LOS INCENDIOS, de Alfonso Mallo

EL CARBÓN DE LAS PALABRAS

 

losincendios1Yo mismo siento el arrebatamiento cuando escribo esto; en la pantalla de un computador las palabras son combustibles. Quiéralo o no están escritas para que alguien sienta necesidad de someterlas a transiciones que no parecían castellanas: como quien recoge madera para prender una fogata, las corta, las pega, las sube, las baja, las adjunta, las reenvía, las explora, las escanea. Las comparte con otros y entre todos las van consumiendo.

 

        “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Génesis 11). Los incendios, de Alfonso Mallo, no sólo es la acumulación ampliada de la voz de cada uno de esos seres humanos que habitan la torre de Babel bíblica, sino también la pregunta de cómo efectivamente narrar, de cómo figurar en palabras el momento en que la confusión –un sustantivo abstracto– desciende sobre el espacio físico –las habitaciones, las calles, las plazas, los almacenes, los hoteles, los bares, las fábricas– de estos personajes. La ciudad, sus cuerpos, dice el Génesis, es la única experiencia que estos personajes verdaderamente comparten, no las palabras; cada uno de ellos se relaciona con el otro a través de intercambios físicos: Verzi y Kilewicz permutan papel y tinta por revistas viejas, Verzi trafica vino con Herrera, Herrera se acuesta con Lyh en el hotel de Vallejo, Kilewicz le regala tortas a Lyh, Vallejo le invita tragos a Verzi y Herrera en un bar. Contrariamente al efecto de un dibujo, esquema, mapa o cartografía, que es asir el espacio humano a través de una abstracción, Los incendios busca una repetitiva enumeración interminable de objetos, acciones, lugares, gestos y nombres, de manera que en el relato estas palabras se vuelvan imágenes tipográficas reconocibles para el cuerpo del lector –para sus ojos, para su oído, para ese lugar incierto que es el órgano de la interpretación– y, a fuerza de cansancio, de rechazo, de acostumbramiento, finalmente de afecto ante las formas conocidas, entrar por una vez en un relato de espacios; se trata de escribir y leer para lograr una experiencia del presente, una unidad mínima de vida despojada de erosión. Pero ese despojamiento de temporalidad hace que uno quede por un segundo desprevenido, y es arrebatador que la novela hable no sólo de incendios, sino explícitamente de lenguas de fuego que consumen las construcciones, que devoran el sentido de las palabras tras describir con crudeza cómo el cuerpo del personaje duele, se hincha, se endurece, se convierte en carbón, se convierte en piedra con la cual empezar a construir otra ciudad.

 


LOS INCENDIOS. Alfonso Mallo. RIL Editores. Santiago, 2005.