GUTIÉRREZ de Andrés Braithwaite

SOBRE ALGUNAS FORMAS ENORMES QUE SE REPITEN

La cordillera es una sola y siempre la misma. Sin embargo acá en Santiago hay quienes la ignoran o la dan por sentado, otros que sólo pueden identificar alguno que otro cerro pero nunca su encadenamiento, otros que la observan después de la lluvia para confirmar su propia insignificancia, otros que intentan escalarla para vanagloriarse –siempre terminan despeñándose y muriendo–, otros que la estudian como si fuera necesario corregirla. ¿Habrá entre tanta gente alguien que la pueda abarcar, tocar, entender, o simplemente es demasiado grande para nosotros? La literatura es una pregunta de respuesta semejante, aunque más enfática en tanto se trata de una construcción estrictamente humana. Y como la cordillera, suele ser reducida a una función limítrofe cuando antologías, compilaciones, panorámicas, estudios, inventarios y misceláneas reúnen disímiles textos de cualidad literaria según categorías para nada misteriosas –una nación, un género, un tema, una empresa–, con lo cual sólo logran alejarse de la magnitud del problema, evitando de paso referirse directamente a él. Acaso existen tantas cordilleras como ojos que la observan –no es el planeta el que le confiere sentido a esta peculiaridad de su superficie, como alguna vez un surco en la cara de una persona joven no tuvo nombre, no se llamó arruga–; acaso la literatura es numerosa y continua del mismo modo en que los lectores eligen a sus escritores. Si existen tantas cordilleras como ojos, para tocarla, para entenderla habría que poder realizar lo imposible: salirse de la propia mirada, verse a sí mismo mirándose, observarse a uno y a los otros en la propia contemplación. ¿Qué otra cosa es la literatura? En Gutiérrez, Andrés Braithwaite enfrenta esta amplitud con una exclamación de asombro cuya forma es una contingencia editorial: mientras duró, la efímera pre-literariedad que tiene el carácter inédito de los textos de treinta escritores chilenos por él recopilados seguramente fue capaz de contrapesar la monumentalidad del problema.

Un contrapeso transitorio, sin embargo. Una vez publicada, esta lectura particular que un lector como cualquier otro hizo de ciertos textos literarios que le tocó tener a la vista disuelve su arbitrariedad en las de otros: aquellas palabras de los lectores que reciben esta publicación, para los cuales el lector inicial ahora es un autor. Braithwaite se vuelve entonces el lugar donde se concentra la pregunta sobre los límites, sobre el misterio, sobre la dificultad de comprender qué es realmente lo que comparten Bolaño, Huenún, Emar, Gil y Anwandter, por elegir cinco heterogéneos autores compilados. Y como uno no conoce a la persona de Braithwaite, como su libro no lleva prólogo, epígrafe, epílogo ni texto de solapa o de contratapa, la única palabra que guía la lectura es su nombre. O su apellido –Braithwaite–, que no significa sino la incomunicabilidad de la Historia, de la patronímica y de la genética, que sólo remite a un ser humano específico en un tiempo y en un lugar. Entonces Braithwaite escoge superar aun la contingencia de su persona de compilador dándole un título (aparentemente) oscuro al libro donde escribe con palabras de otros su propia exclamación ante los inabarcables límites de esa inmensidad que es la literatura: Gutiérrez. Y sin embargo, como la cordillera, la literatura es siempre la misma; incomprensiblemente sus enormes formas se repiten y somos tan pequeños que podemos verlas. Gutiérrez: un apellido como cualquier otro, sin ninguna relación con los treinta apellidos que aparecen en la portada del libro que titula. Apellidos todos que tienen una cordillera en común, una falta de origen que esconde un origen. Una categoría que existe antes de las palabras, tal como una enciclopedia de genealogía dicta que “no existen las pruebas necesarias que demuestren que cualquiera de las hipótesis anteriormente formuladas es la verdadera. Con lo cual, la única deducción que puede sacarse de toda esta controversia es que, a ciencia cierta, nadie sabe de dónde procede el linaje de los Gutiérrez”.