LA INQUIETANTE EXTRAÑEZ, de Armando Uribe y Cecilia Echeverría

SOLAMENTE DOS 

 

inquietante_extraezSe requiere de un inmenso trabajo para que el texto tenga relación con la imagen, se requiere de un inmenso trabajo para que ninguno de los dos adopte una forma hostil hacia el otro… también para que no se anulen, para que no se estereotipen, y para que, en conjunto, formen una cosa extraña que finalmente es un libro. No se puede decir que La inquietante extrañez es un libro de poesía, ni que es un compilado de collages -no pretendo caer en la aberración de decir que es poesía en imágenes, porque eso no existe, salvo el resquicio de una imagen poética, pero eso tiene que ver con los adjetivos por los cuales uno pretende acceder a lo metafísico o sublime de una imagen y no a su ilustrativa manera de componer un libro-; sin embargo, adolece de ambas carencias al situarse en un terreno ambiguo que, dentro de su indefinición, pareciera tomar prestado lo más sencillo de la imagen y lo más sencillo de la palabra, para hablar de cosas seudo sociales o seudo políticas o seudo, sencillamente seudo, entre lo dispuesto en la imagen y lo dispuesto como poesía.

        A veces el libro entra en una especie de aislamiento absoluto de la poesía, en una fragmentación total, que hace discurrir la lectura sin un orden dado y segmentado de vez en cuando por las referencias sígnicas que componen los collages. Es así como en la página 49 vemos una imagen de una Venus y en la página 48, un poema que empieza "que será de la niña de Roma…". El asunto histórico anecdótico es uno de los puntos de partida con los que Armando Uribe gatilla la astucia de su palabra. En varios de los poemas generaliza para poner el acento en una salvación posible, de la misma manera habla de Dios y de las cosas que atañen a la religión cristiana de una manera tímida, pero muy consciente de la Biblia como fundamento literario. Este detalle -La Biblia como literatura- se fija de dos formas al libro. Una de manera absolutamente literal, poniendo a Dios como una excusa narrativa de lo metafísico y otra, de una manera estética, como un cuestionamiento normal del creyente a través de la poesía seudo irónica o astuta.

        El problema es que Armando Uribe no cree en la imagen, y Cecilia Echeverría no hace los collages para decorar poesías; el matrimonio camina en los opuestos creyentes de un libro cuando ninguno de los dos, como escritor y como artista visual, se cree la idea de un libro mixturado. En ese sentido la historia es un buen comodín, y la tradición histórica judeo-cristiana, una forma de contextualizar la creencia en la imagen y en la poesía de manera afectiva. Hay cuatro o cinco tipos de poemas -nos cuenta Cecilia E.-, los alegres y joviales, los siniestros y casi perversos, los hechos de manera formal o compositiva y los literarios que tienen el texto incluido. Yo creo que solo existen dos, los anecdótico formales -los que se hacen de manera casual buscando gatillar una sorpresa visual o un truco con desengaño-, y los que resueltamente trabajan desde la imagen fetiche, respetando una imagen querida que la artista cree de interés.

        Quizás este sea un análisis muy concienzudo para un libro que no lo necesita, un libro de tono amable -como las etiquetas de los vinos- con poemas entretenidos y oportunos, e imágenes que son la revisión de otras imágenes situadas en el "Buen Gusto" del imaginario fotográfico, o quizás solamente la revisión de las páginas de espectáculos de los diarios parisinos y londinenses. Revisión puede ser un buen apelativo para este libro que no pretende mucho y que parece ser una manera diferente de mostrar los collages de Cecilia Echeverría a modo de muestrario, no como una obra independiente, no como un libro.

 

 

 


LA INQUIETANTE EXTRAÑEZ. Armando Uribe y Cecilia Echeverría. Be-uve-dráis Editores. Santiago, 2002.