LA JOVEN DE LAS NARANJAS, de Jostein Gaarder

LIBRO NIÑOS, LIBROS JUVENILES Y LIBROS ANCIANOS 

 

la_joven_de_las_naranjasLa categoría llamada literatura juvenil es de manera tan manifiesta un invento de la segunda mitad del siglo veinte -de la fagocitación del psicoanálisis, la sociología o la estadística por parte del comercio, cuya dimensión teórica comenzó entonces a llamarse publicidad- como nebuloso el discernimiento de si fue a finales del siglo diecinueve, leyendo a Grimm, Andersen o Perrault, o bien a principios del veinte, reglamentando los planes de educación del Estado, cuando alguien impuso la denominación de literatura infantil. Nebuloso, confuso es que dentro de esa clasificación de literatura infantil estén las fábulas griegas antiguas, ciertos relatos orales aborígenes de todo el mundo -germánicos, celtas, mapuches, mayas, chinos, maoríes-, las novelas de Carroll y de C.S. Lewis, los cuentos de Wilde y de Dahl, porque confusión, desconcierto, maravilla es la sensación de lectura ante cada uno de esos textos. Y ese efecto de existir en un mundo nuevo, cuya historia y costumbres desconocemos, ese terror y fascinación simultáneos ante los acontecimientos es la infancia. Entonces, ¿cuál sería la sensación específica de lectura de la literatura juvenil, qué compartiría un libro producido por la pujante industria de esos libros con un ser humano que está en esa ambigua etapa que hoy conocemos como juventud?

            La joven de las naranjas, de Jostein Gaarder, es la historia de Georg, un muchacho de quince años que recibe una larga carta secreta que le escribió su fallecido padre Jan Olav hace mucho tiempo. Comienza así: "Mi padre murió hace once años, cuando yo sólo tenía cuatro. Creí que no volvería a saber nada de él, pero ahora estamos escribiendo un libro juntos". Así se nos suelen presentan los miles de libros de literatura juvenil del mundo: un narrador adolescente cuenta en presente los hechos que le están sucediendo, porque a él le parecen raros, dignos de ser registrados a pesar de que ignora para qué ni para quién lo hace, como las pistas de una investigación detectivesca cuyo crimen se ignora. Como la gran novela europea y norteamericana de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, como Stendhal, Joyce, Faulkner, Flaubert, Woolf, Proust, Beckett, la novela juvenil también se erige sobre las proyecciones y desdoblamientos del esquema narrativo de Werther, la novela romántica de Goethe que hizo valer por primera vez para las construcciones ficticias la riquísima tradición occidental de los diarios íntimos, los diarios de viaje, las cartas, las crónicas y otros géneros del yo. La novela juvenil no es otra cosa que el establecimiento de la hermosa narrativa que los alemanes llamaron bildungsroman -novela de aprendizaje- como fórmula comercial, única y esquemática de abordar el discurso adolescente en una ficción.

            Se hace casi innecesario acotar que este intento de narrar mediante fórmulas y recetas  aquellas identidades provisorias y percepciónes inestables, esos mundos deseosos -así recuerdo, así me figuro la adolescencia, ficticia o empírica- está tan vacío de significación, de sentido o de efecto de realidad como los estantes de las librerías repletos de libros "para jóvenes". Sobre todo cuando existen hoy manifestaciones culturales, medios y soportes que son mucho más eficaces en expresar los matices del discurso joven, ado, lolo, teenager en todo su desánimo, sensualidad y vigor. La literatura no puede competir con el videojuego, la televisión y la música en urgencia; mientras más veces un libro anuncie expresamente que fue diseñado, redactado, compuesto e impreso especialmente para jóvenes, menos personas lo leerán.

        La joven de las naranjas, en cambio, es un libro que comprende que la escritura y la lectura -la literatura, al fin- son inmediatez, placer, conocimiento inmediato, y a la vez perdurabilidad, amplitud, expansión hacia otras sensibilidades en el espacio y momentos en el tiempo. Georg, el adolescente narrador, acostumbrado a mandar emails y chatear en internet, encuentra en el vetusto computador del año 80 una carta de su padre muerto. El año 2003, Georg es capaz de redactar su propio diario en la pantalla de esa vieja máquina. Escrita, la voz de Jan Olav pervivió durante diez años hasta alcanzar a su hijo en una edad suficiente para que pudiera escuchar la enigmática y habitual historia de la joven de las naranjas, para poder recordarle cómo una noche el padre enfermo y su niño de pocos años miraron juntos las estrellas de Oslo, llorando. La joven de las naranjas está escrita desde la más severa convención de la novela juvenil -el diario íntimo, la carta- para convertirse en una novela a secas sobre cómo la escritura, una actividad transitoria, puede sin embargo detener el tiempo, mitigar en parte el dolor del envejecimiento y la muerte.   

 

 


LA JOVEN DE LAS NARANJAS. Jostein Gaarder. Ediciones Siruela. Madrid, 2003.