HERENCIA DE FUEGO, de Juanita Gallardo

ACERCA DEL QUINTRALISMO 

 

herencia_de_fuegoNo tengo suficiente claridad para establecer si la profusión de novelas históricas de autores chilenos publicadas específicamente en Chile durante los últimos cinco años es una elaboración editorial actual que, junto a la explosión de memorias, biografías, cartas abiertas y ensayos históricos, puede colindar con lo que la prensa diaria, tan campante y gruesa, ha observado como el fenómeno de la no-ficción, o si, de verdad, como perfectamente podría afirmar un lector atento de Historia como de Literatura, casi lo único que se ha escrito en nuestra poca narrativa es novela histórica.

        Como sea, todos los boom culturales son una maniobra del mercado para lucrar con pinceladas privativas del vasto aunque bucólico cuadro de nuestra idiosincrasia, mediante la amplificación de uno de los detalles más específicos de la cultura chilena. En este caso, se trata de la obsesión por el período histórico colonial dispersado siempre en algunas familias que se presumen fundadoras de algo, obsesión identitaria evidentemente filtrada por el discurso elitista de sus autores. Ya no aristocratizante ni etnocéntrico pero siempre elitista, el discurso de la novela histórica chilena contemporánea insiste en el quintralismo. La paradoja cultural de buscar las maneras de ser de una nación entera en el comportamiento de una figura histórica nebulosa, lánguida y detestable, aunque arrogante y violenta, forma parte de la paradoja del lenguaje: ¿se puede escribir una anécdota, una historia colectiva sin privilegiar determinados personajes, ciertos hechos por sobre otros? Ciertamente no. Así funciona el lenguaje humano; por desgracia, en el momento de pronunciar una palabra, mueren todas las otras posibilidades en la boca.

        Herencia de fuego, novela de Juanita Gallardo, intenta eludir en lo posible el quintralismo, y esa es la razón por la que desconcierta al lector acostumbrado a los comienzos plenos de acción o bien de panorámica sociocultural de la novela histórica. El deseo de desarmar el seudo arquetipo desde dentro, nada menos que contando la historia de las abuela, madre y tía de la Quintrala, Águeda Flores, María y Catalina Lisperguer en el Santiago de 1600, mediante una agilización del relato histórico, una utilización fragmentaria de los episodios y un intento de convertir la voz narrativa en una instancia coral, pronto son anulados por el propio peso de la noche.

        Mejor dicho, los logros iniciales del trabajo narrativo transparentan demasiado las hipótesis de investigación de una visión de chilenidad que otra pluma -la de una ensayista agazapada más- quiere pasar de contrabando mediante formas muy poco novelescas, menos aún sutiles. Desde el primer párrafo la actitud ubicua e imparcial de la narración en tercera persona, que privilegia el acontecer y el retrato de carácter de los personajes, es desmentido por intervenciones de las voces masivas del rumor, de la frase hecha o del pensamiento privado puestos textualmente entre comillas, de modo que en ningún momento, como lector, uno puede deshacerse de la sensación de estar leyendo caricaturas del gobernador Alonso de Ribera o de María Lisperguer, nunca personajes sino apenas rostros desdibujados por una profusión de frases entrecomilladas, sin poder descubrir si es ironía o simple calificativo.

        ¿En qué lamentable disyuntiva nos pone Herencia de fuego? Escoja usted. Seguir perdiéndonos en las brumas de esta colonia del Nuevo Extremo, en todas las épocas y lugares la estampa en fuga de la Quintrala de Encina, Magdalena Petit, Gustavo Frías o Mercedes Valdivieso. O bien, mirar con alegre tedio los despojos caricaturescos y sincréticos de una novela histórica que se desordenó tanto en su deconstrucción que no logró volver a construir.

 

 

 


HERENCIA DE FUEGO. Juanita Gallardo. Editorial Planeta. Santiago, 2003.