LA MANO DE LA BUENA FORTUNA, de Goran Petrovic

EL ESPACIO REAL DE LA LECTURA

 

 

¿Cuál es el momento en que los que escriben ficción empezaron a tomar el lápiz para escribir algo más que cosas inmediatamente útiles, y cuándo es que el recuerdo de ese momento se transforma en la necesidad de tomar el lápiz para buscar la inutilidad? Si fue en ese cumpleaños que, en vez de peluches, los invitados llenaron los estantes del cumpleañero con tres o cuatro cuadernos grabados con la frase “diario de vida” y un candado en el costado como una equivocación de la moda que se transforma en una feliz coincidencia, o cuando una persona se va de su país dejando a todos los suyos atrás y al tomar una hoja de papel blanca y vacía parece transformarse en el hombre mismo que necesita ser llenado por nuevos recuerdos, nuevas afectividades, volviéndose la tinta algo más que un medio literal, o acaso cuando intentó hacer algo útil, expresar algo con una intención que se acaba en el momento que es leída por alguien a quien no estaban destinadas esas palabras.
        La novela de Goran Petrovic, La mano de la buena fortuna, quiere dar una respuesta: Anastas Branica, Adam Lozanic e incluso el detestable Sreten Pokimica escriben por amor, en un intento desesperado –dadas las variadas circunstancias de personalidad solitaria, de lejanía o de guerra que niegan un espacio a los amantes– por crear con palabras un lugar en que el escritor y su receptora compartan la lectura. La escritura, entonces, y eventualmente la literatura, se transforma en erotografía, en un acto amoroso capaz de hacer desaparecer la distancia entre el escritor y el lector. A pesar de que el mundo real ha asignado un lugar inerte y pasivo a la lectura, imposibilitado de expandirse más allá de las paredes de la palabra, Petrovic la presenta –como una vez ya lo hizo su compatriota Milorad Pavic– en una postura hermenéutica despojada de la línea que esencialmente separa la lectura y la realidad. En esta novela la lectura tiene serias consecuencias en la realidad; tanto así que morir en la lectura es morir en la vida, tanto así que en la página se reúnen disidentes políticos, exiliados, separatistas, espías, enamorados, nostálgicos, todos envueltos en el potente y vago sentimiento que provoca la intimidad de la lectura.
        El personaje de Anastas, según comprueba Adam, murió en lamentables circunstancias: una semana después de la única crítica –negativa– a su novela, Anastas se suicida lanzándose al río. La banalidad de ese mito se contrapone a la otra versión de su muerte –estupendamente escrita y de una melancólica dulzura–, que lo sitúa como el escritor que nunca pudo alcanzar en la vida real a la lectora hacia quien estaban destinados sus esfuerzos escriturales. Esas cartas, que finalmente conforman una novela sin personajes, sólo tuvieron la finalidad de construir el lugar más bello para su amada Nathalie. Natalia, por otra parte, la que mejor comprende la belleza de la lectura simultánea y quien comparte la afición de Anastas por ese mundo detrás de las palabras, se transforma en su doble: la lectora real que abandona todo para entregarse al amor del autor y de su obra. Es decir que La mano de la buena fortuna, además de erigirse como una novela de amores inconclusos, de la memoria –lo que sólo anecdótico–, pone en escena algunos modelos de la recepción. El lector ideal nunca es igual al lector real y, aunque ese lector real pueda parecer más propicio para entender, amar y satisfacer las ansias que llevaron al escritor a tomar el lápiz por primera vez, éste siempre pensará en ese amor que lo movió a tomar la pluma y mancharse los dedos con tinta indeleble.
        Así, el mito que envuelve al escritor se prueba mil veces más banal que aquel otro de carne y hueso, la amada real es mucho más superficial que la que se liberaba en la lectura y la amante Natalia fiel hasta el final de sus días, gracias a la promesa que salió de sus labios tres veces, como una fórmula mágica. Esa historia tiene como contrapunto la relación entre Adam y Jelena, una historia donde escritura, lectura y realidad se funden para expresar que la esperanza no está en este mundo. El peso de las palabras, su fuerza, hace a un lado la realidad corpórea; los cuerpos del hombre y de la mujer se vuelven inertes y desaparecen tras la envoltura poética de las palabras, condenándolos a su belleza o a su injusticia.

 

 

 

 


La mano de la buena fortuna. Goran Petrovic. Editorial Sexto Piso. México, 2007.