LA CARRETERA, de Cormac McCarthy

UN CAMINO DE CRUELDAD HACIA LA BELLEZA

 

La carretera es esa clase de novelas que uno podría clasificar como un bloque. Rigurosamente construida, es una novela que produce emoción y reflexión por partes iguales. McCarthy es un narrador cuyo árbol genealógico literario debe buscarse entre William Faulkner, Ernest Hemingway y Herman Melville; su deuda con el primero es transmitida por la capacidad descarnada –y al mismo tiempo llena de admiración– por su propio país, la capacidad de utilizar la violencia –a veces silenciada, a veces evidente– como una óptica desde la cual abordar la cultura nacional y universal. Al segundo le debe enorme parte de su estilo narrativo impersonal, casi sin comentarios, delimitado puramente al espacio de los hechos concretos; la frase narrativo-descriptiva de McCarthy llega a resultar aséptica. Con Melville comparte una capacidad de mostrar espacios y tiempos propios que son extraordinarios, pero que al mismo tiempo parecen una realidad conocida para el lector, y progresivamente van situándose como un mundo que podríamos conocer desde siempre.

          McCarthy es un narrador de hechos, aunque por momentos también inquieta con ciertas reflexiones que entrega desde sus personajes, logrando así un paralelismo entre los eventos narrados, a veces de una brutalidad insondable y también de una bondad ternura profundas. Como apunta Harold Bloom sobre la narrativa de este autor, su logro está en reunir estructuralmente en su libro una novela norteamericana con una tragedia universal, en hacerse cargo de toda la tradición que hay tras este cruce. La violencia de que hace gala en sus obras nunca es gratuita y la narración, el mundo y los personajes que aborda se imponen a ella, dejándola no en segundo plano, sino integrada al mundo mediante una perspectiva que permite reflexionar y emocionarse a partir de esa intensidad, en lugar de sentirse impactado superficialmente, como ante a una película de terror gore.

          Llama la atención la economía de recursos de La carretera. Es la clase de narración en que nada sobra, donde la belleza pasa por la sencillez o, mejor dicho, por la claridad de la prosa, en el punto opuesto de las –maravillosas– narrativas neobarrocas. McCarthy construye su mundo con precisión al momento de narrar hechos, situaciones, acciones: a la hora de describir personajes es escueto, preciso, cortante; nunca nos enteramos de los nombres del padre y del hijo que protagonizan la obra, en un afán de universalizar a estos personajes que son precisamente una vuelta de tuerca a la relación arquetípica entre padre e hijo, protector y protegido, maestro y aprendiz, esta vez en un mundo desolado, perverso y casi sin concesiones a cualquier rasgo de bondad en la humanidad. Sin embargo, aun en esa relectura la reciprocidad de los dos personajes durante los eventos que muestra la novela resulta entrañable e, incluso, inspiradora.

          Este libro imagina un país –Norteamérica, seguramente– destruido, devastado y agonizante. Nunca nos enteramos de cómo o por qué ha ocurrido este Apocalipsis, pues el único interés es mostrar los modos de supervivencia, de relacionarse y de ver el mundo en esas condiciones. El relato produce emociones encontradas, paseando al lector desde el verdadero asco hasta la emotividad frágil y dulce, a través precisamente de los modos de plantearse en el mundo del hombre adulto y de un niño, de cómo ambos deben necesariamente sostenerse uno al otro en un mundo salvaje y brutal.

          Quizá el valor de La carretera se encuentra en la capacidad de convertir esta relación padre e hijo –que también tiene connotaciones religiosas– en un espacio sublime. La idea del amor fraterno, del sacrificio, de la capacidad que tiene el ser humano de entregarse en una gratuidad amorosa, destella en esta cruda narración y nos permite cruzar simbólicamente la ruina de un mundo dominado por la falta de entrega, un mundo individualista y brutal donde los seres humanos se han vuelto animales de presa. Lo sublime es admitido en este mundo como la posibilidad de que un amor verdadero –que en más de una ocasión será brutal y egoísta– tenga lugar, como un hecho que ilumina a todo el resto de los oscuros hombres. El mundo de esta novela resulta muy parecido a nuestro día a día, en cambio la belleza del amor entre padre e hijo se torna extravagante, aterradora. La carretera es una obra sublime justamente porque nos deja ir más allá de la muerte y destrucción, para cerrar la última hoja y seguir vivos. En su escritura, McCarty ha hecho que la muerte y el mal trabajen en pro de la vida y la bondad.

 


La carretera. Cormac McCarthy. Editorial Mondadori. Barcelona, 2008.