LA BURLA DEL TIEMPO, de Mauricio Electorat

SE RÍE DE LAS PLAYAS DE ALGERIA 

 

la_burla_del_tiempo"Pablo Riutort viaja desde París a Santiago de Chile para asistir al entierro de su madre". La primera frase de contratapa de La burla del tiempo, reciente novela de Mauricio Electorat, se acerca concisamente a aquello imposible de resumir que es el texto de una novela, su ritmo y resonancias más acá de la anécdota. ¿Por qué esta necesidad que tenemos de sinopsis, vistazos, hojeadas, esquemas, abstracts y contratapas? Recién divorciado y expulsado de su casa parisina, el chileno Pablo Riutort recibe la noticia de que su madre ha muerto. Busca un departamento de soltero para arrendar, pero las calles, las casas, los rostros parisinos le son ajenos, ya no tiene hogar en esa ciudad. De súbito, por la ruptura matrimonial, su presente -París- se vuelve pasado, una acumulación informe que no significa sino extrañeza. Pasado reciente. En otro lugar, en Santiago, su hogar de infancia y juventud colapsa con la muerte de la madre; el pasado anterior se aleja, desaparece. La novela comienza el instante en que Pablo Riutort pierde todo sentido de pertenencia. La perplejidad de la ruptura amorosa es tan dolorosa que apenas se balbucea; en las trescientas cuarenta y ocho páginas la voz de Riutort -y las voces que se imagina poseen algunos otros- se evade hacia los espacios mentales, físicos y temporales de ese pasado anterior que se aleja con su madre. Riutort anota obsesivamente su adolescencia y primera juventud en busca de la primera grieta, no de la última (la madre muerta o la esposa infiel), como si el Espíritu de Navidad de Dickens no hubiera elegido llevar al personaje al presente y futuro para hacerlo comprender su mal, sino a su origen, y ahí encontrar un fetiche que resumiera, contuviera, esquematizara el recorrido del dolor de estar separado, lejos, aislado. Lo que se suele llamar exiliado.

            Esta escritura obsesiva de los hechos biográficos pasados por parte del narrador se convierte en otra vía de acercamiento al libro con que dialoga tácitamente toda la novela. El extranjero de Albert Camus -secreto contramodelo narrativo y vital del leído Riutort- está presente con tal intensidad en su relato como silenciosamente su divorcio. Durante su viaje para enterrar a la madre, la voz de Mersault se niega a añorar cualquier recuerdo, al más mínimo sentimiento filial, para así reafirmar su rechazo o imposibilidad de vínculo alguno. Ni hablar de ser partícipe de la sociedad. En su viaje para enterrar a la madre, la voz de Riutort tampoco cede a la manifestación de la pena, a nostalgias o culpas. El rechazo del sentimentalismo se expresa en escribirlo, simular que está haciendo públicos -y efectivamente lo hace- los sucesos que constituyen una inefable hebra personal hasta la muerte de la madre. El hijo que se siente "etrangier" en su casa y fuera de la casa ya no está parado en una playa desierta, como en la novela de Camus; está de pie en una ciudad atiborrada de extranjeros como él, en un mundo donde nadie parece estar desvinculado y él mismo espera los mensajes y llamadas a su teléfono móvil de familiares y amigos que lo requieren. Entonces la voz de este hijo se abre a todas esas voces que circulan, se convierte en un pastiche, se desdobla y se mira desde todas las perspectivas imaginables, desde otro tiempo y desde otras voces, incluyendo escrituras ajenas, cartas, poemas, y el relato se llena de comas y de enumeraciones, de fragmentos -para que no cueste leer- y guiños simpáticos al lector.

            Desde Walter Benjamin, desde la escritura de la Biblia o acaso desde que el ser humano tuvo conciencia de sí mismo -¿inteligencia se llama eso?- la palabra exilio ocupa ese acantilado semántico que tiene que ver con la sensación de muerte, de alejamiento de un sentido de vida o de Dios que en el siglo XX se llamó absurdo, depresión, pero que antes se llamó melancolía, spleen, sino trágico, demonio, y siempre se ha llamado desamor. La burla del tiempo evoca ese exilio como resonancia perdurable de aquel exilio cotidiano de los expatriados por Pinochet durante los setenta y ochenta, aunque también como una distinta lectura -contradictoria, paródica y ridícula- de la ideología existencialista que posibilitó tales prácticas políticas. Y esa lectura se vuelve más compleja, la burla se acerca más al espejo cuando la novela es enmarcada por dedicatorias a personas de carne y hueso, que inmediatamente vienen a ocupar el lugar de los personajes, y la voz de Riutort deja que la confundan con la del autor Electorat.   

 

 


LA BURLA DEL TIEMPO. Mauricio Electorat. Editorial Seix Barral. Barcelona / Bogotá, 2004.