SOSPECHAR DE LA SOSPECHA
Qué difícil
discernir si en cada tiempo y lugar es la mayoría de las personas la que prefiere
una definida forma de contar las cosas o son aquellos que cuentan los que
imponen una narrativa. Acaso a la gente griega clásica le gustaba saber primero
que un protagonista era muy importante, rico y virtuoso, después recordar que
los dioses eran mucho más importantes, más poderosos y viles. Acaso las
autoridades tenían un muy buen trato con los dramaturgos, o acaso los
dramaturgos eran gente como cualquier otra. La desgracia, al fin, era
perentoria; toda narración -por lo menos toda Tragedia, género muy popular-
invariablemente terminaba con un conflicto mayor, en cuyo fundamento siempre se
distinguía la nimiedad del ser humano. De la misma manera se podría especular por
qué orden y fundamento del relato habrán sido equivalentes en la novela
realista y naturalista francesa decimonónica, así como inversos y distintos en
el relato de caballería de la Edad Media o en la novela del boom
latinoamericano de la segunda mitad del siglo veinte. Entonces la pregunta que
uno podría hacerse frente a los escaparates de las librerías no parece tan
trivial: ¿por qué hay tanta novela policial, por qué muchos leen novela
policial?
Los amantes de Estocolmo, quinta novela policial de Roberto Ampuero, está escrita como sospecha de la novela policial. No la sospecha anacrónica que la alta cultura sostiene ante las formas de la cultura pop y popular, cuando desde hace tiempo que las universidades son un negocio y que forman reporteros, empresarios y publicistas, cuando desde hace tiempo se entendió que la controversia entre estudios culturales y literatura ocurría sólo en la cabeza de profesores que bostezaban mientras veían por la tele imágenes de niños en la miseria y políticos diciendo que sí han leído al premio nóbel. La sospecha de Los amantes de Estocolmo es la que surge al interior de todo discurso que interpreta la realidad -eso es una narrativa- cuando se ha instituido como un estatuto, como una forma de aceptación masiva. La novela policial, que cobró importancia como una literatura de desconfianza y búsqueda, tanto metafísica -con Poe o Chesterton- como social y política -con Hammet, Chandler o Vásquez Montalbán-, hoy por hoy se ha transformado en una regla. En Chile, las novelas policiales de Roberto Ampuero protagonizadas por el detective Cayetano Brulé, junto a aquellas de Díaz Eterovic protagonizadas por el detective Heredia, conforman el único realismo plausible. Es decir, la única narración de la realidad social que puedo creer es esa, la exhibición metódica de cada una de las negociaciones -cotidianas o prominentes, ilícitas y normales- que posibilitan las asépticas imágenes del presente, del país y de los seres humanos que casi todos compartimos. Sin embargo, la realidad social no es, de ninguna manera, toda la realidad.
¿Cómo narrar la conciencia, la culpa, las relaciones amorosas, la rutina, la enfermedad, la familia, el aislamiento, de una manera verosímil y comunicable, como lo hace la novela policial con la realidad social? Después de explorar y disfrutar durante varios libros de la atención del lector común y corriente, Ampuero hace una novela en base a la sospecha de que el discurso de la sospecha -su propio oficio- sea el único que hoy conserva credibilidad entre la mayoría de las personas. A un novelista de policiales debe exigírsele la sagacidad de sus detectives en asuntos que no se resuelven a balazos, persecuciones y besos. En los asuntos que no tienen solución. Los amantes de Estocolmo presenta a Cristóbal Pasos, un escritor de novelas policiales, que se ve atrapado en su discurso de percepción de lo íntimo y cotidiano por la misma paranoia que le permite analizar críticamente el acontecer político mundial y las estrategias astutas del poder, en todas sus formas. Ampuero, con una elusividad de la que carecen su detectives, simula su ingreso a la novela policial como personaje escritor y narrador, para investigar cuán dañino es propiciar y aprovecharse de que el único discurso en pie acerca de las cosas sea la desconfianza. La paradoja es que Ampuero, el escritor, sale fortalecido de la pesquisa, mientras Pasos, su alias, se suicida para no dejarse atrapar por el detective, y el resto del mundo sigue leyendo novelas policiales en la micro o en el tren.
LOS AMANTES DE ESTOCOLMO. Roberto Ampuero. Editorial Planeta. Santiago, 2003.