LOS PERPLEJOS, de Cynthia Rimsky

ERRANTE, AMBICIOSA Y MARAVILLOSA

 

Meses antes de la publicación de Los perplejos dos opiniones deambulaban en mi entorno y metían excesiva bulla a mi futura lectura de la novela. Dos opiniones de personas que habían accedido al manuscrito de la novela. Una daba a entender que la próxima novela –esta– de Cynthia Rimsky era demasiado ambiciosa, por lo tanto, no lograda. Yo asentía. La otra, en cambio, versaba con entusiasmo que la próxima novela –esta– de Cynthia Rimsky era maravillosa, por lo tanto, había que esperarla. Yo asentía. Como asiduo lector de narrativa chilena, ambas opiniones despertaron mi interés. Paciente dejé pasar el tiempo –con otras lecturas entremedio– hasta que el título fuese publicado. Cuando ese momento llegó pensé en esas dos opiniones y de paso observé de reojo la bondadosa difusión de los medios nacionales en sus extensas páginas dedicadas a la literatura, con entrevistas a la autora, una crítica y otra reseña –en el sentido sintético– a la novela. Luego, comencé a leer pensando en que la novela era ambiciosa y maravillosa.

           Los perplejos es una novela de estructura ambiciosa –parafraseando la primera opinión que escuché– que pretende ir urdiendo distintas narraciones y/o planos narrativos, hilándolos como una sola historia, como una sola escena pero con un fondo y escenario distinto, con tiempos y personajes diferentes. Por un lado, una escritora, y por otro, la vida de Maimónides. Una obra ambiciosa que hacia la segunda mitad del relato se vuelve más fragmentada en su intento de amalgamamiento.

           Tres hilos gruesos argumentales pueden ser distinguidos en su lectura. Esto como un claro y evidente intento por hacer abordable la lectura. El primero, el tema del viaje. El segundo, la metaliteratura. Y el tercero, la religión. Todos, de cierta forma, con un denominador común, la búsqueda del ansiado conocimiento, que se deja ver desde la primera página: “No conozco figura más misteriosa que la alegoría, sólo ella permite a un lector como yo salir de la caverna junto a Platón y descubrir que las sombras proyectadas no son la realidad, que lo real está afuera”.

           Como lector el viaje es un tópico que nunca abandono. El viaje es un desplazamiento que llevamos enquistados cultural e individualmente. Es una búsqueda constante. Es un tópico imposible de eludir, junto con las infinitas matrices literarias –históricas, pictóricas, cinematográficas– que se puedan colocar sobre la mesa y que hacen eco a sus ritos y viajes de (de)formación y autoconocimiento, de búsqueda y aventura, históricos, infernales y sicológicos. Es así como resuenan La odisea, El Quijote, La muerte en Venecia, En el camino, El Danubio, La carretera… Y libros de crónicas viajeras. De Rimsky se puede decir, a partir de esta y de sus otras novelas, que es una escritora de viajes, que asume la escritura de sus novelas como tales con un trabajo de investigación en terreno. Sus personajes en la novela también. La narradora-autora recibe una beca para escribir una novela y viaja al sur de Chile para consumar el proyecto. Luego asiste a un congreso sobre Maimónides en Córdoba, España, y se embarca en un periplo por Yugoslavia y otros lugares. En varios pasajes del libro asume la bitácora como forma de mostrar el mundo que está habitando, para enfatizar el paisaje y entorno que la acompaña en los distintos escenarios por los que pasa. En la novela se viaja en bus, en barco, en avión, en tren, a pie. Da lo mismo la forma: se viaja.

           Del gesto anterior se desprende el de escribir y de trabajar una metaliteratura. Un narrador reflexiona sobre el ejercicio de narrar, en este caso sobre embarcarse en una investigación para escribir un libro: “S me pregunta antes de salir cuál es mi método para escribir. ‘Cada vez que leo lo que escribo, en ninguna parte encuentro lo que quise decir’, protesta. Le aconsejo que continúe escribiendo”. Luego sobre la idea de la traducción como ejercicio literario que traduce, lee y reescribe; por lo tanto, que intenta comprender el sentido del texto. De ahí también la mención en Los perplejos a un taller literario para aprendices de escritores financiado, junto con la novela, por la beca del Estado-mecenas. Un mundo de escritores, traductores, lectores, sabios. Escritura de la escritura que desemboca en la reflexión constante sobre el conocimiento, y que vuelve sobre el viaje y avanza hacia la religión. He ahí uno de los mejores logros de esta urdimbre literaria, con tintes ambiciosos y maravillosos.

           Por su parte, el tema de la religión es desarrollado desde el tópico judío, tanto en la narración de la autora como en la de Maimónides. Este tópico se puede leer desde las literaturas de inmigrantes judíos, como analiza desde la academia Rodrigo Cánovas, interesado por la literatura inmigrante en Chile, sobre todo la que da cuenta de la “experiencia identitaria judía” (1). Los lectores de Philip Roth o Michael Chabon también pueden encontrar algunos vínculos desde otras latitudes: la religión y su práctica; la religión y cómo la entienden o malentienden quienes la practican. La interpretación de las Escrituras. El tema de la conversión obligada al Islam: “Los que no obedezcan deberán entregar sus bienes y partir al exilio”. Son cuestiones religiosas que regresan y giran en torno al viaje –el exilio– y la metaliteratura –la lectura e interpretación de textos como caja china de la interpretación que se pone en juego al leer la novela–, una urdimbre literaria con tintes ambiciosos y maravillosos: “últimamente viajamos los que preferimos el destierro a la conversión”.

           Así, en Los perplejos la pregunta por el conocimiento se pone de manifiesto como forma, como camino que conduce a un lugar: “En este exhaustivo camino aprendí a leer con el entendimiento pero olvidé leer con el corazón”. El conocimiento y las señales-caminos que convergen en él. Las luces dentro y fuera de la caverna. La ciencia y la sabiduría se entremezclan, sobre todo en el plano de la historia del siglo XII: “De qué sirve a un filósofo si no tiene un pueblo al cual iluminar”. Llegar a un destino, buscar huellas: “Al desembarcar en Alejandría me es develado que aquello que las almas simples toman por belleza es sabiduría”. Se podría pensar que esta novela se torna ambiciosa y que termina perdiéndose en su búsqueda constante. Puede ser. Sin embargo, esa búsqueda puede ser leída como la idea base del proyecto que se deja ver en el epígrafe, donde se diferencia el viaje de los que se pierden por caminos falsos y el viaje de los que definitivamente van errantes.

           Quizá sea eso lo maravilloso de esta ambiciosa escritura errante.

 

 

 

NOTA

(1) “Voces inmigrantes en el relato chileno: mujeres judías”. Rodrigo Cánovas. Revista chilena de literatura. Nº 68 Santiago, abril, 2006.

 

 

 

 


Los perplejos. Cynthia Rimsky. Sangría Editora. Santiago, 2009.