LENGUAS (DIECIOCHO JÓVENES CUENTISTAS CHILENOS), compilación de Carlos Labbé

PRESENTACIÓN DE LENGUAS (DIECIOCHO JÓVENES CUENTISTAS CHILENOS)

 

lenguas1El siguiente texto es uno de dos que se leyeron en la presentación del libro. Lunes 9 de enero de 2006, a las 20:34 horas. Bar Thelonious, Bellavista, Santiago.

 


I

Según el diccionario y nuestra experiencia cotidiana, la palabra lengua posee variaciones de diverso talante: por un lado es aquel músculo carnoso, degustativo y erótico de los seres animales, y por otro corresponde a lo que conocemos como el idioma de cada nación; esto es, la lengua nacional y sus no siempre notadas diferencias periféricas.
        Las teorías estructuralistas nos enseñan (a algunos) la división entre esa lengua y el habla natural; sin embargo, las teorías que les siguieron nos enfrentan a una discusión en andas: aquella del suplemento, lo que podemos extender y desarmar de las entidades no siempre fijas del diccionario.
        Pero no es esta la ocasión para hablar de la teoría y sus devaneos. Más bien quisiera referirme a las posibilidades de estas lenguas: si ponemos atención al cambio de número del sustantivo es posible entonces iniciar aquí una travesía sobre el lenguaje, la ficción, el cuerpo y los precarios límites entre lo táctil y lo imaginado.
        Entre los cincuenta y dos relatos de Lenguas (dieciocho jóvenes cuentistas chilenos) nos encontramos de frente con las acepciones ya contadas: una mirada intensa y trabajadamente oculta sobre las posibilidades de una prosa que paulatinamente se abre a la transgresión genérica por medio de una secuencia de escenas cuya gracia es no corresponder del todo al mismo montaje: una mirada al entorno (ajeno y propio) que se aleja y acerca llevando al extremo las posibilidades de una cámara subjetiva.
        Hablamos de miradas del mundo, que no es lo mismo que imitación de éste. Vuelvo a la solapa de esta compilación, que refiere una parte del prólogo, y que señala sin timidez un alejamiento de la mimesis aristotélica, lectura de la cual difiero. Regreso entonces a la propuesta aquella de la imitación de acciones, que más que acciones -Aristóteles dixit– es de palabras. Lenguas, entonces, me propone un acercamiento al hombre y el órgano en cuestión, a las circunstancias expendidas por acontecimientos variablemente históricos, pero sobre todo, variablemente subjetivos y variablemente posibles de la lengua literaria.


II

        Los relatos de este libro presentan, particularmente para la crítica, una referencia a la tradición cuentística chilena, cuyo antecesor internacionalmente célebre es Cuentos con walkman de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, publicado en los años noventa. En dicha antología aquellos cuentistas (esos, y no todos), entonces menores de veinticinco años, nos proponían una mirada algo universal y maqueteadamente post del supuesto realismo mágico que, también supuestamente, caracterizaba la escritura latinoamericana.
        En dicha época tanto los autores de Lenguas como quien escribe éramos adolescentes en un anhelado Chile nuevo, cuyos recovecos aún nadie percibía. Pasada más de una década nos encontramos ante, con y en una interesante vuelta de tuerca a esas escrituras ya lejanas y canónicamente antiguas, en tanto esa prosa se hacía parte no sólo de una pequeña y arbitraria muestra de la escritura chilena de los noventa, donde los otros géneros se debatían en los pisos inferiores de la fama, sino que también se hacían intencionalmente parte del supuesto discurso posmoderno que habíamos adquirido de un día para otro, identificándose ingenua y célebremente con los productos del mercado.
        Por esta razón, y parafraseando al novelista y crítico argentino Juan José Saer, si aceptamos que la narrativa parece a veces ser la actualidad más atrasada de la literatura, podemos comprender que durante algún tiempo y para muchos de esos autores la distancia entre la funcionalidad de las palabras y el objeto borrado pareció entonces una buena y liviana manera de comprender un país que despertaba del letargo.
        No significa esto que es que en estos cincuenta y dos relatos no nos encontremos con esos fantasmas, debilidades y suspicacias. Es sólo (lo que no me parece poco) que ese convencional pragmatismo aquí ha sido pensado y reelaborado desde una premisa clara hace ya más de un siglo: la lejanía entre el sujeto y el objeto, más claramente la distancia entre naturaleza y artificio, artificio y realidad, realidad y ficción. Esa lejanía donde no cabe la pretensión de originalidad, donde -en términos plásticos- la retícula y la imagen fotográfica sólo pueden ser repetidas, en sus innumerables e inacabadas variaciones, a cargo de la prolijidad y la paciencia del narrador que es capaz de mirar detenidamente las trampas y salidas de la prosa.


III

Si bien la pretensión suele ser una de los mayores peligros de quien escribe (y uno de los mayores deleites de un crítico enfadado), creo que en Lenguas dicho adjetivo cabe sólo a un par de relatos y a las biografías de cada uno de los autores, que si bien pueden ser un juego o una intencionada paráfrasis de identidad, me resultan golosos e innecesarios.
        Me quedo entonces con parte de los cuentos. Éstos parecen ordenados de manera aleatoria, sin embargo corresponden a una eficaz secuencia temática que somete al lector a distintos lugares de la intimidad, la melancolía y el silencio de voces alternas. Voces y lenguas de una realidad a ratos intestinal, dolorosa, huérfana, dulce e infinitamente literaria y escénica donde no hay ningún héroe en andas ni ningún padre desesperadamente oculto e idealizado. Esa que en "Diez cosas que nunca has hecho", de Virginia Berner, sorprende por sus hermoso tintes claroscuros, y que también destacan en la perfección dramática, la relación metonímica y la fuerza discursiva de los relatos de Ana Harcha, particularmente "La parvularia que cuenta cuentos".
        Otros relatos manejan con destreza la contención, la ironía, el silencio y la autorreflexividad, como "Los amigos célebres" de Paula Dittborn, y las notables "Nueve fábulas automáticas" de Carlos Labbé, que bien pueden acercarse a una posible poética ficcional del volumen, así como potencialmente puede serlo "Los aparatos" de Daniel Reyes León.
        Cuerpo, ficción, recuerdo y distancia se congenian en otros dos disímiles relatos, como el copuchento e irónico "Los hoyitos" de Luis Valenzuela, y esa evocación melancólica al diario íntimo que resulta ser "Por mi bien" de Amelia Bande. También las ocultas perversiones (de las que está llena este libro), como sucede con "Soy absolutamente feliz" de Joaquín Cociña, o "Las diez víctimas de Nason" de Claudia Apablaza.
        Por último, no puedo dejar de referirme a esa tentadora e inequívoca fábula de Mónica Ríos, quien (como varias de las autoras acá incluidas) en "La pasión de los hombres" logra hacerme olvidar la redundante y aburrida tachadura de lo que es la escritura femenina.
        Finalmente y, en estricto rigor, no creo que Lenguas represente a cierto tipo de jóvenes ni a una identidad perdida, ni menos a LA literatura chilena de comienzos de siglo, por lo cual me parece un lugar más que alentador para leer dieciocho particulares autores, sus estéticas y sus relatos.

 


LENGUAS (DIECIOCHO JÓVENES CUENTISTAS CHILENOS). Carlos Labbé, compilador. JC Sáez editor. Santiago, 2005.