurso –como está pidiendo a gritos desde hace siglos– con arreglo de una retórica diferente, de otra decoración: el sistema de la experiencia inauténtica, la acumulación organizada de memorias obtenidas a través de los sentidos alterados por cualquier motivo que no sea la productividad inmedista –¿qué otro fenómeno es la ficción?

La tentativa de Ornamento, a partir del diagnóstico narrativo que realiza en sus primeras páginas, es volver a narrar las comunidades latinoamericanas, la vieja densidad de la ciudad letrada y sus modernismos, el conjunto de subjetividades según la razón norteña –digo, la idea del mundo desde lo alto, lo cristiano, la conciencia singular de la elite– pero invirtiendo la aparente –visible, discutible– superposición en las poblaciones indígenas, esclavizadas, inmigradas desde el campo, obreras, populares, trabajadoras, esa guacherna carente de individualidad. ¿Y qué es la guacherna? El ornamento del discurso de la mujer al centro de la decoración, de la retórica latinoamericana, deja de serlo a mitad de la novela y se vuelve la unidad elemental que reacomoda alrededor suyo el sistema, destruyendo así investigación, romance, mercado, trama y acceso a la conciencia auténtica del narrador, para no volverse amuleto y sí relación con quien considere que las palabras valen; yo, lector de letras, dejo de identificarme y de ser el individuo que justiprecia el decorado, sólo así puedo saltar, pero realmente saltar sin más, en el capítulo siguiente desde la ciudad letrada a los extrarradios y luego de vuelta al espacio experimental, que de repente ya no tiene murallas ni rejas de seguridad, sino que comparte la intemperie: «Dicen los gerentes que se están organizando pandillas de mujeres por todas partes para saquear a cuanto proveedor encuentran […] El otro no quiere ser tan drástico, prefiere que retiremos el producto de los barrios marginales y subamos mucho los precios, para que solo las mujeres ricas puedan comprar la droga. El intelectual trata de no parecer irritado mientras le explica a su hermano que, si hacemos eso, pronto las pandillas van a llegar a invadir los barrios de los ricos».

La siguiente retórica de Ornamento equivaldrá a la experiencia deslimitada –ni radio, ni núcleo, ni extrarradio– de aquello que no puede dejar de circular para al mismo tiempo enriquecer y sobredimensionarse: la alteración del sistema imaginativo no es inmediatamente traducible a violencia, percepción sicoactiva no es lo mismo que estimulación momentánea, hipnosis o sueño; la comunidad del mercado se afirma en esa confusión momentánea, de extender ese momento a todo el tiempo depende su capital y ese carácter efímero ofrece también una mirada, un arte, una literatura de la mirada, una decoración y un relato social a la vista. Ese ornamento tendrá que ser pasajero como el efecto del fármaco y algo más va a quedarse en la lectura: en la novela de Juan Cárdenas se mantiene la experiencia sensible de la pareja como única constante biológica, pulsional, dentro del nuevo orden del narcotráfico. Un diagnóstico puede ser que las palabras sí importan, tanto como las imágenes son controladas por los emprendedores, su ciencia y su química; en una sociedad donde las galerías, museos, casas editoriales y conciertos son laboratorios para lavar el dinero que produce la trata de personas dormidas, digo narcotizadas, narcotráfico como en esta novela significaría movilizarse para pasar el límite de lo estupefaciente y de lo sobreexcitante, distinguir con los sentidos aumentados lo que es decorativo de lo que es estructural, la guacherna de la guacherna.


Ornamento. Juan Cárdenas. Editorial Periférica. Cáceres, 2015.