FERVOR DEL REGRESO, de Cristián Cruz

PAISAJE DEL DESASTRE

 

fervor_del_regresoEn un sitio baldío y lúgubre, a tientas el hablante se pregunta: "A quién estas líneas?/ Quizás para alguien que enciende su luz nocturna/ y a medio morir la apaga". A quién,  pregunto yo, a quién este Fervor del regreso de Cristián Cruz, a quién esta poesía que vuelve al sitio perdido, a esa "pobre geografía", a ese lugar extraviado donde "en medio de los árboles" se encuentra "la carpa rota del circo", sitio o no sitio del sujeto nómada que busca un lugar en cada pueblo, a veces hostil: "He vuelto por una tarde al pueblo/ a una estación cerrada para mí", donde las puertas claudican ante el hablante que viene pujando por volver a ese sitio del pasado, a esa morada de antaño.

     El regreso es el recuerdo, es recobrar el tiempo que se quedó junto al polvo en la memoria, pero es el cruel peso con que carga el hablante: "en la ventana asolaban los recuerdos más duros". Es decir, la carga de las imágenes que invaden su memoria.

     La imagen y la palabra se cruzan en el poema "Postal". Este es el metaencuadre que fragmenta la realidad/recuerdo que el hablante segmenta con su poesía. La imagen es la postal que lleva al pasado. "Ahí estábamos/ en ese pequeño espacio blanco y negro", donde la fotografía en las manos permite acordarse del tiempo previo al derrumbe total: "pero ahí estábamos / antes de entrar a la jaula del desastre", de la vida destruida y acabada. Vemos imágenes postales en las que la naturaleza nos deja un aroma que quizá tuvo atisbos de buena ventura, pero que en el intento del hablante por regresar se bifurca al anhelo por llegar al punto que trizó y derrumbó ese sitio: "Busco desesperado en el  huerto/ ¿Qué luz nos ha quitado la palabra". Pero a la vez esa palabra ausente continúa siendo lo que es, palabra, por lo que la negación se vuelve vallejiana: "Quiero escribir, pero me sale espuma". Entonces, Fervor del regreso es la vuelta al lugar en llamas con cenizas aún humeantes -"Pienso en el árbol quemado/ aún sale un leve humo después del desastre"-, el lugar del lenguaje asolado con alguna proyección. Y se vuelve al paisaje/desastre, sitio de la desgracia y de la hecatombe, pero también infausto y lamentable, quizá con la intención fundacional de resituarse en el sitio arrasado del lenguaje y querer comenzar de nuevo.

    La fragilidad y la muerte se ven encarnadas en las figuras del cazador y del ave que cruzan el poemario. El primero es el que jala el gatillo y tiene en sus manos la vida de otro más frágil e indefenso que él: "Cuando el cazador regresa a sus serranías/ a las montañas fecundas/ taladra el pecho de todas las aves del mundo". De esta forma muere el ave, que en la primera parte del poemario vuela sobre el paisaje desastroso del hablante -jaula, ave, pájaros y aleteo- y en el que quizá ella es la prolongación de una tercera persona que el hablante no se atreve a develar que es él mismo y luego se ve en el ave la fragilidad evidente -también del hablante-: "ahora se dispone a comer tranquila/ pero su imagen reflejada en el agua/ inmensamente la espanta/ la devuelve al cerco/ a su jaula de aire". Este último verso es un retruécano de "jaula del desastre" en el que el espacio se vuelve uno y otro para aprisionar al hablante.

    Fervor del regreso es parte de la intensidad, ardor y entusiasmo -a veces paradójico- que siente el hablante al querer regresar para sufrir o exorcizar el pretérito, buscando el porqué en los restos de lo que quedó: "Algo de nosotros se queda en el paisaje/ como algo de tabaco en la intensa bocanada". Es decir, eso mínimo y trivial en lo que podemos escarbar -como el héroe epifánico Sthepen Dedalus de Joyce-, buscando y observando en todo momento y en todo lugar, aunque sea en el paisaje del desastre.

 

 


FERVOR DEL REGRESO. Cristián Cruz. Ediciones del Temple. Santiago, 2002.