PRESENTACIÓN DE LENGUAS (DIECIOCHO JÓVENES CUENTISTAS CHILENOS)
I
Según el diccionario y nuestra experiencia cotidiana, la palabra lengua
posee variaciones de diverso talante: por un lado es aquel músculo
carnoso, degustativo y erótico de los seres animales, y por otro
corresponde a lo que conocemos como el idioma de cada nación; esto es, la lengua nacional y sus no siempre notadas diferencias periféricas.
Las teorías estructuralistas nos enseñan (a algunos) la división entre
esa lengua y el habla natural; sin embargo, las teorías que les
siguieron nos enfrentan a una discusión en andas: aquella del
suplemento, lo que podemos extender y desarmar de las entidades no
siempre fijas del diccionario.
Pero no es esta la ocasión
para hablar de la teoría y sus devaneos. Más bien quisiera referirme a
las posibilidades de estas lenguas:
si ponemos atención al cambio de número del sustantivo es posible
entonces iniciar aquí una travesía sobre el lenguaje, la ficción, el
cuerpo y los precarios límites entre lo táctil y lo imaginado.
Entre los cincuenta y dos relatos de Lenguas (dieciocho jóvenes cuentistas chilenos)
nos encontramos de frente con las acepciones ya contadas: una mirada
intensa y trabajadamente oculta sobre las posibilidades de una prosa
que paulatinamente se abre a la transgresión genérica por medio de una
secuencia de escenas cuya gracia es no corresponder del todo al mismo
montaje: una mirada al entorno (ajeno y propio) que se aleja y acerca
llevando al extremo las posibilidades de una cámara subjetiva.
Hablamos de miradas del mundo, que no es lo mismo que imitación de
éste. Vuelvo a la solapa de esta compilación, que refiere una parte del
prólogo, y que señala sin timidez un alejamiento de la mimesis
aristotélica, lectura de la cual difiero. Regreso entonces a la
propuesta aquella de la imitación de acciones, que más que acciones
-Aristóteles dixit– es de palabras. Lenguas,
entonces, me propone un acercamiento al hombre y el órgano en cuestión,
a las circunstancias expendidas por acontecimientos variablemente
históricos, pero sobre todo, variablemente subjetivos y variablemente
posibles de la lengua literaria.
II
Los relatos de este libro presentan, particularmente para la crítica,
una referencia a la tradición cuentística chilena, cuyo antecesor
internacionalmente célebre es Cuentos con walkman
de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, publicado en los años noventa. En
dicha antología aquellos cuentistas (esos, y no todos), entonces
menores de veinticinco años, nos proponían una mirada algo universal y
maqueteadamente post del supuesto realismo mágico que, también
supuestamente, caracterizaba la escritura latinoamericana.
En dicha época tanto los autores de Lenguas
como quien escribe éramos adolescentes en un anhelado Chile nuevo,
cuyos recovecos aún nadie percibía. Pasada más de una década nos
encontramos ante, con y en una interesante vuelta de tuerca a esas
escrituras ya lejanas y canónicamente antiguas, en tanto esa prosa se
hacía parte no sólo de una pequeña y arbitraria muestra de la escritura
chilena de los noventa, donde los otros géneros se debatían en los
pisos inferiores de la fama, sino que también se hacían
intencionalmente parte del supuesto discurso posmoderno que habíamos
adquirido de un día para otro, identificándose ingenua y célebremente
con los productos del mercado.
Por esta razón, y
parafraseando al novelista y crítico argentino Juan José Saer, si
aceptamos que la narrativa parece a veces ser la actualidad más
atrasada de la literatura, podemos comprender que durante algún tiempo
y para muchos de esos autores la distancia entre la funcionalidad de
las palabras y el objeto borrado pareció entonces una buena y liviana
manera de comprender un país que despertaba del letargo.
No significa esto que es que en estos cincuenta y dos relatos no nos
encontremos con esos fantasmas, debilidades y suspicacias. Es sólo (lo
que no me parece poco) que ese convencional pragmatismo aquí ha sido
pensado y reelaborado desde una premisa clara hace ya más de un siglo:
la lejanía entre el sujeto y el objeto, más claramente la distancia
entre naturaleza y artificio, artificio y realidad, realidad y ficción.
Esa lejanía donde no cabe la pretensión de originalidad, donde -en
términos plásticos- la retícula y la imagen fotográfica sólo pueden ser
repetidas, en sus innumerables e inacabadas variaciones, a cargo de la
prolijidad y la paciencia del narrador que es capaz de mirar
detenidamente las trampas y salidas de la prosa.
III
Si bien la pretensión suele ser una de los mayores peligros de quien
escribe (y uno de los mayores deleites de un crítico enfadado), creo
que en Lenguas dicho adjetivo cabe sólo a un par de relatos y a las
biografías de cada uno de los autores, que si bien pueden ser un juego
o una intencionada paráfrasis de identidad, me resultan golosos e
innecesarios.
Me quedo entonces con parte de los cuentos. Éstos parecen ordenados de
manera aleatoria, sin embargo corresponden a una eficaz secuencia
temática que somete al lector a distintos lugares de la intimidad, la
melancolía y el silencio de voces alternas. Voces y lenguas de una
realidad a ratos intestinal, dolorosa, huérfana, dulce e infinitamente
literaria y escénica donde no hay ningún héroe en andas ni ningún padre
desesperadamente oculto e idealizado. Esa que en "Diez cosas que nunca
has hecho", de Virginia Berner, sorprende por sus hermoso tintes
claroscuros, y que también destacan en la perfección dramática, la
relación metonímica y la fuerza discursiva de los relatos de Ana
Harcha, particularmente "La parvularia que cuenta cuentos".
Otros relatos manejan con destreza la contención, la ironía, el
silencio y la autorreflexividad, como "Los amigos célebres" de Paula
Dittborn, y las notables "Nueve fábulas automáticas" de Carlos Labbé,
que bien pueden acercarse a una posible poética ficcional del volumen,
así como potencialmente puede serlo "Los aparatos" de Daniel Reyes
León.
Cuerpo, ficción, recuerdo y distancia se congenian en otros dos
disímiles relatos, como el copuchento e irónico "Los hoyitos" de Luis
Valenzuela, y esa evocación melancólica al diario íntimo que resulta
ser "Por mi bien" de Amelia Bande. También las ocultas perversiones (de
las que está llena este libro), como sucede con "Soy absolutamente
feliz" de Joaquín Cociña, o "Las diez víctimas de Nason" de Claudia
Apablaza.
Por último, no puedo dejar de referirme a esa tentadora e inequívoca
fábula de Mónica Ríos, quien (como varias de las autoras acá incluidas)
en "La pasión de los hombres" logra hacerme olvidar la redundante y
aburrida tachadura de lo que es la escritura femenina.
Finalmente y, en estricto rigor, no creo que Lenguas represente a
cierto tipo de jóvenes ni a una identidad perdida, ni menos a LA
literatura chilena de comienzos de siglo, por lo cual me parece un
lugar más que alentador para leer dieciocho particulares autores, sus
estéticas y sus relatos.
LENGUAS (DIECIOCHO JÓVENES CUENTISTAS CHILENOS). Carlos Labbé, compilador. JC Sáez editor. Santiago, 2005.